/ domingo 12 de agosto de 2018

¿Cómo celebrar a los pueblos indígenas?

El pasado 9 de agosto se celebró, como cada año desde 1994 en que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) así lo instituyó, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. En esta ocasión el lusitano António Guterres, actual Secretario General de dicho organismo, apremió: “comprometámonos a hacer planamente realidad la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, incluidos los derechos a la libre determinación y a sus tierras, territorios y recursos tradicionales”.

El tema sobre el que se desarrolló la jornada conmemorativa fue “Migración y desplazamiento de los pueblos indígenas”, analizándose aspectos como la situación actual de sus territorios, las causas de la migración, la circulación transfronteriza, los desplazamientos de los asentados en zonas urbanas y/o fuera de sus países de origen, así como los desafíos y mecanismos para revitalizar la identidad de los pueblos indígenas y protección de sus derechos dentro y fuera de sus territorios ancestrales. Sin embargo, uno cuestiona ¿cómo es posible que, a pesar de existir instrumentos y mecanismos formales internacionales establecidos para su defensa y suscritos por multitud de países la situación de los pueblos indígenas sea cada vez de mayor abandono, expoliación y despojo? ¿Es justo? ¿Qué podemos celebrar, su abandono, su vulnerabilidad, su miseria?

De acuerdo con cifras de la propia ONU, los pueblos indígenas suman 370 millones de personas, el 5% de la población mundial: el sector con mayor pobreza a escala mundial, el 15% de entre los más pobres, analfabetos y desempleados, desde el momento en que constituyen el 30% de los 900 millones de indigentes de las zonas rurales. Pero no es de sorprendernos, no podía ser de otra forma: secularmente despojados, expoliados, marginados, son el sector humano que tiene la menor esperanza de vida y que padece los índices más elevados de inseguridad y violencia, ni qué decir de las altas tasas de desnutrición, suicidio y mortandad, así como de enfermedad, comprendida la tuberculosis, diabetes, padecimientos cardiovasculares y SIDA, lo que les hace tener 20 años menos de esperanza de vida que al resto de las personas. Pero imposible que fuera de otra forma. En el tema de los derechos agrarios, contados son los países en los que estos les han sido reconocidos o bien han sido restituidos del despojo. En México, por ejemplo, a pesar de la intensa lucha y reforma agrarias desarrolladas a lo largo de décadas e impulsadas particularmente a partir del constitucionalismo social posrrevolucionario, a partir del último cuarto del siglo XX comenzó a detonarse un deletéreo proceso de neodespojo sin freno del que hoy en día una vez más los pueblos indígenas vuelven a ser víctimas.

Antes fueron la Corona y la Iglesia, los encomenderos y hacendados. Hoy son las macroempresas mineras y petrolíferas las que, al amparo de un Estado omiso, negligente y corrupto, se han apoderado de la mayor parte del territorio nacional sin mediar consulta alguna a dichos grupos vulnerables. Y es lógico: en un Estado de Derecho cuya tasa de impunidad fluctúa entre el 99 y 100%, sería imposible pensar que la certeza y la seguridad jurídica pudieran imperar. Por eso también la afectación brutal que la biodiversidad viene sufriendo en las últimas décadas ante el embate de esas mismas industrias al echar mano de técnicas como el fracking, el uso de cinauro y agrotóxicos y el impacto del mega turismo: determinantes también para degradar y destruir los ecosistemas otrora autosustentables a cargo de los pueblos indígenas que eran, hasta hace unos años, los principales depositarios de la mayor parte de la biodiversidad mundial. De ahí que cuando se habla del avance jurídico que los derechos indígenas han alcanzado en las legislaciones, todo termina deviniendo dramáticamente cuestionable. Si fuera así, la sangre de los pueblos indígenas y de sus defensores no correría siempre que estos intentan enfrentarse ante los poderosos intereses del gran capital y de la delincuencia organizada en connivencia con distintos sectores del Estado. Fenómeno que no solo es privativo de nuestro país, sino que permea en toda nuestra América Latina y allí donde exista un pueblo indígena y éste se encuentre asentado en algún lugar rico en recursos naturales, sin importar de qué tipo sean. Todo será apetecible para el depredador.

Frente a tan desolador y dramático panorama, en contraparte, el mundo indígena, representado a nivel mundial por más de 5 mil etnias diferentes procedentes de 90 países, se erige como el conglomerado humano de mayor riqueza cultural y lingüística, integrado por los hablantes del mayor número de lenguas en el mundo: 7 mil aproximadamente. Por tal motivo, la ONU declaró ya que 2019 será, a su vez, el año ahora dedicado a las lenguas indígenas. ¿Por qué? Porque también ahora sus lenguas corren el mismo peligro de desaparecer.

