/ viernes 26 de julio de 2019

CIPMEX | Neurociencia del terrorismo

Por: Ángel Valle Salguero

A pesar de existir amplia evidencia sobre lo contrario, prevalecen dos posturas principales que dominan el debate sobre el extremismo violento y sus orígenes. Por un lado, está la posición que reduce el fenómeno a una patología individual que atribuye a los terroristas desórdenes de personalidad y limitada inteligencia.

La otra, ignora completamente al individuo y se enfoca en factores ambientales como pobreza y marginación social. Sin embargo, es necesario encontrar los hilos que conectan diversos factores de un problema tan complejo. Un reciente estudio (Hamid & Pretus, 2019), empleando imagen por resonancia magnética funcional (fMRI) en participantes con intensiones de unirse a la causa yihadí en Barcelona, arrojó datos que muestran la necesidad de tener una perspectiva integradora.

El estudio, a través de su selección de participantes, descarta las dos posturas mencionadas anteriormente, determinando que su estado mental y coeficiente intelectual eran normales, además de que no encontraron relación directa entre pobreza e ideas extremistas. Realizado en el periodo de 2014 a 2017 -años de mayor apogeo del Estado Islámico- analizó la manera en que la exclusión social puede incrementar la intensión de violencia en los participantes. Esa evidencia la respaldaron con estudios cerebrales, estudiando la forma en que se activan diversas estructuras relacionadas con el procesamiento de reglas, razonamiento deliberativo, integradoras de costo-beneficio de las acciones y valuación subjetiva; es decir, aquellas zonas que nos ayudan a determinar los límites de nuestra conducta.

Una vez entendido cómo se radicalizan ideas y viendo la manera en que estructuras cerebrales se desconectan al decidir cometer acciones violentas, realizaron un segundo estudio para encontrar los mecanismos para reducir la posibilidad de actos extremistas.

Los hallazgos muestran que modificaciones en el contexto social son importantes. Con la inclusión de personas radicalizadas a su sociedad y la influencia positiva de otros, se generan condiciones necesarias, aunque no suficientes, para prevenir actos de violencia y odio. Este estudio, con evidencia neurocientífica, nos puede dar una perspectiva diferente sobre el origen de ataques de odio.

Considerando a la sociedad mexicana, que atraviesa un obscuro periodo de polarización, feminicidios y actos altamente violentos, podemos explorar las causas estructurales que permiten actos de este tipo, sin caer en el prejuicio que los más “necesitados” son los más violentos.

Por: Ángel Valle Salguero

A pesar de existir amplia evidencia sobre lo contrario, prevalecen dos posturas principales que dominan el debate sobre el extremismo violento y sus orígenes. Por un lado, está la posición que reduce el fenómeno a una patología individual que atribuye a los terroristas desórdenes de personalidad y limitada inteligencia.

La otra, ignora completamente al individuo y se enfoca en factores ambientales como pobreza y marginación social. Sin embargo, es necesario encontrar los hilos que conectan diversos factores de un problema tan complejo. Un reciente estudio (Hamid & Pretus, 2019), empleando imagen por resonancia magnética funcional (fMRI) en participantes con intensiones de unirse a la causa yihadí en Barcelona, arrojó datos que muestran la necesidad de tener una perspectiva integradora.

El estudio, a través de su selección de participantes, descarta las dos posturas mencionadas anteriormente, determinando que su estado mental y coeficiente intelectual eran normales, además de que no encontraron relación directa entre pobreza e ideas extremistas. Realizado en el periodo de 2014 a 2017 -años de mayor apogeo del Estado Islámico- analizó la manera en que la exclusión social puede incrementar la intensión de violencia en los participantes. Esa evidencia la respaldaron con estudios cerebrales, estudiando la forma en que se activan diversas estructuras relacionadas con el procesamiento de reglas, razonamiento deliberativo, integradoras de costo-beneficio de las acciones y valuación subjetiva; es decir, aquellas zonas que nos ayudan a determinar los límites de nuestra conducta.

Una vez entendido cómo se radicalizan ideas y viendo la manera en que estructuras cerebrales se desconectan al decidir cometer acciones violentas, realizaron un segundo estudio para encontrar los mecanismos para reducir la posibilidad de actos extremistas.

Los hallazgos muestran que modificaciones en el contexto social son importantes. Con la inclusión de personas radicalizadas a su sociedad y la influencia positiva de otros, se generan condiciones necesarias, aunque no suficientes, para prevenir actos de violencia y odio. Este estudio, con evidencia neurocientífica, nos puede dar una perspectiva diferente sobre el origen de ataques de odio.

Considerando a la sociedad mexicana, que atraviesa un obscuro periodo de polarización, feminicidios y actos altamente violentos, podemos explorar las causas estructurales que permiten actos de este tipo, sin caer en el prejuicio que los más “necesitados” son los más violentos.