/ viernes 10 de mayo de 2019

Crecer al cuatro por ciento anual: ¿Posible, probable o factible?

Difícilmente podríamos pensar en señales más contrastantes sobre el estado y las perspectivas de la economía mexicana.

Por un lado, de acuerdo con la estimación oportuna del desempeño del PIB del INEGI, con cifras desestacionalizadas, en el primer trimestre del año tuvimos un crecimiento de apenas 0.2 por ciento en relación con el primer trimestre del 2018 y una contracción de -0.2 por ciento en relación al periodo inmediato anterior. En cambio, en el Plan Nacional de Desarrollo se afirma que el país crecerá al 4 por ciento en promedio anual durante el sexenio y al 6 por ciento en el 2024.

Si tomamos en cuenta que, de acuerdo con el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE), el crecimiento en los primeros dos meses del año fue de alrededor de 1.1% anual, el dato para marzo estaría cerca del -1.7 por ciento, lo cual es preocupante, máxime si lo consideramos junto con otros indicadores.

En primer lugar, las expectativas de analistas, que siguen a la baja. De entrada, la de la encuesta mensual del Banco de México, que pasó de 1.56 a 1.52 por ciento para 2019 y de 1.82 a 1.72 para 2020. Coincidente con el último ajuste de la OCDE, que redujo su pronóstico para este año de 2 a 1.6 por ciento, y para 2020 de 2.3 a 2 por ciento.

Los datos sobre inversión dados a conocer esta semana hacen aún más agudo el contraste entre los hechos concretos, y una perspectiva realista, frente a una visión de tasas de crecimiento que no se han logrado en cerca de cuatro décadas. El doble del promedio anual que arrastramos, como una inercia que muchos hemos calificado como una larga etapa de estancamiento estabilizador de nuestra economía. Por un lado, esta semana en el Índice de Confianza de Inversión Extranjera Directa (IED), que elabora A.T. Kearney, México cayó ocho posiciones, para ubicarse en el lugar 25, lejos de China e India, los otros dos países emergentes que están en ese segmento ranking, ubicados en los sitios siete y 16, respectivamente.

En el terreno de los hechos concretos, si bien la IED aumentó 6 por ciento en 2018, de acuerdo con datos de la Secretaría de Economía, preocupan las primeras señales de este año. En el último reporte del Inegi sobre inversión fija bruta, presentado el pasado 7 de mayo, se registró una caída de 2.5 por ciento en febrero contra el mes anterior. El dato representa los gastos realizados en maquinaria y equipo de origen nacional e importado, así como los de Construcción, y en el desagregado, hay que destacar la importante reducción en maquinaria y equipo, de casi 5 por ciento anual.

Hay que tener bien presente que la inversión es un factor fundamental para el crecimiento. Importa mucho el consumo y la evolución de la productividad, pero sin inversión que genere más y mejores empleos, difícilmente pueden verse incrementos significativos y sostenibles en el mercado interno y la productividad.

Para aspirar a crecer a tasas mayores a 4 por ciento, deberíamos, de entrada, superar la inercia de la inversión en niveles de 22 ciento del PIB por año, para elevarla, al menos, al 24 por ciento, lo que no se obtiene desde el 2008. Para llegar a un crecimiento del 6 por ciento, tendríamos que invertir como país, entre los sectores privado y público, cerca del 30 por ciento del PIB.

En este sentido, hay que tomar en cuenta que la capacidad de aumentar la inversión nacional por la vía de la inversión pública es limitada, más allá de lo que puedan significar megaproyectos como la refinería de Dos Bocas o el Tren Maya. Por una parte, la inversión que hace el sector privado supera el 19 por ciento del PIB, mientras que la del púbico apenas rebasa el 3 por ciento. Por otro lado, pesan mucho las restricciones gubernamentales en la materia, si se quiere mantener el compromiso de no incurrir en mayor endeudamiento y déficit.

¿Es posible crecer al 4 por ciento anual y al 6 por ciento en el 2024? Sí lo es, pero hay que distinguir entre lo que entendemos por posibilidad, en la concepción más abierta, y lo que resulta factible o probable de acuerdo con las circunstancias concretas.

La economía mexicana tiene el potencial para lograr un mayor crecimiento, y de hecho lo necesitamos, pero la pregunta que habría que responder es si en este momento tenemos las condiciones y, a partir de ese diagnóstico objetivo, estamos haciendo lo que procedería para conseguirlo.

Más concreto, responder objetivamente si podemos esperar que en México se invierta mucho más en los meses y los años por venir. No tanto en cartera, lo que junto con el fuerte repunte de las remesas de dólares de los paisanos en Estados Unidos hoy sostiene el tipo de cambio, gracias al diferencial de tasas respecto a Estados Unidos.

Necesitamos más inversión, sobre todo privada, nacional y extranjera, y para ello, generar condiciones de confianza, rentabilidad y competitividad que le den cauce. Sólo así podemos pasar del terreno de la posibilidad al de la factibilidad en términos de crecimiento.