El 97% de la población mundial habla el 4% de los idiomas, solo un 3% de la población –el 60% a su vez de los pueblos indígenas- el 96% restante. De no intervenir y perderse este 96%, seremos ahora testigos, pero sobre todo cómplices, del mayor gloticidio que el mundo indígena haya sufrido y, con él, de uno de los más demoledores culturicidios en la historia de la humanidad.


bettyzanolli@hotmail.com @BettyZanolli


El pasado 9 de agosto se celebró, como cada año desde 1994 en que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) así lo instituyó, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. En esta ocasión el lusitano António Guterres, actual Secretario General de dicho organismo, apremió: “comprometámonos a hacer planamente realidad la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, incluidos los derechos a la libre determinación y a sus tierras, territorios y recursos tradicionales”.

El tema sobre el que se desarrolló la jornada conmemorativa fue “Migración y desplazamiento de los pueblos indígenas”, analizándose aspectos como la situación actual de sus territorios, las causas de la migración, la circulación transfronteriza, los desplazamientos de los asentados en zonas urbanas y/o fuera de sus países de origen, así como los desafíos y mecanismos para revitalizar la identidad de los pueblos indígenas y protección de sus derechos dentro y fuera de sus territorios ancestrales. Sin embargo, uno cuestiona ¿cómo es posible que, a pesar de existir instrumentos y mecanismos formales internacionales establecidos para su defensa y suscritos por multitud de países la situación de los pueblos indígenas sea cada vez de mayor abandono, expoliación y despojo? ¿Es justo? ¿Qué podemos celebrar, su abandono, su vulnerabilidad, su miseria?

De acuerdo con cifras de la propia ONU, los pueblos indígenas suman 370 millones de personas, el 5% de la población mundial: el sector con mayor pobreza a escala mundial, el 15% de entre los más pobres, analfabetos y desempleados, desde el momento en que constituyen el 30% de los 900 millones de indigentes de las zonas rurales. Pero no es de sorprendernos, no podía ser de otra forma: secularmente despojados, expoliados, marginados, son el sector humano que tiene la menor esperanza de vida y que padece los índices más elevados de inseguridad y violencia, ni qué decir de las altas tasas de desnutrición, suicidio y mortandad, así como de enfermedad, comprendida la tuberculosis, diabetes, padecimientos cardiovasculares y SIDA, lo que les hace tener 20 años menos de esperanza de vida que al resto de las personas. Pero imposible que fuera de otra forma. En el tema de los derechos agrarios, contados son los países en los que estos les han sido reconocidos o bien han sido restituidos del despojo. En México, por ejemplo, a pesar de la intensa lucha y reforma agrarias desarrolladas a lo largo de décadas e impulsadas particularmente a partir del constitucionalismo social posrrevolucionario, a partir del último cuarto del siglo XX comenzó a detonarse un deletéreo proceso de neodespojo sin freno del que hoy en día una vez más los pueblos indígenas vuelven a ser víctimas.

Antes fueron la Corona y la Iglesia, los encomenderos y hacendados. Hoy son las macroempresas mineras y petrolíferas las que, al amparo de un Estado omiso, negligente y corrupto, se han apoderado de la mayor parte del territorio nacional sin mediar consulta alguna a dichos grupos vulnerables. Y es lógico: en un Estado de Derecho cuya tasa de impunidad fluctúa entre el 99 y 100%, sería imposible pensar que la certeza y la seguridad jurídica pudieran imperar. Por eso también la afectación brutal que la biodiversidad viene sufriendo en las últimas décadas ante el embate de esas mismas industrias al echar mano de técnicas como el fracking, el uso de cinauro y agrotóxicos y el impacto del mega turismo: determinantes también para degradar y destruir los ecosistemas otrora autosustentables a cargo de los pueblos indígenas que eran, hasta hace unos años, los principales depositarios de la mayor parte de la biodiversidad mundial. De ahí que cuando se habla del avance jurídico que los derechos indígenas han alcanzado en las legislaciones, todo termina deviniendo dramáticamente cuestionable. Si fuera así, la sangre de los pueblos indígenas y de sus defensores no correría siempre que estos intentan enfrentarse ante los poderosos intereses del gran capital y de la delincuencia organizada en connivencia con distintos sectores del Estado. Fenómeno que no solo es privativo de nuestro país, sino que permea en toda nuestra América Latina y allí donde exista un pueblo indígena y éste se encuentre asentado en algún lugar rico en recursos naturales, sin importar de qué tipo sean. Todo será apetecible para el depredador.

Frente a tan desolador y dramático panorama, en contraparte, el mundo indígena, representado a nivel mundial por más de 5 mil etnias diferentes procedentes de 90 países, se erige como el conglomerado humano de mayor riqueza cultural y lingüística, integrado por los hablantes del mayor número de lenguas en el mundo: 7 mil aproximadamente. Por tal motivo, la ONU declaró ya que 2019 será, a su vez, el año ahora dedicado a las lenguas indígenas. ¿Por qué? Porque también ahora sus lenguas corren el mismo peligro de desaparecer.

El 97% de la población mundial habla el 4% de los idiomas, solo un 3% de la población –el 60% a su vez de los pueblos indígenas- el 96% restante. De no intervenir y perderse este 96%, seremos ahora testigos, pero sobre todo cómplices, del mayor gloticidio que el mundo indígena haya sufrido y, con él, de uno de los más demoledores culturicidios en la historia de la humanidad.


bettyzanolli@hotmail.com @BettyZanolli