/ viernes 18 de marzo de 2022

Cooperación y diplomacia cultural: cosa de dinamiteros

¿Añorante del pasado? Sí, por qué no. La cooperación internacional y la diplomacia cultural cuentan con un historial digno de ser valorado, para comprender el oficio de dinamiteros en el cuatroteismo.

El recuento puede arrancar desde el siglo XIX. Por ahora fijemos el relato a partir del primer departamento de Relaciones Culturales en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), en 1958, con la figura del escritor Carlos Fuentes como uno de sus hacedores.

El presidente Adolfo López Mateos favoreció la creación de dos áreas en cancillería: el Organismo de Promoción Internacional de la Cultura y la Dirección General de Relaciones Culturales.

En esos años 60, la UNESCO expide la Declaración de los Principios de la Cooperación Cultural Internacional. Los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo tuvieron un particular activismo que tocó el campo cultural (pregunten al flamante Senador Héctor Vasconcelos).

Es con el segundo de ellos que la cooperación cultural para el desarrollo llega al punto de favorecer una Subsecretaría de Asuntos Culturales en la SRE.

Con Miguel de la Madrid se avanza a una Subsecretaría de Cooperación Internacional. La fracción X del artículo 89 de la Constitución la incluye como parte de las responsabilidades del titular del Ejecutivo. Mucho y aun materia de controversia algunas de sus aristas, se desarrolla en estos campos durante el gobierno de Carlos Salinas.

Con Rosario Green como canciller y con el incansable precursor de estas materias, el embajador Jorge Alberto Lozoya, se crea en 1998 el Instituto Mexicano de Cooperación Internacional (IMEXCI). Con el entonces poderoso Consejo Nacional para la Cultura y las Artes se genera una dinámica potente.

Al llegar la alternancia con Vicente Fox, con Jorge G. Castañeda al frente de la SRE y con Gerardo Estrada en los Asuntos Culturales, la diplomacia cultural vive otra novedosa etapa. En una intención que lamentablemente no fructificó, se suprime el IMEXCI para dar paso al Instituto de México.

Con Luis Ernesto Derbez como canciller todo eso se vino abajo; con la Unidad de Relaciones Económicas y Cooperación Internacional se intenta volver a condiciones óptimas en estas funciones.

Como Senadora en el sexenio de Felipe Calderón, en un interés consecuente, pero mal diseñado, Rosario Green propone en 2007 la creación de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID).

Recuerdo ahora a mi colega Rafael Campos Sánchez, fallecido en 2014, ya que juntos dimos una enorme batalla para que lograr que la agencia fuera fruto de un amplio diálogo y capaz de responder a largo plazo.

Justamente por haber nacido coja, disfuncional, inconsistente, como un órgano desconcentrado de la SRE sin personalidad jurídica ni patrimonio propio (entre muchos asegunes), es que la AMEXCID quedó vulnerable.

Pese a los esfuerzos, a lo que bien o mal ha realizado en poco más de una década (nació en 2011), hoy forma parte de las instancias que el presidente López Obrador enlistó para desaparecer en las próximas semanas. Además, ya se le suprimieron sus fideicomisos.

Cosas de la vida, cuando Rosario Green ya no está con nosotros (falleció en 2017). De haber hecho caso en esas discusiones, la AMEXCID tendría que mejorarse y sostenerse pese a la poda administrativa del mandatario tabasqueño que, de paso, vulnera el precepto constitucional.

Vuelta a la prehistoria, la cooperación internacional para el desarrollo será absorbida por quien bien pueda en la cancillería, en tanto la diplomacia cultural naufraga en el fango de su defenestrado inventor, un área sin titular desde agosto de 2021.

El sello lopezobradorista y ebrardrista queda para la historia: cosa de dinamiteros.

¿Añorante del pasado? Sí, por qué no. La cooperación internacional y la diplomacia cultural cuentan con un historial digno de ser valorado, para comprender el oficio de dinamiteros en el cuatroteismo.

El recuento puede arrancar desde el siglo XIX. Por ahora fijemos el relato a partir del primer departamento de Relaciones Culturales en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), en 1958, con la figura del escritor Carlos Fuentes como uno de sus hacedores.

El presidente Adolfo López Mateos favoreció la creación de dos áreas en cancillería: el Organismo de Promoción Internacional de la Cultura y la Dirección General de Relaciones Culturales.

En esos años 60, la UNESCO expide la Declaración de los Principios de la Cooperación Cultural Internacional. Los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo tuvieron un particular activismo que tocó el campo cultural (pregunten al flamante Senador Héctor Vasconcelos).

Es con el segundo de ellos que la cooperación cultural para el desarrollo llega al punto de favorecer una Subsecretaría de Asuntos Culturales en la SRE.

Con Miguel de la Madrid se avanza a una Subsecretaría de Cooperación Internacional. La fracción X del artículo 89 de la Constitución la incluye como parte de las responsabilidades del titular del Ejecutivo. Mucho y aun materia de controversia algunas de sus aristas, se desarrolla en estos campos durante el gobierno de Carlos Salinas.

Con Rosario Green como canciller y con el incansable precursor de estas materias, el embajador Jorge Alberto Lozoya, se crea en 1998 el Instituto Mexicano de Cooperación Internacional (IMEXCI). Con el entonces poderoso Consejo Nacional para la Cultura y las Artes se genera una dinámica potente.

Al llegar la alternancia con Vicente Fox, con Jorge G. Castañeda al frente de la SRE y con Gerardo Estrada en los Asuntos Culturales, la diplomacia cultural vive otra novedosa etapa. En una intención que lamentablemente no fructificó, se suprime el IMEXCI para dar paso al Instituto de México.

Con Luis Ernesto Derbez como canciller todo eso se vino abajo; con la Unidad de Relaciones Económicas y Cooperación Internacional se intenta volver a condiciones óptimas en estas funciones.

Como Senadora en el sexenio de Felipe Calderón, en un interés consecuente, pero mal diseñado, Rosario Green propone en 2007 la creación de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID).

Recuerdo ahora a mi colega Rafael Campos Sánchez, fallecido en 2014, ya que juntos dimos una enorme batalla para que lograr que la agencia fuera fruto de un amplio diálogo y capaz de responder a largo plazo.

Justamente por haber nacido coja, disfuncional, inconsistente, como un órgano desconcentrado de la SRE sin personalidad jurídica ni patrimonio propio (entre muchos asegunes), es que la AMEXCID quedó vulnerable.

Pese a los esfuerzos, a lo que bien o mal ha realizado en poco más de una década (nació en 2011), hoy forma parte de las instancias que el presidente López Obrador enlistó para desaparecer en las próximas semanas. Además, ya se le suprimieron sus fideicomisos.

Cosas de la vida, cuando Rosario Green ya no está con nosotros (falleció en 2017). De haber hecho caso en esas discusiones, la AMEXCID tendría que mejorarse y sostenerse pese a la poda administrativa del mandatario tabasqueño que, de paso, vulnera el precepto constitucional.

Vuelta a la prehistoria, la cooperación internacional para el desarrollo será absorbida por quien bien pueda en la cancillería, en tanto la diplomacia cultural naufraga en el fango de su defenestrado inventor, un área sin titular desde agosto de 2021.

El sello lopezobradorista y ebrardrista queda para la historia: cosa de dinamiteros.