Empresario

Difícilmente podríamos pensar en señales más contrastantes sobre el estado y las perspectivas de la economía mexicana.

Por un lado, de acuerdo con la estimación oportuna del desempeño del PIB del INEGI, con cifras desestacionalizadas, en el primer trimestre del año tuvimos un crecimiento de apenas 0.2 por ciento en relación con el primer trimestre del 2018 y una contracción de -0.2 por ciento en relación al periodo inmediato anterior. En cambio, en el Plan Nacional de Desarrollo se afirma que el país crecerá al 4 por ciento en promedio anual durante el sexenio y al 6 por ciento en el 2024.

Si tomamos en cuenta que, de acuerdo con el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE), el crecimiento en los primeros dos meses del año fue de alrededor de 1.1% anual, el dato para marzo estaría cerca del -1.7 por ciento, lo cual es preocupante, máxime si lo consideramos junto con otros indicadores.

En primer lugar, las expectativas de analistas, que siguen a la baja. De entrada, la de la encuesta mensual del Banco de México, que pasó de 1.56 a 1.52 por ciento para 2019 y de 1.82 a 1.72 para 2020. Coincidente con el último ajuste de la OCDE, que redujo su pronóstico para este año de 2 a 1.6 por ciento, y para 2020 de 2.3 a 2 por ciento.

Los datos sobre inversión dados a conocer esta semana hacen aún más agudo el contraste entre los hechos concretos, y una perspectiva realista, frente a una visión de tasas de crecimiento que no se han logrado en cerca de cuatro décadas. El doble del promedio anual que arrastramos, como una inercia que muchos hemos calificado como una larga etapa de estancamiento estabilizador de nuestra economía. Por un lado, esta semana en el Índice de Confianza de Inversión Extranjera Directa (IED), que elabora A.T. Kearney, México cayó ocho posiciones, para ubicarse en el lugar 25, lejos de China e India, los otros dos países emergentes que están en ese segmento ranking, ubicados en los sitios siete y 16, respectivamente.

En el terreno de los hechos concretos, si bien la IED aumentó 6 por ciento en 2018, de acuerdo con datos de la Secretaría de Economía, preocupan las primeras señales de este año. En el último reporte del Inegi sobre inversión fija bruta, presentado el pasado 7 de mayo, se registró una caída de 2.5 por ciento en febrero contra el mes anterior. El dato representa los gastos realizados en maquinaria y equipo de origen nacional e importado, así como los de Construcción, y en el desagregado, hay que destacar la importante reducción en maquinaria y equipo, de casi 5 por ciento anual.

Hay que tener bien presente que la inversión es un factor fundamental para el crecimiento. Importa mucho el consumo y la evolución de la productividad, pero sin inversión que genere más y mejores empleos, difícilmente pueden verse incrementos significativos y sostenibles en el mercado interno y la productividad.

Para aspirar a crecer a tasas mayores a 4 por ciento, deberíamos, de entrada, superar la inercia de la inversión en niveles de 22 ciento del PIB por año, para elevarla, al menos, al 24 por ciento, lo que no se obtiene desde el 2008. Para llegar a un crecimiento del 6 por ciento, tendríamos que invertir como país, entre los sectores privado y público, cerca del 30 por ciento del PIB.

En este sentido, hay que tomar en cuenta que la capacidad de aumentar la inversión nacional por la vía de la inversión pública es limitada, más allá de lo que puedan significar megaproyectos como la refinería de Dos Bocas o el Tren Maya. Por una parte, la inversión que hace el sector privado supera el 19 por ciento del PIB, mientras que la del púbico apenas rebasa el 3 por ciento. Por otro lado, pesan mucho las restricciones gubernamentales en la materia, si se quiere mantener el compromiso de no incurrir en mayor endeudamiento y déficit.

¿Es posible crecer al 4 por ciento anual y al 6 por ciento en el 2024? Sí lo es, pero hay que distinguir entre lo que entendemos por posibilidad, en la concepción más abierta, y lo que resulta factible o probable de acuerdo con las circunstancias concretas.

La economía mexicana tiene el potencial para lograr un mayor crecimiento, y de hecho lo necesitamos, pero la pregunta que habría que responder es si en este momento tenemos las condiciones y, a partir de ese diagnóstico objetivo, estamos haciendo lo que procedería para conseguirlo.

Más concreto, responder objetivamente si podemos esperar que en México se invierta mucho más en los meses y los años por venir. No tanto en cartera, lo que junto con el fuerte repunte de las remesas de dólares de los paisanos en Estados Unidos hoy sostiene el tipo de cambio, gracias al diferencial de tasas respecto a Estados Unidos.

Necesitamos más inversión, sobre todo privada, nacional y extranjera, y para ello, generar condiciones de confianza, rentabilidad y competitividad que le den cauce. Sólo así podemos pasar del terreno de la posibilidad al de la factibilidad en términos de crecimiento.

Empresario