/ miércoles 15 de abril de 2020

Contra las crisis no hay amuletos

En algo tiene razón el presidente Andrés Manuel López Obrador cuando enfatiza separando las sílabas: la crisis de la pandemia es tran-si-to-ria. Ya lo decía Víctor Hugo: “Todas las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega o nos ilumina”.

Menos pasajeros son los efectos de las crisis, sobre todo si ante ellos se cierran los ojos y el entendimiento para prevenirlos y remediarlos en lo posible. El coronavirus declinará tal vez cuando la ciencia descubra una vacuna para derrotarlo. Será la iluminación de la que hablaba el autor de Los Miserables.

El mundo entero ha entrado ya en la oscuridad de varias crisis; a la pandemia sigue la caída de las economías con su estela de recesión, desempleo y pobreza. No es con amuletos, estampitas, citas bíblicas y detentes como México está atacando la pandemia del Covid-19 tras la reticencia oficial de emprender la batalla. Pero si alguien, con pensamiento mágico-religioso piensa que de algo sirven esas creencias irracionales, más disparatado sería confiar en milagros frente a la crisis económica que ha comenzado y cuyas secuelas, aún trágicas son previsibles. Los pronósticos de las agencias internacionales son más que eso. Implacables, los números basados en cálculos matemáticos anuncian para México una reducción en el crecimiento para este año de alrededor de seis por ciento; no son producto de una conjura conservadora, neoliberal, sino de una realidad que debe asumirse y que lleva a actuar en consecuencia desde ahora.

El presidente López Obrador se empecina en atribuir a la rapacidad empresarial las propuestas para tomar las medidas en defensa, no de los grandes capitales, sino de los cientos de miles, tal vez millones de trabajadores que irán al desempleo si no se apoya a la planta productiva, desde la más grande fábrica hasta la tienda de abarrotes. Reciente análisis de una agencia internacional coloca a México en el lugar cincuenta y ocho de entre los países que ante la inminencia de la caída en la producción han optado por medidas fiscales que reduzcan la amenaza que se cierne sobre sus cientos de miles de empleados cuando las reservas, si es que existen, se agoten en la prolongación de la paralización de la economía, que es inevitable.

Esa masa de desocupados engrosará el enorme ejército de pobres por los que López Obrador dice preocuparse en primer lugar. Cincuenta millones de pobres son utilizados como bandera política, demagógica sin por ello buscar los caminos para su redención. A cambio de ello, surge en la mente presidencial una audaz idea: adelantar para el año veintiuno la votación en la que se decida la continuación de su mandato.

Las crisis requieren algo más que la ocurrencia. Albert Einstein provocó el caos en el interior del átomo y lo convirtió en poderosa fuerza creadora. Recordémoslo: “En tiempos de crisis la imaginación es más efectiva que el intelecto”

srio28@prodigy.net.mx

En algo tiene razón el presidente Andrés Manuel López Obrador cuando enfatiza separando las sílabas: la crisis de la pandemia es tran-si-to-ria. Ya lo decía Víctor Hugo: “Todas las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega o nos ilumina”.

Menos pasajeros son los efectos de las crisis, sobre todo si ante ellos se cierran los ojos y el entendimiento para prevenirlos y remediarlos en lo posible. El coronavirus declinará tal vez cuando la ciencia descubra una vacuna para derrotarlo. Será la iluminación de la que hablaba el autor de Los Miserables.

El mundo entero ha entrado ya en la oscuridad de varias crisis; a la pandemia sigue la caída de las economías con su estela de recesión, desempleo y pobreza. No es con amuletos, estampitas, citas bíblicas y detentes como México está atacando la pandemia del Covid-19 tras la reticencia oficial de emprender la batalla. Pero si alguien, con pensamiento mágico-religioso piensa que de algo sirven esas creencias irracionales, más disparatado sería confiar en milagros frente a la crisis económica que ha comenzado y cuyas secuelas, aún trágicas son previsibles. Los pronósticos de las agencias internacionales son más que eso. Implacables, los números basados en cálculos matemáticos anuncian para México una reducción en el crecimiento para este año de alrededor de seis por ciento; no son producto de una conjura conservadora, neoliberal, sino de una realidad que debe asumirse y que lleva a actuar en consecuencia desde ahora.

El presidente López Obrador se empecina en atribuir a la rapacidad empresarial las propuestas para tomar las medidas en defensa, no de los grandes capitales, sino de los cientos de miles, tal vez millones de trabajadores que irán al desempleo si no se apoya a la planta productiva, desde la más grande fábrica hasta la tienda de abarrotes. Reciente análisis de una agencia internacional coloca a México en el lugar cincuenta y ocho de entre los países que ante la inminencia de la caída en la producción han optado por medidas fiscales que reduzcan la amenaza que se cierne sobre sus cientos de miles de empleados cuando las reservas, si es que existen, se agoten en la prolongación de la paralización de la economía, que es inevitable.

Esa masa de desocupados engrosará el enorme ejército de pobres por los que López Obrador dice preocuparse en primer lugar. Cincuenta millones de pobres son utilizados como bandera política, demagógica sin por ello buscar los caminos para su redención. A cambio de ello, surge en la mente presidencial una audaz idea: adelantar para el año veintiuno la votación en la que se decida la continuación de su mandato.

Las crisis requieren algo más que la ocurrencia. Albert Einstein provocó el caos en el interior del átomo y lo convirtió en poderosa fuerza creadora. Recordémoslo: “En tiempos de crisis la imaginación es más efectiva que el intelecto”

srio28@prodigy.net.mx