/ domingo 10 de julio de 2022

Contra el cinismo 

Twitter: @cons_gentil


En la edición anterior de esta columna reflexionamos sobre el creciente desinterés público y evasión en las noticias, y cómo eso puede afectar la participación cívica en general. Y a pesar de que la fatiga que causa la acumulación de eventos negativos en las noticias es real, existen otros factores que vale la pena considerar en cuanto a la falta de participación cívica en la sociedad.

Uno de los más importantes es el cinismo, particularmente como actitud política y social. Según Kathleen H. Jamieson y Joseph N. Cappella, el cinismo político se refiere a una desconfianza generalizada en los líderes o grupos en el proceso político en su conjunto. También implica que el proceso político se percibe como corruptor de las personas que participan en él y que a su vez atrae a personas corruptas como participantes. Dicho de manera simplificada, el cinismo nos hace esperar siempre lo peor de nuestros líderes y nuestro sistema político. El cinismo modifica el hartazgo y lo convierte en fatiga. Quizá una de las peores consecuencias del cinismo es que nos hace normalizar eventos que deberían indignarnos.

En un ensayo recientemente publicado en Harper’s magazine, la autora estadounidense Rebecca Solnit advierte que uno de los más grandes males del cinismo es que reduce la motivación de participar en la vida pública, el discurso público, e incluso las conversaciones inteligentes y productivas que logran distinguir tonos de gris, ambigüedades y ambivalencias. Esto nos remite también a que uno de los peligros más grandes en el proceso de creación de conciencia es el sobresimplificar los eventos, posturas y personajes de la opinión pública; el hacer esto reduce nuestra capacidad de crítica y juicio y nos condena a una búsqueda de estándares ideales que normalmente son difíciles de encontrar en el mundo real.

Hannah Arendt también advierte sobre los peligros del cinismo en su libro Los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951. Indica que en todos los rangos de los movimientos totalitarios podemos encontrar una mezcla de credulidad y cinismo. Comenta que entre quienes engañan al público desde lugares de poder, el cinismo es una fuerza más fuerte; entre quienes están siendo engañados, la credulidad está, pero los dos no están tan separados como podría parecer.

Una de las características más irónicas del cinismo es que nos vuelve confiados e incrédulos al mismo tiempo. Y uno de los peligros más grandes del cinismo es dañar nuestras relaciones con otras personas al volverlas confrontativas y reaccionarias, haciéndonos intolerantes al diálogo. Y esto también se vuelve un caldo de cultivo para regímenes totalitarios, pues al arruinar nuestras relaciones con los demás (e incluso a veces con nosotros mismos) buscamos algo más en qué creer.

Considero que una de las peores cosas que un sistema con un aparato político fallido puede dejarnos es esto. Además de la fatiga que ya tenemos por las constantes noticias negativas, si combinamos esto con un creciente cinismo realmente tenemos una receta para el desastre, en la que nos colocamos como víctimas perpetuas a merced de las situaciones que nos rodean. Estoy de acuerdo que el margen de poder entre líderes y ciudadanos es distinto y existe mucho que no podemos hacer. Pero también sé que podemos hacer más de lo que se nos quiere hacer creer, y entre menos control creamos que tenemos, más fácil es manipularnos.

Twitter: @cons_gentil


En la edición anterior de esta columna reflexionamos sobre el creciente desinterés público y evasión en las noticias, y cómo eso puede afectar la participación cívica en general. Y a pesar de que la fatiga que causa la acumulación de eventos negativos en las noticias es real, existen otros factores que vale la pena considerar en cuanto a la falta de participación cívica en la sociedad.

Uno de los más importantes es el cinismo, particularmente como actitud política y social. Según Kathleen H. Jamieson y Joseph N. Cappella, el cinismo político se refiere a una desconfianza generalizada en los líderes o grupos en el proceso político en su conjunto. También implica que el proceso político se percibe como corruptor de las personas que participan en él y que a su vez atrae a personas corruptas como participantes. Dicho de manera simplificada, el cinismo nos hace esperar siempre lo peor de nuestros líderes y nuestro sistema político. El cinismo modifica el hartazgo y lo convierte en fatiga. Quizá una de las peores consecuencias del cinismo es que nos hace normalizar eventos que deberían indignarnos.

En un ensayo recientemente publicado en Harper’s magazine, la autora estadounidense Rebecca Solnit advierte que uno de los más grandes males del cinismo es que reduce la motivación de participar en la vida pública, el discurso público, e incluso las conversaciones inteligentes y productivas que logran distinguir tonos de gris, ambigüedades y ambivalencias. Esto nos remite también a que uno de los peligros más grandes en el proceso de creación de conciencia es el sobresimplificar los eventos, posturas y personajes de la opinión pública; el hacer esto reduce nuestra capacidad de crítica y juicio y nos condena a una búsqueda de estándares ideales que normalmente son difíciles de encontrar en el mundo real.

Hannah Arendt también advierte sobre los peligros del cinismo en su libro Los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951. Indica que en todos los rangos de los movimientos totalitarios podemos encontrar una mezcla de credulidad y cinismo. Comenta que entre quienes engañan al público desde lugares de poder, el cinismo es una fuerza más fuerte; entre quienes están siendo engañados, la credulidad está, pero los dos no están tan separados como podría parecer.

Una de las características más irónicas del cinismo es que nos vuelve confiados e incrédulos al mismo tiempo. Y uno de los peligros más grandes del cinismo es dañar nuestras relaciones con otras personas al volverlas confrontativas y reaccionarias, haciéndonos intolerantes al diálogo. Y esto también se vuelve un caldo de cultivo para regímenes totalitarios, pues al arruinar nuestras relaciones con los demás (e incluso a veces con nosotros mismos) buscamos algo más en qué creer.

Considero que una de las peores cosas que un sistema con un aparato político fallido puede dejarnos es esto. Además de la fatiga que ya tenemos por las constantes noticias negativas, si combinamos esto con un creciente cinismo realmente tenemos una receta para el desastre, en la que nos colocamos como víctimas perpetuas a merced de las situaciones que nos rodean. Estoy de acuerdo que el margen de poder entre líderes y ciudadanos es distinto y existe mucho que no podemos hacer. Pero también sé que podemos hacer más de lo que se nos quiere hacer creer, y entre menos control creamos que tenemos, más fácil es manipularnos.