/ viernes 10 de julio de 2020

Coronavirus y deporte | La MLS y el enorme valor del espectáculo

Después de una semana tortuosa, en la que en el camino dos equipos tuvieron que darse de baja por la cantidad de jugadores que dieron positivo a la prueba del Covid-19, la MLS está de regreso. A diferencia de las otras ligas, en las que la pandemia irrumpió con fuerza cuando se acercaba el desenlace, en los Estados Unidos pasó todo lo contrario, apenas comenzaba, con ese tiempo autónomo en el que vive y que tanto le critican por ser tan distinto a todo, pero la MLS se mantiene imperturbable a los cuestionamientos.

Sus reglas, como siempre ha sido, obedecen a otra cosa, a su propio espectáculo.

El futbol en los Estados Unidos siempre ha estado propenso a los experimentos. El país del deporte-espectáculo no podía quedarse con las manos atadas ante la tentación de reformular un deporte tan inglés. De esa consciencia surgen historias tan extrañas como aquellos shootouts de la década de los años noventas, cuando, por encima de las yardas que dibujan el emparrillado, se imponían las porterías en los fondos, apenas después de la zona del touchdown, y los cobradores de esos penales novedosos recorrían 35 yardas con el balón dominado, hasta enfrentarse con el portero en el mano a mano. La sobriedad de un tiro solitario desde los 11 pasos no era una opción, había que hacer más largo el momento cúspide. Mientras más durara, mejor.

Nadie puede negar que la MLS es todo un espectáculo. En pocos años, el futbol en los Estados Uni- dos ha pasado de ser una liga de bajísimo nivel a algo parecido a un gusto culposo para muchos de los aficionados. Conscientes de que la alegría del futbol está en los goles, los equipos parecen tener claro que las principales inversiones se deben hacer en los delanteros.

Esto da como resultado partidos espectaculares donde cada equipo puede meter cuatro goles al calor de un ritmo frenético, porque las delanteras suelen ser de mucho mayor nivel que los porteros, las defensas. Los aficionados sintonizan sus partidos en busca de emociones, aburridos de la pureza del futbol de otros países, donde defender es un arte, pero también una condena.

En el camino, el futbol de los Estados Unidos ha logrado cosas impensadas. Por ejemplo, en la década de los setentas, aún bajo el nombre de la NASL, sacaron a Pelé de su Santos para llevárselo al Cosmos, una proeza que ni el futbol europeo, con su alcurnia, consiguió. De aquel fichaje quedaron las bases, y ya con la MLS en el panorama, ya como una Liga mucho más estructurada, con el impulso de sus estadios cada vez más nuevos, llegaron más estrellas, como David Beckham, Kaká, David Villa, Wayne Rooney, y otros más que decidieron jugar futbol mientras pasaban sus últimos años de carrera al calor del elevado nivel de vida americano.

No todos los inventos de la MLS han sido descabellados. Hay algunos que valen la pena. Como el concurso de habilidades que hacen antes de cada Juego de Estrellas, muy al estilo de la NFL, en el que sus principales exponentes meten goles de volea y prueban su puntería, como dardos de tiro al blanco. Wayne Rooney era un espectáculo.

Después de una semana tortuosa, en la que en el camino dos equipos tuvieron que darse de baja por la cantidad de jugadores que dieron positivo a la prueba del Covid-19, la MLS está de regreso. A diferencia de las otras ligas, en las que la pandemia irrumpió con fuerza cuando se acercaba el desenlace, en los Estados Unidos pasó todo lo contrario, apenas comenzaba, con ese tiempo autónomo en el que vive y que tanto le critican por ser tan distinto a todo, pero la MLS se mantiene imperturbable a los cuestionamientos.

Sus reglas, como siempre ha sido, obedecen a otra cosa, a su propio espectáculo.

El futbol en los Estados Unidos siempre ha estado propenso a los experimentos. El país del deporte-espectáculo no podía quedarse con las manos atadas ante la tentación de reformular un deporte tan inglés. De esa consciencia surgen historias tan extrañas como aquellos shootouts de la década de los años noventas, cuando, por encima de las yardas que dibujan el emparrillado, se imponían las porterías en los fondos, apenas después de la zona del touchdown, y los cobradores de esos penales novedosos recorrían 35 yardas con el balón dominado, hasta enfrentarse con el portero en el mano a mano. La sobriedad de un tiro solitario desde los 11 pasos no era una opción, había que hacer más largo el momento cúspide. Mientras más durara, mejor.

Nadie puede negar que la MLS es todo un espectáculo. En pocos años, el futbol en los Estados Uni- dos ha pasado de ser una liga de bajísimo nivel a algo parecido a un gusto culposo para muchos de los aficionados. Conscientes de que la alegría del futbol está en los goles, los equipos parecen tener claro que las principales inversiones se deben hacer en los delanteros.

Esto da como resultado partidos espectaculares donde cada equipo puede meter cuatro goles al calor de un ritmo frenético, porque las delanteras suelen ser de mucho mayor nivel que los porteros, las defensas. Los aficionados sintonizan sus partidos en busca de emociones, aburridos de la pureza del futbol de otros países, donde defender es un arte, pero también una condena.

En el camino, el futbol de los Estados Unidos ha logrado cosas impensadas. Por ejemplo, en la década de los setentas, aún bajo el nombre de la NASL, sacaron a Pelé de su Santos para llevárselo al Cosmos, una proeza que ni el futbol europeo, con su alcurnia, consiguió. De aquel fichaje quedaron las bases, y ya con la MLS en el panorama, ya como una Liga mucho más estructurada, con el impulso de sus estadios cada vez más nuevos, llegaron más estrellas, como David Beckham, Kaká, David Villa, Wayne Rooney, y otros más que decidieron jugar futbol mientras pasaban sus últimos años de carrera al calor del elevado nivel de vida americano.

No todos los inventos de la MLS han sido descabellados. Hay algunos que valen la pena. Como el concurso de habilidades que hacen antes de cada Juego de Estrellas, muy al estilo de la NFL, en el que sus principales exponentes meten goles de volea y prueban su puntería, como dardos de tiro al blanco. Wayne Rooney era un espectáculo.