/ martes 5 de diciembre de 2017

Centro de barrio / Yo multimodal

Por convicción y, prácticamente, por religión, soy una persona multimodal. No me gusta depender del automóvil y constantemente cambio de modo de transporte. Uso bus, metrobús, trolebús y microbús. En general me gusta vivir cerca de una estación del metro, hace unos meses dejé de tener una estación de Ecobici frente a mi hogar y me hace mucha falta. Cuento con tres bicicletas, que alterno según la actividad y la distancia. A veces, la bicicleta plegable me acompaña en viajes en automóvil. Como Rey Peatón, soy un gran caminante, el temblor del 7 de septiembre me sorprendió en una larga caminata a casa.

He intentado usar la patineta, tengo una tipo “longboard” pero no me siento aún seguro ni ágil. Tendría la curiosidad de combinar mis trayectos con otros medios alternativos, individuales y modernos como el “hooverboard” o el “segway”. Reconozco cierta envidia cuando veo esas personas que se desplazan en patines a mayor velocidad que yo en bicicleta.

Lo que jamás he conducido es la motocicleta y desde hace tiempo tengo no sólo la curiosidad de hacerlo, sino que percibo una obligación: necesitamos entender mucho mejor su funcionalidad en la movilidad cotidiana. En ocasiones se ha visto a la motocicleta como el patito feo de la movilidad. No lo es, pero, en contraste, la agenda de automóvil representa un modelo de ciudad (sobre todo las ciudades estadounidenses) cuya crisis es la saturación de las calles; los modelos peatonal y ciclista representan también un modelo de ciudad que en México pareciera inalcanzable... pero los casos internacionales en los que la motocicleta predomina son atroces: ciudades asiáticas con un alto nivel de siniestralidad, en donde la contaminación por ruido o por gases se convierte en un grave problema público.

No obstante, la motocicleta a velocidades moderadas puede ser un medio muy flexible de transporte. ¿Hasta dónde y con qué reglas? Ese es el punto clave. En la Ley de Movilidad de la Ciudad de México (y también en las que se han aprobado en otros estados) se definió una “pirámide de la movilidad” donde los tres primeros lugares en la jerarquía de las políticas públicas los ocupan el Peatón, la Bicicleta y el Transporte Público, respectivamente.

Hace unos días, en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, se presentó una propuesta para modificar la Ley de Movilidad y colocar a la motocicleta en el tercer lugar de la pirámide jerárquica. La propuesta marca una necesidad apremiante: definir políticas públicas que involucren a la motocicleta, pero marca también un error tremendo: la jerarquía que define el Artículo 6 de la Ley de Movilidad se refiere a una prioridad en las políticas públicas mas no una protección en términos de la vulnerabilidad del usuario.

El error que podrían estar cometiendo los legisladores, de aprobarse la modificación que comento, es grave: puede acarrear muertes. Incrementar la cantidad de motocicletas en las calles sin tener claros los impactos en contaminación, ruido, estacionamiento, conductas, sin acotar la conducción ni haber instrumentado el examen de manejo puede elevar la siniestralidad de este modo de transporte.

Ojalá que los legisladores capitalinos revisen mejor el tema y la discusión no se centre en la modificación al Sexto de la Ley de Movilidad, sino en el rol que ocupará la motocicleta en las políticas públicas de movilidad, lo que sin duda es una omisión de la actual legislación.

Por convicción y, prácticamente, por religión, soy una persona multimodal. No me gusta depender del automóvil y constantemente cambio de modo de transporte. Uso bus, metrobús, trolebús y microbús. En general me gusta vivir cerca de una estación del metro, hace unos meses dejé de tener una estación de Ecobici frente a mi hogar y me hace mucha falta. Cuento con tres bicicletas, que alterno según la actividad y la distancia. A veces, la bicicleta plegable me acompaña en viajes en automóvil. Como Rey Peatón, soy un gran caminante, el temblor del 7 de septiembre me sorprendió en una larga caminata a casa.

He intentado usar la patineta, tengo una tipo “longboard” pero no me siento aún seguro ni ágil. Tendría la curiosidad de combinar mis trayectos con otros medios alternativos, individuales y modernos como el “hooverboard” o el “segway”. Reconozco cierta envidia cuando veo esas personas que se desplazan en patines a mayor velocidad que yo en bicicleta.

Lo que jamás he conducido es la motocicleta y desde hace tiempo tengo no sólo la curiosidad de hacerlo, sino que percibo una obligación: necesitamos entender mucho mejor su funcionalidad en la movilidad cotidiana. En ocasiones se ha visto a la motocicleta como el patito feo de la movilidad. No lo es, pero, en contraste, la agenda de automóvil representa un modelo de ciudad (sobre todo las ciudades estadounidenses) cuya crisis es la saturación de las calles; los modelos peatonal y ciclista representan también un modelo de ciudad que en México pareciera inalcanzable... pero los casos internacionales en los que la motocicleta predomina son atroces: ciudades asiáticas con un alto nivel de siniestralidad, en donde la contaminación por ruido o por gases se convierte en un grave problema público.

No obstante, la motocicleta a velocidades moderadas puede ser un medio muy flexible de transporte. ¿Hasta dónde y con qué reglas? Ese es el punto clave. En la Ley de Movilidad de la Ciudad de México (y también en las que se han aprobado en otros estados) se definió una “pirámide de la movilidad” donde los tres primeros lugares en la jerarquía de las políticas públicas los ocupan el Peatón, la Bicicleta y el Transporte Público, respectivamente.

Hace unos días, en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, se presentó una propuesta para modificar la Ley de Movilidad y colocar a la motocicleta en el tercer lugar de la pirámide jerárquica. La propuesta marca una necesidad apremiante: definir políticas públicas que involucren a la motocicleta, pero marca también un error tremendo: la jerarquía que define el Artículo 6 de la Ley de Movilidad se refiere a una prioridad en las políticas públicas mas no una protección en términos de la vulnerabilidad del usuario.

El error que podrían estar cometiendo los legisladores, de aprobarse la modificación que comento, es grave: puede acarrear muertes. Incrementar la cantidad de motocicletas en las calles sin tener claros los impactos en contaminación, ruido, estacionamiento, conductas, sin acotar la conducción ni haber instrumentado el examen de manejo puede elevar la siniestralidad de este modo de transporte.

Ojalá que los legisladores capitalinos revisen mejor el tema y la discusión no se centre en la modificación al Sexto de la Ley de Movilidad, sino en el rol que ocupará la motocicleta en las políticas públicas de movilidad, lo que sin duda es una omisión de la actual legislación.

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