/ jueves 14 de diciembre de 2017

Costos de campaña pudren más nuestra ya podrida política

Estamos viviendo un fenómeno que se ha extendido en forma notable por el mundo: la puesta en consonancia de las campañas políticas con el avance de los medios de comunicación ha traído consigo el imperativo de modernizar tales campañas y ello ha tenido como consecuencia un estallamiento en el costo de las mismas. En conglomerados sociales enormes como los que caracterizan a nuestro mundo de más de siete mil millones de seres humanos o de más de 120 millones de mexicanos, el contacto personal y directo se vuelve prácticamente imposible y resulta por ello imprescindible recurrir a los medios de comunicación masiva.

Pero nos hemos topado con que en especial la televisión y la radio, que son medios bastante más eficaces que la prensa escrita para convencer al elector menos informado y con una inclinación de voto menos definida, son excesivamente costosos. La intención de superar este grave obstáculo está estrechamente vinculada con una más de nuestras múltiples y partidocráticas reformas electorales, la de 2007, mediante la cual, recurriendo a la falaz excusa de reducir ligeramente el monto de financiamiento a los partidos, se les otorgaría en adelante acceso gratuito y tiempos abundantes para su propaganda en los medios electrónicos.

Con ello, los partidos que se aprobaron en el Congreso ese munífico auto-regalo, lograron ahorrarse la mayor parte de su gasto, el cual había venido creciendo vertiginosamente en cuanto a sus pagos a los medios electrónicos, que llegaron a alcanzar más del 60 por ciento de su gasto total. Paralelamente consiguieron incrementar en forma notable sus tiempos en los medios y mantenernos atiborrados de reiterativos mensajes propagandísticos durante los prolongados periodos de campaña.

Ahora los partidos tendrán además que invertir también recursos considerables en el progresivo poder de las redes sociales. No se podría soslayar el que éstas están cambiando formas de hacer política. Gracias a ellas durante su primera campaña presidencial Barack Obama pudo no solo batir récords de recaudación sino también prescindir del apoyo financiero de los magnates de la plutocracia, mientras que Donald Trump, ante la abiertamente adversa posición contra su candidatura y su presidencia de muchos de los principales diarios y cadenas de TV, ha recurrido en forma sistemática y relativamente muy exitosa a hacerse propaganda mediante sus innumerables trinos o “twits”.

A lo largo del mundo, la modernización de las campañas políticas está trayendo consigo un brutal disparo de los costos propagandísticos, lo cual se agrava todavía más si se tiene en cuenta que en países subdesarrollados como el nuestro, habría que añadir el elevado costo del clientelismo político o la compra del voto, que se ha convertido en una práctica de creciente profundidad, en especial por los partidos que se encuentran en el gobierno y que disponen de mayor cantidad de recursos.

Esos desmesurados costos que permiten participar en términos competitivos en una moderna pero tramposa campaña electoral, han venido propiciando que los candidatos con realistas posibilidades de triunfo obtengan o reciban apoyos de financiamiento que inexorablemente derivan en riesgo de pérdidas y en compromisos de reciprocidad con cuantiosos dividendos si se gana el cargo en juego. Sin duda es uno de los factores que han contribuido a descomponer aun más nuestras ya podridas formas de hacer política.

Modernizar las campañas políticas ha disparado su costo e impulsado el uso de recursos ilícitos.

amartinezv@derecho.unam.mx

@AlejoMVendrell

Estamos viviendo un fenómeno que se ha extendido en forma notable por el mundo: la puesta en consonancia de las campañas políticas con el avance de los medios de comunicación ha traído consigo el imperativo de modernizar tales campañas y ello ha tenido como consecuencia un estallamiento en el costo de las mismas. En conglomerados sociales enormes como los que caracterizan a nuestro mundo de más de siete mil millones de seres humanos o de más de 120 millones de mexicanos, el contacto personal y directo se vuelve prácticamente imposible y resulta por ello imprescindible recurrir a los medios de comunicación masiva.

Pero nos hemos topado con que en especial la televisión y la radio, que son medios bastante más eficaces que la prensa escrita para convencer al elector menos informado y con una inclinación de voto menos definida, son excesivamente costosos. La intención de superar este grave obstáculo está estrechamente vinculada con una más de nuestras múltiples y partidocráticas reformas electorales, la de 2007, mediante la cual, recurriendo a la falaz excusa de reducir ligeramente el monto de financiamiento a los partidos, se les otorgaría en adelante acceso gratuito y tiempos abundantes para su propaganda en los medios electrónicos.

Con ello, los partidos que se aprobaron en el Congreso ese munífico auto-regalo, lograron ahorrarse la mayor parte de su gasto, el cual había venido creciendo vertiginosamente en cuanto a sus pagos a los medios electrónicos, que llegaron a alcanzar más del 60 por ciento de su gasto total. Paralelamente consiguieron incrementar en forma notable sus tiempos en los medios y mantenernos atiborrados de reiterativos mensajes propagandísticos durante los prolongados periodos de campaña.

Ahora los partidos tendrán además que invertir también recursos considerables en el progresivo poder de las redes sociales. No se podría soslayar el que éstas están cambiando formas de hacer política. Gracias a ellas durante su primera campaña presidencial Barack Obama pudo no solo batir récords de recaudación sino también prescindir del apoyo financiero de los magnates de la plutocracia, mientras que Donald Trump, ante la abiertamente adversa posición contra su candidatura y su presidencia de muchos de los principales diarios y cadenas de TV, ha recurrido en forma sistemática y relativamente muy exitosa a hacerse propaganda mediante sus innumerables trinos o “twits”.

A lo largo del mundo, la modernización de las campañas políticas está trayendo consigo un brutal disparo de los costos propagandísticos, lo cual se agrava todavía más si se tiene en cuenta que en países subdesarrollados como el nuestro, habría que añadir el elevado costo del clientelismo político o la compra del voto, que se ha convertido en una práctica de creciente profundidad, en especial por los partidos que se encuentran en el gobierno y que disponen de mayor cantidad de recursos.

Esos desmesurados costos que permiten participar en términos competitivos en una moderna pero tramposa campaña electoral, han venido propiciando que los candidatos con realistas posibilidades de triunfo obtengan o reciban apoyos de financiamiento que inexorablemente derivan en riesgo de pérdidas y en compromisos de reciprocidad con cuantiosos dividendos si se gana el cargo en juego. Sin duda es uno de los factores que han contribuido a descomponer aun más nuestras ya podridas formas de hacer política.

Modernizar las campañas políticas ha disparado su costo e impulsado el uso de recursos ilícitos.

amartinezv@derecho.unam.mx

@AlejoMVendrell