/ domingo 11 de octubre de 2020

Construir Ciudadanos

Urge que podamos ponernos de acuerdo, todas y todos, sobre las diferentes formas en que vamos a enfrentar las consecuencias de esta crisis sanitaria, añadida a los problemas de inseguridad, pobreza, educación, empleo, salud y desarrollo que ya teníamos, de cara a por lo menos una emergencia que durará hasta pasado el primer semestre del 2021.

Con los objetivos electorales de siempre, se nos agota el tiempo para detener la polarización, la mezquindad que en muchas ocasiones prevalece en la política nacional y la brecha -real e imaginaria- que existe entre segmentos de la población que hoy sufren los estragos de una situación no vista en los últimos cien años.

No hacerlo es apostar a la destrucción social y a que el poco tejido comunitario que nos queda se rompa de manera irremediable. En una democracia, todos tenemos el derecho de elegir la preferencia política que se ajusta mejor a nuestros principios y valores, pero su ejercicio debe partir del respeto, el consenso y el diálogo para conducir al país hacia el mejor rumbo posible.

Tener diferencias es saludable en cualquier aspecto de la vida, su ausencia significa la dictadura de un solo punto de vista sobre los demás, por ello hablar de expresiones irreconciliables es un acto de manipulación, precisamente porque no hay ninguna intención de convencer o de consensuar.

Y ese momento estamos ahora. Por un lado, resistiendo una crisis mundial inédita, que ha cobrado miles de vidas y ha puesto en evidencia a políticas (y a quienes las aplicaron) que no estuvieron a la altura de la emergencia; y por otro, en medio de la incertidumbre sobre cómo podremos superar la división y el odio que crecen a diario en nuestra sociedad.

¿Qué tipo de ciudadanos necesitamos para salir adelante? Esa es la pregunta que necesitamos responder en cada estado de la República para poder organizarnos, llegar a denominadores comunes y hacer sentir nuestro peso como mexicanas y mexicanos.

Creo que no hay ninguna duda de que arrastramos una desigualdad monstruosa y que la corrupción arrasó prácticamente con la mayoría de las oportunidades que nos hubieran ayudado a aguantar una crisis así, lo mismo que las otras que sufrimos en el pasado, fueran provocadas por un virus o por la mala administración de los recursos nacionales.

Sin embargo, ¿qué haremos en conjunto, no sólo para impulsar a que la mitad de la población pueda salir de la precariedad, sino evitar que miles más se unan a ese porcentaje debido a la pandemia?

Dejemos de considerar que separados, imponiendo una sola visión, vamos a reencausar al país. Esa es una batalla en la que solo caben los intereses de uno y otro lado, en donde existen muchas intenciones de regresar a los tiempos en los que las decisiones no nos incluían y nosotros preferíamos no meternos en problemas frente a un sistema que, sabíamos, no tenía remedio, ni ganas de cambiar.

El problema es que no podemos darnos ese lujo por mucho más tiempo. La política, dice una frase muy usada, es demasiado importante para dejarla nada más en manos de los políticos; si queremos influir y tener la garantía de que las preocupaciones de cada una de nuestras familias serán atendidas, debemos coordinarnos, colaborar y adoptar la costumbre de participar.

Dar nuestra opinión, libremente, es un paso, pero no sobre la plataforma de las descalificaciones, la desinformación y hasta los insultos abiertos entre ciudadano, al primer indicio de que no comparten nuestras preferencias. Si opinamos, que debemos, es fundamental que sea de manera constructiva, para avanzar, buscando lo que nos une y no lo que nos separa.

Porque el impacto será general, con todo y la vacuna, cuando este entorno se extienda al próximo año y la lucha política se meta en cualquier medida necesaria para ayudar a recuperarnos, si no entra en la lógica de las promesas electorales con las que se nos bombardea durante cada proceso electoral.

Es requisito que pongamos atención y nos enfoquemos en solucionar los problemas apremiantes e históricos de nuestro país, a partir de la corresponsabilidad general y particular que tenemos como ciudadanas y ciudadanos. Esa condición, de participantes activos en la sociedad no nos la puede quitar nadie y tiene que hacerse patente para establecer los límites en los que las autoridades de todos los niveles, los grupos de interés presentes en cada actividad económica y civil, y los mal evaluados partidos políticos, están obligados a cumplir, a resolver y a asegurar la paz y la tranquilidad que son la condición para ver la anhelada luz al final del túnel.

