/ miércoles 9 de octubre de 2019

Centro de Barrio | Ruleta Rusa

El 19 de febrero de 1988 los “granaderos”, además de disolver la manifestación en la que participé, disolvieron otras dos protestas. Era un año de mucha tensión política. Los estudiantes de Bellas Artes habíamos realizado un mitin afuera del Palacio de Bellas Artes. Al cabo de una hora de ser ignorados por las autoridades, bloqueamos la calle.

En ese entonces 5 de Mayo iba del Zócalo a la Alameda y los autos debían girar a la derecha y salir del centro por Hidalgo. Hoy todo eso es peatonal.

A los pocos minutos del bloqueo, llegaron los granaderos. La gente corrió y los líderes nos quedamos pidiendo que los estudiantes sólo subieran a la banqueta. La orden estaba dada. Los granaderos avanzaron hacia nosotros y nos golpearon ya sobre el área peatonal. En mi caso, al intentar huir, caí. Ya en el piso escuché la orden de “Patéenlo”. Siete granaderos y un perro, sólo para mí, según consta en fotografías que publicaron Proceso y La Jornada.

Con el paso de los años he desarrollado mi perspectiva sobre el tema. En las manifestaciones puede haber expresiones que lleven las libertades al límite legal o más allá de él. Bloquear una calle, algo a lo que estamos acostumbrados, desde mi perspectiva tiene dos implicaciones. La primera, y más importante, las calles no tienen una única vocación, me refiero al tránsito de autos, sino que pueden dar cabida a todo tipo de expresiones. La segunda, si sólo es una calle, siempre existirá una desviación posible, por lo que liberar el paso no me resulta tan importante; sin embargo, cuando se trata de caminos que carecen de alternativas, como una carretera o la entrada del aeropuerto, la liberación puede ser un tema necesario porque en la expresión de los manifestantes se están afectando los derechos de terceros, como prevé la Constitución.

El problema es creer que la policía debe llegar a golpear y disolver la manifestación. No es lo mismo. Lo que ocurrió, indebidamente, en otras épocas, y sigue ocurriendo en los estados, es que la policía actúa por consigna y sin protocolos.

El 5 de diciembre de 2018, la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, anunció la desaparición del Cuerpo de Granaderos. Si lo que hizo fue disolver una fuerza represiva para sustituirla por una fuerza de defensa que no utiliza gases, balas de goma ni macanas, excelente. No es el caso. Ella misma se vulneró, y de allí sólo ha habido improvisación y manifestaciones que se han desbordado.

Si bien podemos reconocer que los daños que causa la violencia sexual son mucho mayores que los daños al Ángel u otros monumentos de Paseo de la Reforma, a la postre terminará siendo insostenible que se les someta a restauración después de cada manifestación.

La decisión de desaparecer los granaderos, sin articular un reemplazo real, fue un error que refleja incluso la candidez de Claudia Sheinbaum. Pero al mismo tiempo, la Jefa de Gobierno está poniendo en una encrucijada a los siguientes gobiernos: el que restablezca las fuerzas de defensa de la ciudad será visto como represor.

El cinturón de paz, empleado en la manifestación del 2 de octubre, puso en riesgo a trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México. Decir que fue un éxito es sólo un acto propagandístico para minimizar la crítica. Decir que los volverán a emplear en otras manifestaciones es como decir que nos gusta jugar la ruleta rusa.

El 19 de febrero de 1988 los “granaderos”, además de disolver la manifestación en la que participé, disolvieron otras dos protestas. Era un año de mucha tensión política. Los estudiantes de Bellas Artes habíamos realizado un mitin afuera del Palacio de Bellas Artes. Al cabo de una hora de ser ignorados por las autoridades, bloqueamos la calle.

En ese entonces 5 de Mayo iba del Zócalo a la Alameda y los autos debían girar a la derecha y salir del centro por Hidalgo. Hoy todo eso es peatonal.

A los pocos minutos del bloqueo, llegaron los granaderos. La gente corrió y los líderes nos quedamos pidiendo que los estudiantes sólo subieran a la banqueta. La orden estaba dada. Los granaderos avanzaron hacia nosotros y nos golpearon ya sobre el área peatonal. En mi caso, al intentar huir, caí. Ya en el piso escuché la orden de “Patéenlo”. Siete granaderos y un perro, sólo para mí, según consta en fotografías que publicaron Proceso y La Jornada.

Con el paso de los años he desarrollado mi perspectiva sobre el tema. En las manifestaciones puede haber expresiones que lleven las libertades al límite legal o más allá de él. Bloquear una calle, algo a lo que estamos acostumbrados, desde mi perspectiva tiene dos implicaciones. La primera, y más importante, las calles no tienen una única vocación, me refiero al tránsito de autos, sino que pueden dar cabida a todo tipo de expresiones. La segunda, si sólo es una calle, siempre existirá una desviación posible, por lo que liberar el paso no me resulta tan importante; sin embargo, cuando se trata de caminos que carecen de alternativas, como una carretera o la entrada del aeropuerto, la liberación puede ser un tema necesario porque en la expresión de los manifestantes se están afectando los derechos de terceros, como prevé la Constitución.

El problema es creer que la policía debe llegar a golpear y disolver la manifestación. No es lo mismo. Lo que ocurrió, indebidamente, en otras épocas, y sigue ocurriendo en los estados, es que la policía actúa por consigna y sin protocolos.

El 5 de diciembre de 2018, la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, anunció la desaparición del Cuerpo de Granaderos. Si lo que hizo fue disolver una fuerza represiva para sustituirla por una fuerza de defensa que no utiliza gases, balas de goma ni macanas, excelente. No es el caso. Ella misma se vulneró, y de allí sólo ha habido improvisación y manifestaciones que se han desbordado.

Si bien podemos reconocer que los daños que causa la violencia sexual son mucho mayores que los daños al Ángel u otros monumentos de Paseo de la Reforma, a la postre terminará siendo insostenible que se les someta a restauración después de cada manifestación.

La decisión de desaparecer los granaderos, sin articular un reemplazo real, fue un error que refleja incluso la candidez de Claudia Sheinbaum. Pero al mismo tiempo, la Jefa de Gobierno está poniendo en una encrucijada a los siguientes gobiernos: el que restablezca las fuerzas de defensa de la ciudad será visto como represor.

El cinturón de paz, empleado en la manifestación del 2 de octubre, puso en riesgo a trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México. Decir que fue un éxito es sólo un acto propagandístico para minimizar la crítica. Decir que los volverán a emplear en otras manifestaciones es como decir que nos gusta jugar la ruleta rusa.

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