/ lunes 29 de junio de 2020

Coronavirus y deporte | El mundo y el peligro de las prisas

Por: José Ángel Rueda

La prisa y la mesura jamás han tenido una relación extraordinaria. Al menos no todas las personas son capaces de tomar buenas decisiones en los momentos de máximo apremio. Supongo que por eso Messi es lo que es, o Tom Brady es lo que es. Muchos delanteros han experimentado la terrible sensación de la prisa. Esos momentos en los que el balón les llega como caído del cielo y advierten la soledad absoluta de cara al marco, pero apenas después de un pestañeo el instinto les dice que los rivales se acercan a una velocidad endiablada, y que el portero, que segundos antes era apenas una estatua, emprendió el achique, y que el tiempo, que parecía infinito, ya no sobra. Entonces viene el error, la decisión equivocada, y por consiguiente la ocasión perdida. Lo mismo ocurre en el futbol americano, cuando el quarterback recibe el ovoide. Apenas son segundos los que tiene para ver si su primera opción está libre, de lo contrario deberá otear el campo y decidir cuanto antes, eso sí, ante la presión de los defensivos que aprovechan el colapso de la bolsa y ponen en marcha una persecución salvaje. En los momentos desesperados, si bien le va al mariscal, será un pase incompleto, si la cosa empeora, será una intercepción. Las prisas nunca han sido buenas, ni en el deporte ni en ningún otro lado.

México, y la mayoría de los países, hay que decirlo, viven a las carreras, correteados constantemente por la necesidad de reactivarse después de la pandemia. Aunque por supuesto, decir después resulta casi una osadía, porque no existe el después, si acaso es un durante, con todo y la naturaleza del término, condenada a prolongarse por un tiempo indeterminado. Sin posibilidad de encontrar más tiempo para decidir cómo seguir, los países caminan a ciegas, como peleando contra un monstruo invisible.

La nueva normalidad se presenta aún en la emergencia. Una normalidad que no es nueva, sino obligada. Porque en los hospitales la cifra de muertos y contagios parece no estar dispuesta a ceder. Los mercados, sin embargo, han vuelto a tener el color de siempre, aunque los rostros de quienes los abarrotan son caras a medias, dominadas por la mascarilla del miedo. No todas, es cierto, pero sí algunas. A las calles ha vuelto también el bullicio mezclado con el rumor de un mundo que desconocemos, EL DATO pero que se niega a detenerse, en parte porque no puede, y en parte porque no quiere. En otros países, apenas relajaron la cuarentena, las playas se colmaron de gente, como si de pronto el miedo de no encontrar un día más dejara todo para el vértigo de un momento.

Algo parecido le pasa a los deportes, obstinados en preparar sus próximos torneos, pese a que en cada prueba que realizan surjan nuevos casos positivos. Al futbol mexicano le comen las prisas por volver a jugar cuanto antes, por recuperar un poco de todo lo perdido. Incluso hasta encontró la forma de inventarse un torneo de pretemporada de casi tres semanas previo al inicio del certamen oficial, aunque las condiciones de seguridad parezcan sacadas de una manga. El mundo ha vuelto a girar, pero con sus reservas.

Por: José Ángel Rueda

La prisa y la mesura jamás han tenido una relación extraordinaria. Al menos no todas las personas son capaces de tomar buenas decisiones en los momentos de máximo apremio. Supongo que por eso Messi es lo que es, o Tom Brady es lo que es. Muchos delanteros han experimentado la terrible sensación de la prisa. Esos momentos en los que el balón les llega como caído del cielo y advierten la soledad absoluta de cara al marco, pero apenas después de un pestañeo el instinto les dice que los rivales se acercan a una velocidad endiablada, y que el portero, que segundos antes era apenas una estatua, emprendió el achique, y que el tiempo, que parecía infinito, ya no sobra. Entonces viene el error, la decisión equivocada, y por consiguiente la ocasión perdida. Lo mismo ocurre en el futbol americano, cuando el quarterback recibe el ovoide. Apenas son segundos los que tiene para ver si su primera opción está libre, de lo contrario deberá otear el campo y decidir cuanto antes, eso sí, ante la presión de los defensivos que aprovechan el colapso de la bolsa y ponen en marcha una persecución salvaje. En los momentos desesperados, si bien le va al mariscal, será un pase incompleto, si la cosa empeora, será una intercepción. Las prisas nunca han sido buenas, ni en el deporte ni en ningún otro lado.

México, y la mayoría de los países, hay que decirlo, viven a las carreras, correteados constantemente por la necesidad de reactivarse después de la pandemia. Aunque por supuesto, decir después resulta casi una osadía, porque no existe el después, si acaso es un durante, con todo y la naturaleza del término, condenada a prolongarse por un tiempo indeterminado. Sin posibilidad de encontrar más tiempo para decidir cómo seguir, los países caminan a ciegas, como peleando contra un monstruo invisible.

La nueva normalidad se presenta aún en la emergencia. Una normalidad que no es nueva, sino obligada. Porque en los hospitales la cifra de muertos y contagios parece no estar dispuesta a ceder. Los mercados, sin embargo, han vuelto a tener el color de siempre, aunque los rostros de quienes los abarrotan son caras a medias, dominadas por la mascarilla del miedo. No todas, es cierto, pero sí algunas. A las calles ha vuelto también el bullicio mezclado con el rumor de un mundo que desconocemos, EL DATO pero que se niega a detenerse, en parte porque no puede, y en parte porque no quiere. En otros países, apenas relajaron la cuarentena, las playas se colmaron de gente, como si de pronto el miedo de no encontrar un día más dejara todo para el vértigo de un momento.

Algo parecido le pasa a los deportes, obstinados en preparar sus próximos torneos, pese a que en cada prueba que realizan surjan nuevos casos positivos. Al futbol mexicano le comen las prisas por volver a jugar cuanto antes, por recuperar un poco de todo lo perdido. Incluso hasta encontró la forma de inventarse un torneo de pretemporada de casi tres semanas previo al inicio del certamen oficial, aunque las condiciones de seguridad parezcan sacadas de una manga. El mundo ha vuelto a girar, pero con sus reservas.