Por Eduardo Vázquez
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) inicia este 31 de octubre en Glasgow, Reino Unido con una expectativa inmensa de los asistentes y el mundo en general, dados los efectos del cambio climático que cada vez son más evidentes en todas las regiones del mundo, sin distinción alguna.
De acuerdo con los organizadores, el objetivo final de la COP26 es actualizar los compromisos de los Estados y reafirmar metas concretas y medibles, que permitan acelerar el cumplimiento de los Acuerdos de París (COP 21). Con esto se pretende lograr que los países disminuyan y reduzcan sus emisiones de CO2 , así como impulsar una agenda de adaptación (resaltando el enfoque en los ecosistemas) a los inevitables impactos del cambio climático.
La alerta enviada recientemente por el Grupo de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), ha presionado a los gobiernos nacionales, estatales y municipales para redoblar sus esfuerzos en la reducción de emiones de Gases de Efecto Invernadero, ya que se prevé que de incrementarse la temperatura a un calentamiento de 1,5 °C se afectarán los patrones de lluvia, aumentarán de manera significativa las olas de calor, se alargarán las estaciones cálidas y se acortarán las estaciones frías.
En el escenario de alcanzar un calentamiento de 2 °C, los episodios de calor extremo alcanzarían con mayor frecuencia umbrales de tolerancia críticos para la agricultura y la salud, afectando con ello la seguridad alimentaria y energética, así como el bienestar de las comunidades en todo el planeta; las zonas costeras experimentarán un aumento continuo del nivel del mar, y las inundaciones serían mucho más frecuentes y graves en las zonas bajas.
En el reciente informe publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA), se hizo referencia que aún no hay un fuerte compromiso de los países para limitar el calentamiento global a +1,5 ºC. Las nuevas previsiones presentadas por los distintos países previo a la COP26, impulsan una reducción de las emisiones para 2030 del 7.5 por ciento, cuando en realidad se necesita un 30 por ciento para estar en los 2 ºC, y del 55 por ciento para llegar a +1,5 ºC.
Este documento presentado durante la última semana de octubre, sentencia que cada pequeña variación de temperatura puede tener consecuencias catastróficas en los fenómenos climáticos (y la población del planeta en general), desde sequías y olas de calor a inundaciones y súper huracanes como los que se presentan actualmente con mayor frecuencia.
En este año, además, la COP26 tendrá como uno de sus principales temas la recuperación de las ciudades después de las graves afectaciones por la pandemia de Covid-19 (que evidenció la urgente necesidad de mejorar los servicios de agua y saneamiento para garantizar la salud de las personas), así como la gran problemática que han generado en los centros urbanos y en diversos ecosistemas, las inundaciones y sequías a lo largo del mundo.
En efecto, diversas organizaciones y especialistas como el Instituto Sueco Internacional del Agua (organizador de la semana mundial del agua), han puesto sobre la mesa lo evidente: el agua es el hilo conductor para la acción climática. Para este fin, instalarán en el evento un “Pabellón Hídrico” con el fin de concientizar a los diversos actores de todos los sectores y tomadores de decisión relevantes, sobre la necesidad de poner los ojos en el agua como una gran respuesta a este reto que nos enfrentamos de manera global.
Como hemos comentado previamente en este espacio, de acuerdo a los datos científicos disponibles, el principal efecto del cambio climático se resiente en el agua, debido a la afectación que genera en el ciclo hidrológico y las consecuencias que esto conlleva en cuanto a los patrones de lluvia y condiciones de sequía acelerados.
El tiempo corre y los problemas climáticos se continúan magnificando. Algunos países han dejado ver ya, en anticipo al evento, serias reservas en cuanto a sus compromisos para el cumplimiento de estas metas, lo cual ha generado tensión y preocupación entre los asistentes y muchos de los gobiernos que impulsan esta agenda necesaria.
Como hemos visto en los fenómenos climáticos recientes, cada vez hay menos margen de maniobra. Se requiere actuar sin titubeos. El presente y futuro del planeta, sus ecosistemas y habitantes, están en juego, y el agua como catalizador y eje articulador de soluciones, puede y debe jugar un rol central en las decisiones y activaciones necesarias.
Necesitamos, por tanto, un esfuerzo que se refleje en acciones colectivas con la participación de todos los sectores (público, social, privado, academia, centros de investigación y pensamiento, instituciones académicas y organismos internacionales), y por supuesto, de la sociedad en general. El momento es ahora.