/ viernes 31 de enero de 2020

Contracción económica: las causas persisten

Con los resultados sobre crecimiento informados casi en simultáneo por el Departamento de Comercio de Estados Unidos y, aquí en México, el INEGI, ya estamos en condiciones de confirmar dos tendencias claves para el diagnóstico económico de la nación y a tener en cuenta en la receta necesaria para que el 2020 sea mejor, más allá de que pueda haber “otros datos” para otros fines.

Lo anterior, desde luego, en el entendido de que crecer sí es importante o que queremos que el valor de nuestra economía, consignado en el PIB, suba o cuando menos no se recorte. Para empezar, porque sólo así habrá recursos suficientes para pagar las cuentas del gobierno, si éste quiere mantener el gasto social en su nivel –ya no digamos incrementarlo– e invertir en obra pública, máxime cuando de por medio hay mega proyectos sin perspectivas realistas de retorno a la inversión.

Esas dos tendencias son, 1) el desacoplamiento de México del ciclo económico de Estados Unidos, que había sido la constante desde los años 90, y 2), lo que eso nos dice sobre el factor esencial que está detrás de la debilidad de nuestra economía: el desplome de la inversión, propiciado sobre todo por una enorme incertidumbre de carácter interno, derivada de cambios disruptivos, percepción de discrecionalidad y falta de claridad de rumbo en la conducción nacional. Todo eso empezó a percibirse y a tener efectos tangibles, como queda demostrado a estas alturas, con la cancelación de las obras del nuevo aeropuerto que se construía en la zona de Texcoco.

Los datos son contundentes: en los últimos tres meses del 2019 la economía estadounidense avanzó 2.1% a tasa anual, prácticamente lo mismo que en el trimestre previo. De esta forma, el crecimiento acumulado para el año fue de 2.3 por ciento. Menos que en 2018, cuando alcanzaron el 2.5%, pero un poco más que la expectativa para este año de 2.1 por ciento.

En cambio, en México, la Estimación Oportuna del PIB para el último trimestre del 2019 registró una reducción real de -0.3% anual. Así, terminamos el año con una contracción del PIB de -0.1%, el peor desempeño en 10 años, cuando cayó 5 por ciento. Sólo que en 2009 el factor desencadenante claramente fue el crack financiero del 2008 y la recesión que le siguió en Estados Unidos.

Esta vez, la zozobra que frenó la inversión en México, según los últimos datos con una disminución de 5.4% anual en los primeros 10 meses del 2019 (también la mayor en una década), no fue por fenómenos externos. Las causas no están e en asuntos como las tensiones comerciales y geopolíticas entre Estados Unidos y China. Ni siquiera en las negociaciones del TMEC, que generaron más o al menos el mismo nerviosismo previamente, desde que Trump asumió el poder en enero de 2017 y pronto comenzó a amenazar con cancelar unilateralmente el TLCAN. Acordémonos de las afectaciones a nuestra moneda en esos meses. No por nada nuestra tasa de interés sigue tan arriba de su nivel óptimo.

Para referencia, en 2017 y 2018 México creció al 2.1 y 2 por ciento respectivamente. Como refirió un artículo del Wall Street Journal que llamó mucho la atención a principios de diciembre del año pasado, escrito por Mary Anastasia O’Grady, su especialista en América Latina: “El acuerdo comercial no rescatará a México”.

Con los resultados sobre crecimiento informados casi en simultáneo por el Departamento de Comercio de Estados Unidos y, aquí en México, el INEGI, ya estamos en condiciones de confirmar dos tendencias claves para el diagnóstico económico de la nación y a tener en cuenta en la receta necesaria para que el 2020 sea mejor, más allá de que pueda haber “otros datos” para otros fines.

Lo anterior, desde luego, en el entendido de que crecer sí es importante o que queremos que el valor de nuestra economía, consignado en el PIB, suba o cuando menos no se recorte. Para empezar, porque sólo así habrá recursos suficientes para pagar las cuentas del gobierno, si éste quiere mantener el gasto social en su nivel –ya no digamos incrementarlo– e invertir en obra pública, máxime cuando de por medio hay mega proyectos sin perspectivas realistas de retorno a la inversión.

Esas dos tendencias son, 1) el desacoplamiento de México del ciclo económico de Estados Unidos, que había sido la constante desde los años 90, y 2), lo que eso nos dice sobre el factor esencial que está detrás de la debilidad de nuestra economía: el desplome de la inversión, propiciado sobre todo por una enorme incertidumbre de carácter interno, derivada de cambios disruptivos, percepción de discrecionalidad y falta de claridad de rumbo en la conducción nacional. Todo eso empezó a percibirse y a tener efectos tangibles, como queda demostrado a estas alturas, con la cancelación de las obras del nuevo aeropuerto que se construía en la zona de Texcoco.

Los datos son contundentes: en los últimos tres meses del 2019 la economía estadounidense avanzó 2.1% a tasa anual, prácticamente lo mismo que en el trimestre previo. De esta forma, el crecimiento acumulado para el año fue de 2.3 por ciento. Menos que en 2018, cuando alcanzaron el 2.5%, pero un poco más que la expectativa para este año de 2.1 por ciento.

En cambio, en México, la Estimación Oportuna del PIB para el último trimestre del 2019 registró una reducción real de -0.3% anual. Así, terminamos el año con una contracción del PIB de -0.1%, el peor desempeño en 10 años, cuando cayó 5 por ciento. Sólo que en 2009 el factor desencadenante claramente fue el crack financiero del 2008 y la recesión que le siguió en Estados Unidos.

Esta vez, la zozobra que frenó la inversión en México, según los últimos datos con una disminución de 5.4% anual en los primeros 10 meses del 2019 (también la mayor en una década), no fue por fenómenos externos. Las causas no están e en asuntos como las tensiones comerciales y geopolíticas entre Estados Unidos y China. Ni siquiera en las negociaciones del TMEC, que generaron más o al menos el mismo nerviosismo previamente, desde que Trump asumió el poder en enero de 2017 y pronto comenzó a amenazar con cancelar unilateralmente el TLCAN. Acordémonos de las afectaciones a nuestra moneda en esos meses. No por nada nuestra tasa de interés sigue tan arriba de su nivel óptimo.

Para referencia, en 2017 y 2018 México creció al 2.1 y 2 por ciento respectivamente. Como refirió un artículo del Wall Street Journal que llamó mucho la atención a principios de diciembre del año pasado, escrito por Mary Anastasia O’Grady, su especialista en América Latina: “El acuerdo comercial no rescatará a México”.