Urge que podamos ponernos de acuerdo, todas y todos, sobre las diferentes formas en que vamos a enfrentar las consecuencias de esta crisis sanitaria, añadida a los problemas de inseguridad, pobreza, educación, empleo, salud y desarrollo que ya teníamos, de cara a por lo menos una emergencia que durará hasta pasado el primer semestre del 2021.

Con los objetivos electorales de siempre, se nos agota el tiempo para detener la polarización, la mezquindad que en muchas ocasiones prevalece en la política nacional y la brecha -real e imaginaria- que existe entre segmentos de la población que hoy sufren los estragos de una situación no vista en los últimos cien años.

No hacerlo es apostar a la destrucción social y a que el poco tejido comunitario que nos queda se rompa de manera irremediable. En una democracia, todos tenemos el derecho de elegir la preferencia política que se ajusta mejor a nuestros principios y valores, pero su ejercicio debe partir del respeto, el consenso y el diálogo para conducir al país hacia el mejor rumbo posible.

Tener diferencias es saludable en cualquier aspecto de la vida, su ausencia significa la dictadura de un solo punto de vista sobre los demás, por ello hablar de expresiones irreconciliables es un acto de manipulación, precisamente porque no hay ninguna intención de convencer o de consensuar.

Y ese momento estamos ahora. Por un lado, resistiendo una crisis mundial inédita, que ha cobrado miles de vidas y ha puesto en evidencia a políticas (y a quienes las aplicaron) que no estuvieron a la altura de la emergencia; y por otro, en medio de la incertidumbre sobre cómo podremos superar la división y el odio que crecen a diario en nuestra sociedad.

¿Qué tipo de ciudadanos necesitamos para salir adelante? Esa es la pregunta que necesitamos responder en cada estado de la República para poder organizarnos, llegar a denominadores comunes y hacer sentir nuestro peso como mexicanas y mexicanos.

Creo que no hay ninguna duda de que arrastramos una desigualdad monstruosa y que la corrupción arrasó prácticamente con la mayoría de las oportunidades que nos hubieran ayudado a aguantar una crisis así, lo mismo que las otras que sufrimos en el pasado, fueran provocadas por un virus o por la mala administración de los recursos nacionales.

Sin embargo, ¿qué haremos en conjunto, no sólo para impulsar a que la mitad de la población pueda salir de la precariedad, sino evitar que miles más se unan a ese porcentaje debido a la pandemia?

Dejemos de considerar que separados, imponiendo una sola visión, vamos a reencausar al país. Esa es una batalla en la que solo caben los intereses de uno y otro lado, en donde existen muchas intenciones de regresar a los tiempos en los que las decisiones no nos incluían y nosotros preferíamos no meternos en problemas frente a un sistema que, sabíamos, no tenía remedio, ni ganas de cambiar.

El problema es que no podemos darnos ese lujo por mucho más tiempo. La política, dice una frase muy usada, es demasiado importante para dejarla nada más en manos de los políticos; si queremos influir y tener la garantía de que las preocupaciones de cada una de nuestras familias serán atendidas, debemos coordinarnos, colaborar y adoptar la costumbre de participar.

Dar nuestra opinión, libremente, es un paso, pero no sobre la plataforma de las descalificaciones, la desinformación y hasta los insultos abiertos entre ciudadano, al primer indicio de que no comparten nuestras preferencias. Si opinamos, que debemos, es fundamental que sea de manera constructiva, para avanzar, buscando lo que nos une y no lo que nos separa.

Porque el impacto será general, con todo y la vacuna, cuando este entorno se extienda al próximo año y la lucha política se meta en cualquier medida necesaria para ayudar a recuperarnos, si no entra en la lógica de las promesas electorales con las que se nos bombardea durante cada proceso electoral.

Es requisito que pongamos atención y nos enfoquemos en solucionar los problemas apremiantes e históricos de nuestro país, a partir de la corresponsabilidad general y particular que tenemos como ciudadanas y ciudadanos. Esa condición, de participantes activos en la sociedad no nos la puede quitar nadie y tiene que hacerse patente para establecer los límites en los que las autoridades de todos los niveles, los grupos de interés presentes en cada actividad económica y civil, y los mal evaluados partidos políticos, están obligados a cumplir, a resolver y a asegurar la paz y la tranquilidad que son la condición para ver la anhelada luz al final del túnel.