/ miércoles 2 de diciembre de 2020

Controlar al Covid en México: posible y urgente

En un editorial del New York Times de agosto, titulado “América podría controlar la pandemia hacia octubre”, se afirmaba que la salida de la crisis del Covid-19 en Estados Unidos no debería tomar más ocho semanas con un plan adecuado: corregir sobre lo que se hizo mal y lo que no hicieron. Entonces ya se alertaba de que, con la llegada del frío, podía desencadenarse un rebrote de contagios de grandes proporciones. Había que actuar.

Sin embargo, no pasó. El rebrote se dio, Trump perdió las elecciones y Biden se alista a dar ese golpe de timón desde el día uno. Entre otras medidas, uso generalizado de cubre bocas, esquemas de pruebas masivos y directivas nacionales, ya no fragmentadas regionalmente o por preferencias partidistas.

En México, en septiembre, seis ex secretarios de Salud, tras concluir que el Covid-19 estaba fuera de control, propusieron modificar la estrategia vigente y poner en marcha un plan nacional de ocho semanas “para el genuino control de la epidemia”. Afirmaron que era el tiempo promedio en el que otros países lo lograron, y que podía ser la base para restablecer la coordinación con todos los gobiernos estatales y de los sistemas de salud públicos y privados.

El plan incluía la aplicación masiva de pruebas del virus para trazar su movimiento y contener su expansión, con una base de datos nacional para rastreo de casos y sus contactos. Asimismo, una encuesta serológica para determinar la población infectada y a la que tiene anticuerpos, un comité científico de alto nivel, una Ley de Cuarentena para establecer derechos y obligaciones, y una campaña de vacunación extraordinaria contra la influenza, en preparación del reto que viene con la del Covid-19.

Sobre todo, llamaban a una mayor disciplina social: cubre bocas obligatorio, distanciamiento social e higiene, y como respaldo, una política económica para quedarse en casa, con apoyos para que la gente no se vea impelida a arriesgar su salud y la de su familia. Pero la iniciativa fue ignorada, incluso con displicencia.

Hoy estamos en un repunte, con récords de contagios y muertes, que en cifras oficiales pasan de 100 mil, aunque analistas e instituciones multiplican la cifra por dos o más. Es hora de reaccionar: gran parte de las medidas planteadas sigue siendo pertinente y urgente.

Oficialmente se afirma que la estrategia ha estado guiada por criterios científicos y que ha funcionado. Sin embargo, como en Estados Unidos y Brasil, la crisis ha estado contaminada por la política, con decisiones ajenas a las razones objetivas de salud pública. Por ejemplo, la “nueva normalidad” con reapertura económica en junio, justo cuando se disparaba el contagio.

Aunque se delegó el liderazgo a un experto, no se complementó con un cuerpo de expertos amplio que enriqueciera la capacidad institucional de evaluación y decisión. Se centralizó la estrategia, y la difusión y comunicación han sido erráticas y contradictorias: insistiendo en que se “aplanó la curva” cuando las gráficas han mostrado lo opuesto.

Sin autocrítica, será muy difícil luchar contra una catástrofe que todavía puede empeorar. Fuera de la narrativa oficial, en el ranking que acaba de publicar Bloomberg sobre la respuesta a la pandemia ocupamos el último lugar entre 53 países.

Sobre todo, se ha reclamado la ausencia de un llamado enfático, sin reticencias, al uso generalizado y no discrecional de cubre bocas. Instituciones y especialistas han remarcado que con ello podrían salvarse alrededor de 10 mil vidas de aquí a marzo.

Tampoco se ha dado importancia a otras medidas que han funcionado en otros países, como mapeos de contactos y confinamientos focalizados. En lo que atañe a las pruebas, esencial según la Organización de la Salud, México es una de las naciones con menor implementación. Incluso tuvo como política ahorrar en ello, con el sucedáneo de un “modelo centinela” que, a la luz de los resultados, no fue efectivo.

Todo ello ha tenido un costo trágico. Estamos entre los 10 países con mayor mortalidad y somos el de mayor letalidad: 9.8 muertes por cada 100 casos confirmados, seguido de Irán (5.4), Italia (3.8) y Estados Unidos (2.2). Y eso según cifras oficiales, cuando estamos entre las naciones con mayor mortalidad en exceso. Además, de acuerdo con Amnistía Internacional, México es donde más trabajadores de salud han muerto por Covid-19.

En cuanto a la economía, hay que decirlo: no habrá una reactivación sólida y sostenible mientras sigamos en una crisis de salud pública, y menos aún con un rebrote.

Pronto podrían estar listas las vacunas, pero su distribución y aplicación tardarán mucho más. Mientras tanto, siguen cerrando empresas, ante un grave shock de liquidez o de plano de insolvencia. Sobre todo, pequeños y medianos negocios, donde se concentran siete de cada 10 empleos en nuestro país.

A diferencia de casi todo el mundo, aquí no hubo ningún plan de emergencia económica sustantivo. Los estímulos anunciados por el gobierno apenas rozan el 1% del PIB, cuando el promedio entre los países emergentes es de 6 por ciento.

Desde luego, más allá de lo económico, está el desafío de salud, aquí y ahora. ¿Qué esperamos? Subsiste reto y la posibilidad de salvar miles de vidas.

