/ jueves 9 de julio de 2020

Coronavirus y deporte | Los porteros y la alegría desconocida del gol

El regreso del futbol en México nos ha dejado situaciones curiosas, aunque probablemente la que tuvo lugar el martes en el estadio Akron supere cualquier ficción. Luego de hacer cuanto cambio pudo durante 80 minutos, Juan Francisco Palencia observó que el delantero Miguel Sansores se tocaba la ingle, entonces el técnico volteó al banquillo para ver sus opciones y descubrió con sorpresa, o quizá con algo de incredulidad, que solo le quedaba el tercer portero.

El entrenador se acercó al árbitro y buscó aprovecharse de las virtudes del reglamento de la Copa por México, la cual, en su calidad de pretemporada, permite cambios ilimitados, aunque eso de ilimitado es un decir, porque no existen los reingresos, así que el límite llega cuando se agotan los jugadores suplentes, como le pasó al recién inventado Mazatlán. Sin posibilidad de volver a meter a uno de sus delanteros, Palencia no tuvo de otra más que darle entrada a su portero par ocupar la posición de ataque. Los minutos dentro del campo de Ricardo Daniel Gutiérrez, sin embargo, pasaron sin pena ni gloria.

La paradoja, como era de esperarse, trajo toda clase de comentarios, la mayoría malos, aunque algunos porteros, como Jonathan Orozco, no tardaron en confesar lo que les hubiera gustado tener esa oportunidad alguna vez en la vida, como una cristalización del sueño del gol, para quien siempre ha buscado evitarlo. Es curiosa la relación de los porteros con la alegría del futbol.

Como si su soledad estuviera predestinada al papel de villano. Esos seres casi mitológicos que irradian tristeza cuando a su alrededor todo es felicidad pura.

La historia, sin embargo, tiene sus momentos felices. Como si un rayo de pronto partiera el cielo en dos e hiciera posible lo imposible, entonces el arquero, poseído por un deseo tantas veces reprimido, se va en busca de un sueño y conoce la alegría del gol, y desata una euforia doble, porque a la emoción de una red que se mueve, se le une la sensación de lo milagroso.

En el mundo del futbol no abundan los goles de los porteros, más bien son pocos. En México, acaso el más recordado es el de Moisés Muñoz, cuando, ahogado en el vértigo de los últimos segundos de una final de vuelta, fue un busca de un remate que iba para afuera, pero luego de un desvío encontró portería, y con ella también la historia y la inmortalidad. A la mente me vienen también el histórico Miguel Calero y el resorte majestuoso del Conejo Pérez. O el despeje portentoso de Toño Rodríguez que de tan fuerte que fue terminó en gol.

Hay otros porteros, sin embargo, que han hecho del gol un modo de vida, como Jorge Campos, que cuando se aburría de la monotonía del marco salía al campo en busca de nuevas aventuras. O el paraguayo José Luis Chilavert, que desde el cañón que suponía su pierna izquierda ponía a temblar a sus colegas.

Caso parecido al del brasileño Rogerio Ceni, que cada que había un tiro libre emprendía la marcha desde su marco cruzando todo el terreno de juego, con la conciencia y seguridad plena de que esa pelota que esperaba su meteórica llegada ya tenía dirección de portería y la esperaza de convertila en gol.

El regreso del futbol en México nos ha dejado situaciones curiosas, aunque probablemente la que tuvo lugar el martes en el estadio Akron supere cualquier ficción. Luego de hacer cuanto cambio pudo durante 80 minutos, Juan Francisco Palencia observó que el delantero Miguel Sansores se tocaba la ingle, entonces el técnico volteó al banquillo para ver sus opciones y descubrió con sorpresa, o quizá con algo de incredulidad, que solo le quedaba el tercer portero.

El entrenador se acercó al árbitro y buscó aprovecharse de las virtudes del reglamento de la Copa por México, la cual, en su calidad de pretemporada, permite cambios ilimitados, aunque eso de ilimitado es un decir, porque no existen los reingresos, así que el límite llega cuando se agotan los jugadores suplentes, como le pasó al recién inventado Mazatlán. Sin posibilidad de volver a meter a uno de sus delanteros, Palencia no tuvo de otra más que darle entrada a su portero par ocupar la posición de ataque. Los minutos dentro del campo de Ricardo Daniel Gutiérrez, sin embargo, pasaron sin pena ni gloria.

La paradoja, como era de esperarse, trajo toda clase de comentarios, la mayoría malos, aunque algunos porteros, como Jonathan Orozco, no tardaron en confesar lo que les hubiera gustado tener esa oportunidad alguna vez en la vida, como una cristalización del sueño del gol, para quien siempre ha buscado evitarlo. Es curiosa la relación de los porteros con la alegría del futbol.

Como si su soledad estuviera predestinada al papel de villano. Esos seres casi mitológicos que irradian tristeza cuando a su alrededor todo es felicidad pura.

La historia, sin embargo, tiene sus momentos felices. Como si un rayo de pronto partiera el cielo en dos e hiciera posible lo imposible, entonces el arquero, poseído por un deseo tantas veces reprimido, se va en busca de un sueño y conoce la alegría del gol, y desata una euforia doble, porque a la emoción de una red que se mueve, se le une la sensación de lo milagroso.

En el mundo del futbol no abundan los goles de los porteros, más bien son pocos. En México, acaso el más recordado es el de Moisés Muñoz, cuando, ahogado en el vértigo de los últimos segundos de una final de vuelta, fue un busca de un remate que iba para afuera, pero luego de un desvío encontró portería, y con ella también la historia y la inmortalidad. A la mente me vienen también el histórico Miguel Calero y el resorte majestuoso del Conejo Pérez. O el despeje portentoso de Toño Rodríguez que de tan fuerte que fue terminó en gol.

Hay otros porteros, sin embargo, que han hecho del gol un modo de vida, como Jorge Campos, que cuando se aburría de la monotonía del marco salía al campo en busca de nuevas aventuras. O el paraguayo José Luis Chilavert, que desde el cañón que suponía su pierna izquierda ponía a temblar a sus colegas.

Caso parecido al del brasileño Rogerio Ceni, que cada que había un tiro libre emprendía la marcha desde su marco cruzando todo el terreno de juego, con la conciencia y seguridad plena de que esa pelota que esperaba su meteórica llegada ya tenía dirección de portería y la esperaza de convertila en gol.