/ miércoles 1 de julio de 2020

Coronavirus y deporte | El sueño dorado de todos los aficionados al beisbol

Yo estaba nervioso. No recuerdo bien qué partido era, solo me acuerdo que jugaban los Yankees. Ya eran casi las once de la noche, faltaba sólo una entrada y los de Nueva York ganaban por una o dos carreras, que para el caso es lo mismo, porque en el beisbol una carrera suele ser muy poco o a veces mucho, nunca se sabe en realidad. Los Yankees ganaban y mi novia se acercó a preguntarme cuánto le faltaba al partido. Yo le respondí que no sabía, que en todo caso, si nos iba bien -irnos bien era irnos temprano a casa- en unos 20 minutos estaríamos fuera de la redacción, pero si nos iba mal, nos darían las 4 de la mañana y ahí seguiríamos.

¡Cómo es posible que pueda terminar en 20 minutos o en cinco horas!, me dijo, y yo no supe bien qué contestarle, porque tampoco tenía la respuesta, y porqué a veces yo también me hacía la misma pregunta. Así es el beisbol, le dije, sabiendo de antemano lo ambiguo de la frase, y sabiendo, también, que estaba condenado a quedarme solo a esperar el final del partido.

Y así fue. Cuando llegó a su casa, minutos más tarde, me preguntó cómo iba, y yo le dije que mal, que el partido se había empatado en la última jugada, que había sido muy emocionante, eso sí, pero que en los extra innings el tiempo se vuelve indescifrable, que encima una especie de sopor invade al juego por el miedo de los peloteros a cometer un error que tire por la borda el esfuerzo de tantas horas, que el duelo de picheo se vuelve frenético y del bullpen salen los héroes caminando lento, y recorren el parque como quien se dispone al paredón, hasta llegar al montículo. Le dije que a esas alturas no le podía ni siquiera asegurar que saldría a las 4 de la mañana. Entonces nos despedimos y ella se fue a dormir. El partido, sin embargo, terminó como a la una, no recuerdo la forma ni quién ganó, supongo que fueron los Yankees de Nueva York.

El beisbol es así. Tiene cosas que otros deportes no tienen, por ejemplo esa tendencia hacia lo infinito. Se sabe a qué hora empieza, pero no cuando acaba.

Es una broma constante que hacemos en la redacción del periódico los días de partido. Cuando en la junta editorial se realiza un planeación aproximada para el cierre. ¿Más o menos a qué hora terminará el partido? Nos preguntamos todos. La pregunta, desde luego, va acompañada con su respectiva risa, porque aunque decimos que no, nos gusta el vértigo de lo desconocido. Luego, ya muy tarde, con el cierre de la edición encima, al filo de la media noche, cuando el partido se empata, los brazos de todos se entrelazan detrás de la nuca en representación de lo inexplicable. Y la crónica que ya estaba lista, es apenas el inicio de una noche que amenaza con volverse eterna.

Da cierta nostalgia pensar que esta temporada será difícil volver a sentir esas sensaciones, porque en el afán de tener todo contralado para reducir riesgos, los extra innings, el sueño dorado de los aficionados, comenzarán con un corredor en segunda. Y lo que antes era una carrera de resistencia, quedará expuesta al poder de un batazo fulminante que termine abruptamente con la ilusión.

Yo estaba nervioso. No recuerdo bien qué partido era, solo me acuerdo que jugaban los Yankees. Ya eran casi las once de la noche, faltaba sólo una entrada y los de Nueva York ganaban por una o dos carreras, que para el caso es lo mismo, porque en el beisbol una carrera suele ser muy poco o a veces mucho, nunca se sabe en realidad. Los Yankees ganaban y mi novia se acercó a preguntarme cuánto le faltaba al partido. Yo le respondí que no sabía, que en todo caso, si nos iba bien -irnos bien era irnos temprano a casa- en unos 20 minutos estaríamos fuera de la redacción, pero si nos iba mal, nos darían las 4 de la mañana y ahí seguiríamos.

¡Cómo es posible que pueda terminar en 20 minutos o en cinco horas!, me dijo, y yo no supe bien qué contestarle, porque tampoco tenía la respuesta, y porqué a veces yo también me hacía la misma pregunta. Así es el beisbol, le dije, sabiendo de antemano lo ambiguo de la frase, y sabiendo, también, que estaba condenado a quedarme solo a esperar el final del partido.

Y así fue. Cuando llegó a su casa, minutos más tarde, me preguntó cómo iba, y yo le dije que mal, que el partido se había empatado en la última jugada, que había sido muy emocionante, eso sí, pero que en los extra innings el tiempo se vuelve indescifrable, que encima una especie de sopor invade al juego por el miedo de los peloteros a cometer un error que tire por la borda el esfuerzo de tantas horas, que el duelo de picheo se vuelve frenético y del bullpen salen los héroes caminando lento, y recorren el parque como quien se dispone al paredón, hasta llegar al montículo. Le dije que a esas alturas no le podía ni siquiera asegurar que saldría a las 4 de la mañana. Entonces nos despedimos y ella se fue a dormir. El partido, sin embargo, terminó como a la una, no recuerdo la forma ni quién ganó, supongo que fueron los Yankees de Nueva York.

El beisbol es así. Tiene cosas que otros deportes no tienen, por ejemplo esa tendencia hacia lo infinito. Se sabe a qué hora empieza, pero no cuando acaba.

Es una broma constante que hacemos en la redacción del periódico los días de partido. Cuando en la junta editorial se realiza un planeación aproximada para el cierre. ¿Más o menos a qué hora terminará el partido? Nos preguntamos todos. La pregunta, desde luego, va acompañada con su respectiva risa, porque aunque decimos que no, nos gusta el vértigo de lo desconocido. Luego, ya muy tarde, con el cierre de la edición encima, al filo de la media noche, cuando el partido se empata, los brazos de todos se entrelazan detrás de la nuca en representación de lo inexplicable. Y la crónica que ya estaba lista, es apenas el inicio de una noche que amenaza con volverse eterna.

Da cierta nostalgia pensar que esta temporada será difícil volver a sentir esas sensaciones, porque en el afán de tener todo contralado para reducir riesgos, los extra innings, el sueño dorado de los aficionados, comenzarán con un corredor en segunda. Y lo que antes era una carrera de resistencia, quedará expuesta al poder de un batazo fulminante que termine abruptamente con la ilusión.