En un editorial del New York Times de agosto, titulado “América podría controlar la pandemia hacia octubre”, se afirmaba que la salida de la crisis del Covid-19 en Estados Unidos no debería tomar más ocho semanas con un plan adecuado: corregir sobre lo que se hizo mal y lo que no hicieron. Entonces ya se alertaba de que, con la llegada del frío, podía desencadenarse un rebrote de contagios de grandes proporciones. Había que actuar.

Sin embargo, no pasó. El rebrote se dio, Trump perdió las elecciones y Biden se alista a dar ese golpe de timón desde el día uno. Entre otras medidas, uso generalizado de cubre bocas, esquemas de pruebas masivos y directivas nacionales, ya no fragmentadas regionalmente o por preferencias partidistas.

En México, en septiembre, seis ex secretarios de Salud, tras concluir que el Covid-19 estaba fuera de control, propusieron modificar la estrategia vigente y poner en marcha un plan nacional de ocho semanas “para el genuino control de la epidemia”. Afirmaron que era el tiempo promedio en el que otros países lo lograron, y que podía ser la base para restablecer la coordinación con todos los gobiernos estatales y de los sistemas de salud públicos y privados.

El plan incluía la aplicación masiva de pruebas del virus para trazar su movimiento y contener su expansión, con una base de datos nacional para rastreo de casos y sus contactos. Asimismo, una encuesta serológica para determinar la población infectada y a la que tiene anticuerpos, un comité científico de alto nivel, una Ley de Cuarentena para establecer derechos y obligaciones, y una campaña de vacunación extraordinaria contra la influenza, en preparación del reto que viene con la del Covid-19.

Sobre todo, llamaban a una mayor disciplina social: cubre bocas obligatorio, distanciamiento social e higiene, y como respaldo, una política económica para quedarse en casa, con apoyos para que la gente no se vea impelida a arriesgar su salud y la de su familia. Pero la iniciativa fue ignorada, incluso con displicencia.

Hoy estamos en un repunte, con récords de contagios y muertes, que en cifras oficiales pasan de 100 mil, aunque analistas e instituciones multiplican la cifra por dos o más. Es hora de reaccionar: gran parte de las medidas planteadas sigue siendo pertinente y urgente.

Oficialmente se afirma que la estrategia ha estado guiada por criterios científicos y que ha funcionado. Sin embargo, como en Estados Unidos y Brasil, la crisis ha estado contaminada por la política, con decisiones ajenas a las razones objetivas de salud pública. Por ejemplo, la “nueva normalidad” con reapertura económica en junio, justo cuando se disparaba el contagio.

Aunque se delegó el liderazgo a un experto, no se complementó con un cuerpo de expertos amplio que enriqueciera la capacidad institucional de evaluación y decisión. Se centralizó la estrategia, y la difusión y comunicación han sido erráticas y contradictorias: insistiendo en que se “aplanó la curva” cuando las gráficas han mostrado lo opuesto.

Sin autocrítica, será muy difícil luchar contra una catástrofe que todavía puede empeorar. Fuera de la narrativa oficial, en el ranking que acaba de publicar Bloomberg sobre la respuesta a la pandemia ocupamos el último lugar entre 53 países.

Sobre todo, se ha reclamado la ausencia de un llamado enfático, sin reticencias, al uso generalizado y no discrecional de cubre bocas. Instituciones y especialistas han remarcado que con ello podrían salvarse alrededor de 10 mil vidas de aquí a marzo.

Tampoco se ha dado importancia a otras medidas que han funcionado en otros países, como mapeos de contactos y confinamientos focalizados. En lo que atañe a las pruebas, esencial según la Organización de la Salud, México es una de las naciones con menor implementación. Incluso tuvo como política ahorrar en ello, con el sucedáneo de un “modelo centinela” que, a la luz de los resultados, no fue efectivo.

Todo ello ha tenido un costo trágico. Estamos entre los 10 países con mayor mortalidad y somos el de mayor letalidad: 9.8 muertes por cada 100 casos confirmados, seguido de Irán (5.4), Italia (3.8) y Estados Unidos (2.2). Y eso según cifras oficiales, cuando estamos entre las naciones con mayor mortalidad en exceso. Además, de acuerdo con Amnistía Internacional, México es donde más trabajadores de salud han muerto por Covid-19.

En cuanto a la economía, hay que decirlo: no habrá una reactivación sólida y sostenible mientras sigamos en una crisis de salud pública, y menos aún con un rebrote.

Pronto podrían estar listas las vacunas, pero su distribución y aplicación tardarán mucho más. Mientras tanto, siguen cerrando empresas, ante un grave shock de liquidez o de plano de insolvencia. Sobre todo, pequeños y medianos negocios, donde se concentran siete de cada 10 empleos en nuestro país.

A diferencia de casi todo el mundo, aquí no hubo ningún plan de emergencia económica sustantivo. Los estímulos anunciados por el gobierno apenas rozan el 1% del PIB, cuando el promedio entre los países emergentes es de 6 por ciento.

Desde luego, más allá de lo económico, está el desafío de salud, aquí y ahora. ¿Qué esperamos? Subsiste reto y la posibilidad de salvar miles de vidas.