/ jueves 21 de septiembre de 2017

Centro de barrio | #Tenemosresiliencia

A juzgar por las horas siguientes al terremoto del 19 de septiembre de 2017 podríamos considerar que la Ciudad de México carece de resliencia, es decir, capaz de resistir a una emergencia o adversidad. El tránsito “se colapsó”, lo cual sin duda es relativo: esto fue un Día de las Madres, donde todos salen temprano de trabajar rumbo a un compromiso familiar. La gente caminaba por las calles, a veces usando carriles de circulación vehicular, el transporte público no se daba a basto, y la congestión era absoluta, cualquier avenida o calle colectora iba a su máximo de capacidad. Para colmo, no había teléfono, electricidad, ni internet.

Sin embargo, la capacidad de la infraestructura de la ciudad ha sido al menos igual si no es que muy superior a la de 1985. En aquel entonces, alumno de secundaria, esperaba el trolebús, que obviamente no llegó por el zangoloteo. Llegué a la escuela caminando. Volví a casa caminando. No hubo luz hasta la noche. Nos enteramos porque el agua se empezó a desbordar, ya que al no funcionar la bomba la dejamos abierta por error. Ahora no fue muy distinto en mi caso personal: a las 12 de la noche estaban de vuelta.

En 1985 un edificio sobre el Metro Pino Suárez se derrumbó. Esta vez se descarriló un tren de la línea 12 y al parecer una trabe del segundo piso se desplazó. No parecería muy distinta la historia. Creo, sin embargo, que sí lo es.

En 1985 el gobierno se desentendió casi por completo de la tragedia, tardó horas en reaccionar; ahora, sin embargo, se cuenta con redes muy complejas de información, articuladas en un sistema central, el C5. No todo es mérito de los gobiernos actuales, federal y locales, sino un avance tecnológico. En 1985 la tragedia fue transmitida, por casualidad, en tiempo real: todo el mundo se enteró del momento en que la torre de Televisa cayó, el resto de la informació no. La ayuda no llegó en tiempo real, la auto organización de la sociedad, sí. Esta vez todo es en tiempo real, también las acciones de gobierno.

No todo es demérito o mérito gubernamental, el salto tecnológico pesa a favor en 2017. Ayer fui al mercado Hidalgo de la colonia Doctores por algo de material para demolición. No tenía dónde dejarlo: simplemente puse las palabras ”casco” y “cizalla” en tuiter y de inmediato sabía dónde se requería. Esto era imposible hace 32 años... pero también horas después del terremoto con la intermitencia de las redes y la falta de electricidad.

Esta vez, la organización oficial y la social han ocurrido en paralelo. Hay desorganización, sin duda; hay más manos que tareas, también. Los procesos, estrictamente, requerirían un proyecto ejecutivo de demolición y mayor intensidad en maquinaria. Sin embargo, las circunstancias obligan a la improvisación y a hacer procesos intensivos en mano de obra. Todos queremos ayudar y a veces perdemos tiempo y energía buscando dónde ayudar.

No creo que esto pueda ser mucho mejor planeado, porque nadie sabe cuándo llegará el terremoto destructivo ni dónde ocurrirán las tragedias. Lo que sin duda ayudará en experiencias futuras es un esquema previo de organización de necesidades y oferta, algo que está desarticulado.

En años posteriores a 1985, los emparedados de cascajo permanecieron en distintas zonas de la ciudad, los recursos para su demolición resultaron insuficientes. La reconstrucción a veces ni ha ocurrido, se quedaron como lotes de estacionamiento.

A juzgar por las horas siguientes al terremoto del 19 de septiembre de 2017 podríamos considerar que la Ciudad de México carece de resliencia, es decir, capaz de resistir a una emergencia o adversidad. El tránsito “se colapsó”, lo cual sin duda es relativo: esto fue un Día de las Madres, donde todos salen temprano de trabajar rumbo a un compromiso familiar. La gente caminaba por las calles, a veces usando carriles de circulación vehicular, el transporte público no se daba a basto, y la congestión era absoluta, cualquier avenida o calle colectora iba a su máximo de capacidad. Para colmo, no había teléfono, electricidad, ni internet.

Sin embargo, la capacidad de la infraestructura de la ciudad ha sido al menos igual si no es que muy superior a la de 1985. En aquel entonces, alumno de secundaria, esperaba el trolebús, que obviamente no llegó por el zangoloteo. Llegué a la escuela caminando. Volví a casa caminando. No hubo luz hasta la noche. Nos enteramos porque el agua se empezó a desbordar, ya que al no funcionar la bomba la dejamos abierta por error. Ahora no fue muy distinto en mi caso personal: a las 12 de la noche estaban de vuelta.

En 1985 un edificio sobre el Metro Pino Suárez se derrumbó. Esta vez se descarriló un tren de la línea 12 y al parecer una trabe del segundo piso se desplazó. No parecería muy distinta la historia. Creo, sin embargo, que sí lo es.

En 1985 el gobierno se desentendió casi por completo de la tragedia, tardó horas en reaccionar; ahora, sin embargo, se cuenta con redes muy complejas de información, articuladas en un sistema central, el C5. No todo es mérito de los gobiernos actuales, federal y locales, sino un avance tecnológico. En 1985 la tragedia fue transmitida, por casualidad, en tiempo real: todo el mundo se enteró del momento en que la torre de Televisa cayó, el resto de la informació no. La ayuda no llegó en tiempo real, la auto organización de la sociedad, sí. Esta vez todo es en tiempo real, también las acciones de gobierno.

No todo es demérito o mérito gubernamental, el salto tecnológico pesa a favor en 2017. Ayer fui al mercado Hidalgo de la colonia Doctores por algo de material para demolición. No tenía dónde dejarlo: simplemente puse las palabras ”casco” y “cizalla” en tuiter y de inmediato sabía dónde se requería. Esto era imposible hace 32 años... pero también horas después del terremoto con la intermitencia de las redes y la falta de electricidad.

Esta vez, la organización oficial y la social han ocurrido en paralelo. Hay desorganización, sin duda; hay más manos que tareas, también. Los procesos, estrictamente, requerirían un proyecto ejecutivo de demolición y mayor intensidad en maquinaria. Sin embargo, las circunstancias obligan a la improvisación y a hacer procesos intensivos en mano de obra. Todos queremos ayudar y a veces perdemos tiempo y energía buscando dónde ayudar.

No creo que esto pueda ser mucho mejor planeado, porque nadie sabe cuándo llegará el terremoto destructivo ni dónde ocurrirán las tragedias. Lo que sin duda ayudará en experiencias futuras es un esquema previo de organización de necesidades y oferta, algo que está desarticulado.

En años posteriores a 1985, los emparedados de cascajo permanecieron en distintas zonas de la ciudad, los recursos para su demolición resultaron insuficientes. La reconstrucción a veces ni ha ocurrido, se quedaron como lotes de estacionamiento.

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