/ viernes 13 de octubre de 2017

Codazo

Los desequilibrios financieros, cuyos resultados son febriles, compras y ventas de acciones, certificados, bonos y obligaciones -“volatilidad” les denominan los expertos locutores-, las caídas de las cotizaciones y la ominosa atmósfera de incertidumbre y miedo precipitadas por quienes no pueden vivir sin la emoción que les causa especular con cualquier cosa, esos desequilibrios comenzaron a aparecer en Europa en la tercera década del siglo XVII. Con frecuencia cada vez mayor, los jugadores bursátiles aplicaron fórmulas que comenzaron a aparecer con mayor frecuencia a raíz del advenimiento de la economía denominada de ¡libre mercado! El marbete fue un absurdus ab initio.

Si fuera libre el mercado, nadie hubiera intentado manipularlo según le dictara su ambición, que no conocimiento, ni dominio de un oficio. Pertinentes habrían sido los adjetivos, si la práctica de la especulación hubiese surgido para el consiguiente control del irresponsable especulador profesional. Los antiguos ejemplos precursores suelen ser recordados con pesar. Primero apareció la Locura de los Tulipanes holandeses entre 1633 y 1637. Luego la burbuja de la Compañía del Mar del Sur, fundada en 1711 por el Conde Harley de Oxford quien provocó el llamado crack de 1720.

La burbuja especulativa se produjo con las acciones de la Compañía de los Mares del Sur (South Sea Company), a la cual el parlamento británico le concedió el monopolio del comercio británico con las colonias españolas de Sudamérica y las Indias Occidentales. A cambio, la Compañía asumió la deuda británica. Dado que el comercio directo con las colonias españolas estaba muy restringido, muchos inversionistas ingleses vieron en la Compañía una fabulosa oportunidad de obtener ganancias sin esfuerzo. Las historias sobre las riquezas de Sudamérica, hicieron que muchos ahorradores británicos, desde los más modestos hasta los lores más ricos se sumaran al frenesí especulador. En 1720, ya no habría ganancias.

Las inestabilidades de las economías durante las dos primeras décadas del siglo XIX y las tres primeras del siglo XX, fueron resultado de la creciente complejidad tecnológica de la industrialización. Un pánico financiero desembocaría en una crisis del mercado de valores.

La de 1907 hundió los bancos de Fideicomiso -Trust Banks-, que inventara Rockefeller. Las crisis financieras que afectaron la economía mundial a partir de ese año, condujeron a la creación de la Reserva Federal, el conjunto de bancos privados que funge en Estados Unidos como banca central. Es el mismo consorcio privado al cual Franklin Roosevelt en su primera Charla al calor de la Chimenea, calificara como “una caterva de especuladores, que empleara el dinero que los depositantes modestos le confiaron en custodia para inversiones productivas, constructivas, no de enorme riesgo y sin garantías.

Ratifica la historia de descomunales errores económicos en el mundo hoy, el otorgamiento del Premio Nobel de Economía a Robert H. Thaler, el creador del “estimulo del leve y suave codazo” empleado para sugerir a alguien lo que debe hacer, porque es pertinente y adecuado en lo económico, social y laboral. Es la aplicación de la ciencia económica en beneficio de todos, no de la caterva de especuladores institucionales, atrevidos y avezados.” El grupo Thaler es la mejor respuesta a las incertidumbres que se originan en el mundo de las volatilidades accionarias.

Los desequilibrios financieros, cuyos resultados son febriles, compras y ventas de acciones, certificados, bonos y obligaciones -“volatilidad” les denominan los expertos locutores-, las caídas de las cotizaciones y la ominosa atmósfera de incertidumbre y miedo precipitadas por quienes no pueden vivir sin la emoción que les causa especular con cualquier cosa, esos desequilibrios comenzaron a aparecer en Europa en la tercera década del siglo XVII. Con frecuencia cada vez mayor, los jugadores bursátiles aplicaron fórmulas que comenzaron a aparecer con mayor frecuencia a raíz del advenimiento de la economía denominada de ¡libre mercado! El marbete fue un absurdus ab initio.

Si fuera libre el mercado, nadie hubiera intentado manipularlo según le dictara su ambición, que no conocimiento, ni dominio de un oficio. Pertinentes habrían sido los adjetivos, si la práctica de la especulación hubiese surgido para el consiguiente control del irresponsable especulador profesional. Los antiguos ejemplos precursores suelen ser recordados con pesar. Primero apareció la Locura de los Tulipanes holandeses entre 1633 y 1637. Luego la burbuja de la Compañía del Mar del Sur, fundada en 1711 por el Conde Harley de Oxford quien provocó el llamado crack de 1720.

La burbuja especulativa se produjo con las acciones de la Compañía de los Mares del Sur (South Sea Company), a la cual el parlamento británico le concedió el monopolio del comercio británico con las colonias españolas de Sudamérica y las Indias Occidentales. A cambio, la Compañía asumió la deuda británica. Dado que el comercio directo con las colonias españolas estaba muy restringido, muchos inversionistas ingleses vieron en la Compañía una fabulosa oportunidad de obtener ganancias sin esfuerzo. Las historias sobre las riquezas de Sudamérica, hicieron que muchos ahorradores británicos, desde los más modestos hasta los lores más ricos se sumaran al frenesí especulador. En 1720, ya no habría ganancias.

Las inestabilidades de las economías durante las dos primeras décadas del siglo XIX y las tres primeras del siglo XX, fueron resultado de la creciente complejidad tecnológica de la industrialización. Un pánico financiero desembocaría en una crisis del mercado de valores.

La de 1907 hundió los bancos de Fideicomiso -Trust Banks-, que inventara Rockefeller. Las crisis financieras que afectaron la economía mundial a partir de ese año, condujeron a la creación de la Reserva Federal, el conjunto de bancos privados que funge en Estados Unidos como banca central. Es el mismo consorcio privado al cual Franklin Roosevelt en su primera Charla al calor de la Chimenea, calificara como “una caterva de especuladores, que empleara el dinero que los depositantes modestos le confiaron en custodia para inversiones productivas, constructivas, no de enorme riesgo y sin garantías.

Ratifica la historia de descomunales errores económicos en el mundo hoy, el otorgamiento del Premio Nobel de Economía a Robert H. Thaler, el creador del “estimulo del leve y suave codazo” empleado para sugerir a alguien lo que debe hacer, porque es pertinente y adecuado en lo económico, social y laboral. Es la aplicación de la ciencia económica en beneficio de todos, no de la caterva de especuladores institucionales, atrevidos y avezados.” El grupo Thaler es la mejor respuesta a las incertidumbres que se originan en el mundo de las volatilidades accionarias.

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