/ lunes 3 de agosto de 2020

Coronavirus y deporte | La ansiedad del aficionado a los deportes

Con el paso de los años, el aficionado a los deportes aprende a sobrellevar la ansiedad de lo desconocido.

No le es fácil, desde luego, porque para que eso ocurra primero tuvo que pasar muchas noches atado a la cama, a merced de esas horas de vueltas infinitas y de ojos bien abiertos, esas en las que uno es capaz de inventarse incontables escenarios sobre lo que habrá de ocurrir apenas unas horas después, en la cancha. Antes tuvo que pasar muchas de esas tardes que amenazan con volverse infinitas, esas en las que por más que uno quiere que el tiempo avance, no avanza.

Y el partido es apenas una promesa que eventualmente llega, y luego, cuando llega, transcurre en otro tiempo, dependiendo del resultado.

El aficionado al futbol, por ejemplo, vive de sus suposiciones. Cuando el partido es importante, se pasa la semana entera pensando en el desenlace del partido futuro. Su vida puede llegar a girar alrededor de un supuesto. Es el vértigo de lo desconocido. Para el aficionado que vive el partido parado en la grada durante noventa minutos, y se muerde las uñas y grita lo que sea en señal de descarga, la ansiedad es una cosa común porque es capaz de encontrarla en todos lados. En un resultado adverso, tal vez, y en las posibilidades infinitas de lo que puede ocurrir cuando un equipo va perdiendo. La ansiedad acelerada que produce un penalti, tanto cuando es a favor o es en contra, por el miedo y por la ilusión que se encuentran de golpe en la soledad del manchón y de la línea de gol, separadas por escasos once metros. La ansiedad de los últimos minutos, esos en los que el tiempo, que antes parecía sobrar, de pronto es alcanzado por el rumor de un final, y es conocido por todos que nada en la vida genera más ansiedad que un final. La sensación asfixiante de saber que no habrá más. Aun así el aficionado aprende a sobrellevarlo, no todos, por supuesto, pero sí la mayoría.

La pandemia, sin embargo, ha enfrentado a los aficionados con sus miedos más remotos. Ni toda una vida de entrenamientos en el arte de las suposiciones les han servido para aminorar la ansiedad en los últimos cuatro meses. Inmersos en la duda, ese lugar que habita entre lo que puede ser y no, se debaten las horas suponiendo un futuro que ahora no sólo involucra la fragilidad de un resultado, sino algo mucho más profundo.

El aficionado, que ha pasado del impacto de la cancelación espontánea de los torneos a la ilusión de ponerle fin a lo ya comenzado, como buscando en los ciclos del juego algo de la lógica perdida en el mundo. Que ha pasado de la tristeza de los torneos condenados a ni siquiera iniciar, a la ilusión de un inicio.

El aficionado, que ha pasado, también, de la ilusión del inicio al miedo irremediable de una nueva cancelación, acaso definitiva. Los aficionados a los deportes, y digo deportes porque es de lo que escribo, pero en realidad el término es mucho más amplio, casi no tiene límites, vive como a la espera de un penalti eterno, entre el miedo y la ilusión, sabiendo que algo va a pasar, pero no sabiendo ni remotamente qué.



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Con el paso de los años, el aficionado a los deportes aprende a sobrellevar la ansiedad de lo desconocido.

No le es fácil, desde luego, porque para que eso ocurra primero tuvo que pasar muchas noches atado a la cama, a merced de esas horas de vueltas infinitas y de ojos bien abiertos, esas en las que uno es capaz de inventarse incontables escenarios sobre lo que habrá de ocurrir apenas unas horas después, en la cancha. Antes tuvo que pasar muchas de esas tardes que amenazan con volverse infinitas, esas en las que por más que uno quiere que el tiempo avance, no avanza.

Y el partido es apenas una promesa que eventualmente llega, y luego, cuando llega, transcurre en otro tiempo, dependiendo del resultado.

El aficionado al futbol, por ejemplo, vive de sus suposiciones. Cuando el partido es importante, se pasa la semana entera pensando en el desenlace del partido futuro. Su vida puede llegar a girar alrededor de un supuesto. Es el vértigo de lo desconocido. Para el aficionado que vive el partido parado en la grada durante noventa minutos, y se muerde las uñas y grita lo que sea en señal de descarga, la ansiedad es una cosa común porque es capaz de encontrarla en todos lados. En un resultado adverso, tal vez, y en las posibilidades infinitas de lo que puede ocurrir cuando un equipo va perdiendo. La ansiedad acelerada que produce un penalti, tanto cuando es a favor o es en contra, por el miedo y por la ilusión que se encuentran de golpe en la soledad del manchón y de la línea de gol, separadas por escasos once metros. La ansiedad de los últimos minutos, esos en los que el tiempo, que antes parecía sobrar, de pronto es alcanzado por el rumor de un final, y es conocido por todos que nada en la vida genera más ansiedad que un final. La sensación asfixiante de saber que no habrá más. Aun así el aficionado aprende a sobrellevarlo, no todos, por supuesto, pero sí la mayoría.

La pandemia, sin embargo, ha enfrentado a los aficionados con sus miedos más remotos. Ni toda una vida de entrenamientos en el arte de las suposiciones les han servido para aminorar la ansiedad en los últimos cuatro meses. Inmersos en la duda, ese lugar que habita entre lo que puede ser y no, se debaten las horas suponiendo un futuro que ahora no sólo involucra la fragilidad de un resultado, sino algo mucho más profundo.

El aficionado, que ha pasado del impacto de la cancelación espontánea de los torneos a la ilusión de ponerle fin a lo ya comenzado, como buscando en los ciclos del juego algo de la lógica perdida en el mundo. Que ha pasado de la tristeza de los torneos condenados a ni siquiera iniciar, a la ilusión de un inicio.

El aficionado, que ha pasado, también, de la ilusión del inicio al miedo irremediable de una nueva cancelación, acaso definitiva. Los aficionados a los deportes, y digo deportes porque es de lo que escribo, pero en realidad el término es mucho más amplio, casi no tiene límites, vive como a la espera de un penalti eterno, entre el miedo y la ilusión, sabiendo que algo va a pasar, pero no sabiendo ni remotamente qué.



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