/ miércoles 10 de junio de 2020

Como anillo al dedo

La mayoría obtenida en el proceso electoral da a un gobierno, a un gobernante la legalidad del resultado porque expresa la confianza del ciudadano en que el ganador cumplirá el mandato del que es depositario. Pero un gobierno sólo alcanza la legitimidad plena con el trabajo diario y la respuesta a la expresión ciudadana que lo llevó al poder. Particularmente en épocas de crisis como la que se vive por el coronavirus y la que se presenta, inexorable, en lo económico, el gobernante tiene la oportunidad de trabajar para esa legitimidad que de no obtenerse llevará al fracaso y al desprestigio de una administración. En la crisis cobra vigencia el propósito que como frase hecha, lugar común, algunos gobiernos enarbolan: gobernar para todos, para la totalidad de la población, para partidarios y adversarios.

En el cumplimiento de la voluntad ciudadana, el gobernante no puede actuar como si lo hiciera en la prolongación de la campaña en busca del voto. Gobernar para todos, pero también con todos, lo que sólo se logra renunciando a la tentación de dividir a la sociedad. Desde el inicio de su gobierno Andrés Manuel López obrador se ha empeñado en la absurda clasificación que para él separa a los buenos de los malos, a los conservadores de los liberales, a los enemigos de los partidarios hasta llegar al maniqueísmo de pretender que frente a la crisis sanitaria se definan los bandos con una utópica manifestación pública de la pertenencia a cada una de esas imaginadas partes. Con ello, en vez de procurar la necesaria unidad de voluntades y esfuerzos en la crisis, se ahonda la división de la sociedad y se desecha toda posibilidad de la participación de todos en la solución de los graves conflictos que nos esperan.

La democracia encuentra caminos que la amenazan y la distorsionan. La reelección, la consulta intermedia para la confirmación o la revocación del mandato, aplicadas sin la madurez cívica, sin la honestidad política que debería acompañarlas, lleva al gobernante a emplear la mayor parte del tiempo en la búsqueda del voto en un proceso electoral o electorero que no termina. Presidente de la República, legisladores o alcaldes trabajan para ese fin: la reelección o el sufragio que los confirme en el poder.

Desde el comienzo de su administración López Obrador ha trabajado en la búsqueda de ese propósito fundamentalmente electoral, sin entender que la legitimidad se obtiene con la unidad de toda la población, sin distinción de corrientes políticas, partidos e incluso principios y convicciones ideológicas. Gobernar para todos, pero también gobernar con todos. En ese camino equivocado, en vez de aprovechar la participación de todos, se promueve el odio social y el enfrentamiento, la diatriba en lugar del diálogo y de entendimiento en las diferencias de toda democracia.

México, como todos los países, vive momentos de incertidumbre, angustia y desesperación. Se ponen a prueba la validez de gobiernos, de sistemas y de programas. La negación de esa realidad o el pensamiento único no son las fórmulas para resolver los graves problemas que ya están aquí y los que vienen. La legalidad del voto en el origen de toda administración, por abrumadoramente mayoritario que sea no es suficiente para llegar a la autenticidad de la legitimación. Para lograrla hace falta el espíritu abierto a la crítica, a la iniciativa personal o de grupo que no deben confundirse con obra siniestra de imaginarios adversarios ni con supuestos complots para derribar lo que se ha ganado. Esta pandemia me viene como anillo al dedo, sostuvo López Obrador para significar que con ella desenmascararía a enemigos y conservadores. Es un error. El anillo de la crisis habría de servir para resolver, entre todos, con todos, los desafíos que el presente y el futuro cercano tiene la comunidad entera.

srio28@prodigy.net.mx

La mayoría obtenida en el proceso electoral da a un gobierno, a un gobernante la legalidad del resultado porque expresa la confianza del ciudadano en que el ganador cumplirá el mandato del que es depositario. Pero un gobierno sólo alcanza la legitimidad plena con el trabajo diario y la respuesta a la expresión ciudadana que lo llevó al poder. Particularmente en épocas de crisis como la que se vive por el coronavirus y la que se presenta, inexorable, en lo económico, el gobernante tiene la oportunidad de trabajar para esa legitimidad que de no obtenerse llevará al fracaso y al desprestigio de una administración. En la crisis cobra vigencia el propósito que como frase hecha, lugar común, algunos gobiernos enarbolan: gobernar para todos, para la totalidad de la población, para partidarios y adversarios.

En el cumplimiento de la voluntad ciudadana, el gobernante no puede actuar como si lo hiciera en la prolongación de la campaña en busca del voto. Gobernar para todos, pero también con todos, lo que sólo se logra renunciando a la tentación de dividir a la sociedad. Desde el inicio de su gobierno Andrés Manuel López obrador se ha empeñado en la absurda clasificación que para él separa a los buenos de los malos, a los conservadores de los liberales, a los enemigos de los partidarios hasta llegar al maniqueísmo de pretender que frente a la crisis sanitaria se definan los bandos con una utópica manifestación pública de la pertenencia a cada una de esas imaginadas partes. Con ello, en vez de procurar la necesaria unidad de voluntades y esfuerzos en la crisis, se ahonda la división de la sociedad y se desecha toda posibilidad de la participación de todos en la solución de los graves conflictos que nos esperan.

La democracia encuentra caminos que la amenazan y la distorsionan. La reelección, la consulta intermedia para la confirmación o la revocación del mandato, aplicadas sin la madurez cívica, sin la honestidad política que debería acompañarlas, lleva al gobernante a emplear la mayor parte del tiempo en la búsqueda del voto en un proceso electoral o electorero que no termina. Presidente de la República, legisladores o alcaldes trabajan para ese fin: la reelección o el sufragio que los confirme en el poder.

Desde el comienzo de su administración López Obrador ha trabajado en la búsqueda de ese propósito fundamentalmente electoral, sin entender que la legitimidad se obtiene con la unidad de toda la población, sin distinción de corrientes políticas, partidos e incluso principios y convicciones ideológicas. Gobernar para todos, pero también gobernar con todos. En ese camino equivocado, en vez de aprovechar la participación de todos, se promueve el odio social y el enfrentamiento, la diatriba en lugar del diálogo y de entendimiento en las diferencias de toda democracia.

México, como todos los países, vive momentos de incertidumbre, angustia y desesperación. Se ponen a prueba la validez de gobiernos, de sistemas y de programas. La negación de esa realidad o el pensamiento único no son las fórmulas para resolver los graves problemas que ya están aquí y los que vienen. La legalidad del voto en el origen de toda administración, por abrumadoramente mayoritario que sea no es suficiente para llegar a la autenticidad de la legitimación. Para lograrla hace falta el espíritu abierto a la crítica, a la iniciativa personal o de grupo que no deben confundirse con obra siniestra de imaginarios adversarios ni con supuestos complots para derribar lo que se ha ganado. Esta pandemia me viene como anillo al dedo, sostuvo López Obrador para significar que con ella desenmascararía a enemigos y conservadores. Es un error. El anillo de la crisis habría de servir para resolver, entre todos, con todos, los desafíos que el presente y el futuro cercano tiene la comunidad entera.

srio28@prodigy.net.mx