En su libro Estados Débiles, Estados fuertes (FCE, 2011), el autor estadounidense Joel S. Migdal señala que a lo largo de la historia, los teóricos han definido al Estado tomando en cuenta tres aspectos: su carácter institucional, sus funciones y su recurso a la coacción.
El Estado se encuentra como el último y mayor logro de la formación de instituciones sociales. Así, surge el dilema del método para aplicar un esquema de regulación de la vida en sociedad, donde ésta tiene la posibilidad de jugar dos papeles: actuar de conformidad con las reglas del Estado o hacer lo contrario, que representaría el uso de la coacción.
Para el autor, un Estado fuerte coloca la política (de Estado, principalmente) como delimitadora de las acciones sociales y las adapta a las exigencias de los estímulos externos necesarios para su mantenimiento. En tanto, los Estados débiles se sitúan a merced de un sinfín de procesos internos (cambios sociales independientes a él) o externos (voluntad de potencias extranjeras).
México se sitúa entre los países débiles que propician la formación de instituciones “alternas” al Estado que muchas veces se oponen a éste, pero cuyo carácter principal es la regulación de las actividades en ciertas organizaciones sociales que no se encuentran apegadas o contempladas por el sistema estatal.
En ese supuesto es que encontramos un sinfín de organizaciones sociales que a lo largo de los años se han convertido en instrumento de presión, aunado a que ahora también han surgido organizaciones delincuenciales que violentan la ley y buscan intimidar a las instituciones públicas.
Dos ejemplos extremos de esta hipótesis lo atestiguamos esta semana, cuando en Jalisco un grupo organizado y financiado por un grupo criminal agredió a un equipo de integrantes de la Secretaría de Marina, cuya presencia no es bien recibida por esos grupos que quieren seguir operando impunemente.
El otro ejemplo tuvo lugar en el centro de la Ciudad de México, cuando un militar en retiro fue agredido por dos delincuentes, quienes se toparon con alguien adiestrado y preparado para hacerles frente, pero la reacción de quienes se encontraban a su alrededor no fue de auxilio al militar, sino a los delincuentes. Muestra de apoyo delincuencial que se trasladó más tarde al hospital donde se encontraba siendo atendido el militar y un delincuente.
En esos dos ejemplos una parte de la sociedad optó por defender a quienes quebrantaron la ley y pusieron en juego la integridad de las personas, en una clara muestra de la debilidad institucional que sufrimos, pero también de la incapacidad de las instituciones públicas civiles para actuar y aplicar debidamente la coacción, dejando impune esa acción y convirtiéndola en un aliciente para repetirla.
La actuación de las Fuerzas Armadas se consolida una vez más como el mayor ejemplo de servicio, legalidad e interés público.
Por el bien de nuestro país, debemos cerrar filas con nuestras Fuerzas Armadas y con nuestras instituciones para corregir esa grave debilidad de la que hemos dado muestra esta semana.
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