/ martes 10 de julio de 2018

Cosechan las grandes empresas

Parece que la posibilidad inminente de una guerra comercial nos hace pensar con claridad. Hasta hace muy poco, las grandes empresas y las instituciones que representan sus intereses no parecían estar tomando muy en serio la retórica proteccionista del presidente Donald Trump.

Después de todo, las corporaciones han invertido billones de dólares con base en la creencia de que los mercados mundiales permanecerían abiertos y de que la industria estadounidense conservaría el acceso a clientes y proveedores extranjeros.

Trump no pondría todas esas inversiones en riesgo, ¿o sí?

Sí, sí lo haría, y el reconocimiento tardío de que su severo discurso sobre el comercio era en serio ha desatado una oleada de reacciones. Las corporaciones más importantes y asociaciones de comercio están enviando cartas al gobierno para advertirle que sus políticas costarán más empleos de los que crearán. Mientras tanto, la Cámara de Comercio de Estados Unidos ha comenzado una campaña publicitaria para convencer a los electores de los beneficios del libre comercio.

Patético, ¿no? ¿Quién en el gobierno de Trump va a poner atención a esas cartas? Exactamente, ¿qué piensa la cámara que logrará con sus comerciales?

La cuestión es que las grandes empresas están cosechando lo que sembraron. No fueron sino las décadas de política cínica de las corporaciones estadounidenses las que contribuyeron bastante para llegar a este terrible momento en la historia estadounidense.

¿A qué me refiero con política cínica? En parte a la alianza tácita entre las empresas y los ricos, por una parte, y los racistas, por la otra, que yace en la esencia del movimiento conservador moderno.

Durante mucho tiempo, las empresas parecieron tener este juego bajo control: ganar elecciones con mensajes raciales sutiles dirigidos a grupos específicos y luego proceder con la agenda de recortes fiscales y desregulación. Sin embargo, tarde o temprano aparecería alguien como Trump: un candidato que se tomaba en serio lo del racismo.

Hace poco, Tom Donohue, el director de la cámara, publicó un artículo en el que condenaba el maltrato a los niños en la frontera por parte de Trump, donde decía “esto no es lo que somos”. Disculpe, Donohue, eso es lo que usted es: usted y sus aliados pasaron décadas empoderando a racistas y ahora llegó el momento de pagar la factura.

No obstante, la política migratoria racista no es el único sitio donde gente como Donohue está enfrentando al monstruo que ayudó a crear.

Una guerra comercial puede ser sólo el comienzo de un castigo para las grandes empresas, que además es autoinfligido. Puede que nos aguarden cosas peores y más temibles, porque Trump es proteccionista y autoritario. Las guerras comerciales son desagradables; el poder sin control es mucho peor, y no sólo para los que son pobres e indefensos.

La cuestión es que no es sólo el libre comercio lo que está en riesgo, sino el Estado de derecho. Además, este riesgo existe, en parte, debido a que las grandes empresas abandonaron todos sus principios en aras de los recortes fiscales.


Parece que la posibilidad inminente de una guerra comercial nos hace pensar con claridad. Hasta hace muy poco, las grandes empresas y las instituciones que representan sus intereses no parecían estar tomando muy en serio la retórica proteccionista del presidente Donald Trump.

Después de todo, las corporaciones han invertido billones de dólares con base en la creencia de que los mercados mundiales permanecerían abiertos y de que la industria estadounidense conservaría el acceso a clientes y proveedores extranjeros.

Trump no pondría todas esas inversiones en riesgo, ¿o sí?

Sí, sí lo haría, y el reconocimiento tardío de que su severo discurso sobre el comercio era en serio ha desatado una oleada de reacciones. Las corporaciones más importantes y asociaciones de comercio están enviando cartas al gobierno para advertirle que sus políticas costarán más empleos de los que crearán. Mientras tanto, la Cámara de Comercio de Estados Unidos ha comenzado una campaña publicitaria para convencer a los electores de los beneficios del libre comercio.

Patético, ¿no? ¿Quién en el gobierno de Trump va a poner atención a esas cartas? Exactamente, ¿qué piensa la cámara que logrará con sus comerciales?

La cuestión es que las grandes empresas están cosechando lo que sembraron. No fueron sino las décadas de política cínica de las corporaciones estadounidenses las que contribuyeron bastante para llegar a este terrible momento en la historia estadounidense.

¿A qué me refiero con política cínica? En parte a la alianza tácita entre las empresas y los ricos, por una parte, y los racistas, por la otra, que yace en la esencia del movimiento conservador moderno.

Durante mucho tiempo, las empresas parecieron tener este juego bajo control: ganar elecciones con mensajes raciales sutiles dirigidos a grupos específicos y luego proceder con la agenda de recortes fiscales y desregulación. Sin embargo, tarde o temprano aparecería alguien como Trump: un candidato que se tomaba en serio lo del racismo.

Hace poco, Tom Donohue, el director de la cámara, publicó un artículo en el que condenaba el maltrato a los niños en la frontera por parte de Trump, donde decía “esto no es lo que somos”. Disculpe, Donohue, eso es lo que usted es: usted y sus aliados pasaron décadas empoderando a racistas y ahora llegó el momento de pagar la factura.

No obstante, la política migratoria racista no es el único sitio donde gente como Donohue está enfrentando al monstruo que ayudó a crear.

Una guerra comercial puede ser sólo el comienzo de un castigo para las grandes empresas, que además es autoinfligido. Puede que nos aguarden cosas peores y más temibles, porque Trump es proteccionista y autoritario. Las guerras comerciales son desagradables; el poder sin control es mucho peor, y no sólo para los que son pobres e indefensos.

La cuestión es que no es sólo el libre comercio lo que está en riesgo, sino el Estado de derecho. Además, este riesgo existe, en parte, debido a que las grandes empresas abandonaron todos sus principios en aras de los recortes fiscales.