/ sábado 27 de junio de 2020

Coronavirus y deporte | ¿En tiempos de pandemia, cómo celebrar un título?

En un principio lo consideré injusto, hasta una tragedia.

Cómo será la vida de malagradecida para quitarle al Liverpool la oportunidad de celebrar un título como Dios manda, pensé. Porque tantos años de espera merecían algo mejor, algo más grande, tan grande que fuera suficiente para recompensar los 30 años de vida en la conciencia plena de alguna maldición desconocida, de esas que un mal día hechizan a un equipo y no lo sueltan nunca más, o casi nunca, salvo contadas excepciones.

La celebración merecía un estadio lleno, de rojo intenso. Una tarde en que la reverberación del “You’llNeverWalkAlone” dominara el ambiente hasta bien entrada la noche, que la niebla luminosa del Liverpool llevara esas estrofas por las calles del barrio, y el sonido melodioso de los Beatles se extendiera por todos los rincones, en un desfile sin precedentes, alimentado por esa sensación de alivio que emana de una espera que finalmente termina. La fiesta merecía un discurso estridente de Jürgen Klopp, unas palabras de aliento, y la promesa de una costumbre.

Luego pensé que si un equipo y unos aficionados eran capaces de soportarlo todo eran precisamente los del Liverpool, con ese espíritu que se alimenta de las derrotas y que hace de las victorias un momento infranqueable, indestructible, porque saben lo que cuesta y porque saben, también, que nada puede quitarle la alegría al momento.

Ni la pandemia que llegó con su aire intempestivo y a su paso amenazó con ponerle fin al torneo de manera anticipada. El aficionado del Liverpool se sentía campeón desde marzo, pero fue hasta tres meses después que pudo festejarlo, como la celebración más esperada de su historia.

Decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano que no hay nada menos vacío que un estadio vacío, porque si uno se parara a la mitad del campo y advirtiera las gradas desiertas, aún se escucharía el eco de los cánticos, ese eco que viaja a través del tiempo y de los recuerdos. Pienso que en Anfield ha de ocurrir algo parecido, como la cancha que no conoce el silencio, y que aún en la más profunda soledad se escucha en sordina el cántico enloquecido de su hinchada que advierte la más bella sentencia: nunca caminarán solos, pese a la distancia.

Los jugadores celebraron el título desde una terraza. El final del partido entre el Chelsea y el Manchester City parecía la cuenta del año nuevo. Con el silbatazo final llegaron los abrazos.

Ya habrá tiempo para recibir el trofeo. Algunos aficionados se limitaron a subir sus festejos a las redes sociales, como si fuera la única forma de dejar constancia de su alegría. Muchos más no pudieron contener la euforia, y pese a la pandemia que azota a Inglaterra y al mundo, salieron a las calles de Liverpool con banderas y bengalas, hasta colmar las inmediaciones de Anfield, como si los 30 años de espera justificaran el rompimiento de la distancia social. El festejo del Liverpool está colmado de historias. Muchos de sus aficionados declararon su amor con la promesa de algún día ser campeones de Inglaterra. La espera fue larga, pero suficiente para que todo haya valido la pena.

En un principio lo consideré injusto, hasta una tragedia.

Cómo será la vida de malagradecida para quitarle al Liverpool la oportunidad de celebrar un título como Dios manda, pensé. Porque tantos años de espera merecían algo mejor, algo más grande, tan grande que fuera suficiente para recompensar los 30 años de vida en la conciencia plena de alguna maldición desconocida, de esas que un mal día hechizan a un equipo y no lo sueltan nunca más, o casi nunca, salvo contadas excepciones.

La celebración merecía un estadio lleno, de rojo intenso. Una tarde en que la reverberación del “You’llNeverWalkAlone” dominara el ambiente hasta bien entrada la noche, que la niebla luminosa del Liverpool llevara esas estrofas por las calles del barrio, y el sonido melodioso de los Beatles se extendiera por todos los rincones, en un desfile sin precedentes, alimentado por esa sensación de alivio que emana de una espera que finalmente termina. La fiesta merecía un discurso estridente de Jürgen Klopp, unas palabras de aliento, y la promesa de una costumbre.

Luego pensé que si un equipo y unos aficionados eran capaces de soportarlo todo eran precisamente los del Liverpool, con ese espíritu que se alimenta de las derrotas y que hace de las victorias un momento infranqueable, indestructible, porque saben lo que cuesta y porque saben, también, que nada puede quitarle la alegría al momento.

Ni la pandemia que llegó con su aire intempestivo y a su paso amenazó con ponerle fin al torneo de manera anticipada. El aficionado del Liverpool se sentía campeón desde marzo, pero fue hasta tres meses después que pudo festejarlo, como la celebración más esperada de su historia.

Decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano que no hay nada menos vacío que un estadio vacío, porque si uno se parara a la mitad del campo y advirtiera las gradas desiertas, aún se escucharía el eco de los cánticos, ese eco que viaja a través del tiempo y de los recuerdos. Pienso que en Anfield ha de ocurrir algo parecido, como la cancha que no conoce el silencio, y que aún en la más profunda soledad se escucha en sordina el cántico enloquecido de su hinchada que advierte la más bella sentencia: nunca caminarán solos, pese a la distancia.

Los jugadores celebraron el título desde una terraza. El final del partido entre el Chelsea y el Manchester City parecía la cuenta del año nuevo. Con el silbatazo final llegaron los abrazos.

Ya habrá tiempo para recibir el trofeo. Algunos aficionados se limitaron a subir sus festejos a las redes sociales, como si fuera la única forma de dejar constancia de su alegría. Muchos más no pudieron contener la euforia, y pese a la pandemia que azota a Inglaterra y al mundo, salieron a las calles de Liverpool con banderas y bengalas, hasta colmar las inmediaciones de Anfield, como si los 30 años de espera justificaran el rompimiento de la distancia social. El festejo del Liverpool está colmado de historias. Muchos de sus aficionados declararon su amor con la promesa de algún día ser campeones de Inglaterra. La espera fue larga, pero suficiente para que todo haya valido la pena.