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Cada vez se ha vuelto un patrón más común el observar cómo en momentos turbulentos de la vida, enfocamos nuestra atención a cosas u eventos que nos ayudan a distraernos de lo que estamos viviendo. En una época tan turbulenta como la que estamos viviendo ahora, creo que esto ha aumentado considerablemente: tanto la gravedad de los eventos de los que intentamos escapar como la estructura detrás de los objetos u eventos que utilizamos para huir de ellos.
Parece que a veces nuestra salud mental está pendiendo de un hilo que puede ser un concierto, pertenecer a algún fandom que consuma nuestro tiempo y atención, lograr comprar algún objeto codiciado que está agotado en casi todos lados, invertir nuestro dinero y tiempo en planear las vacaciones ideales, etc. Esto puede verse diferente para cada quien, pero parece que es un patrón común para la mayoría.
De manera paralela, existe otra “herramienta” para “lidiar” con los problemas que consumen nuestra salud mental, la hoy llamada positividad tóxica. Se trata de llevar el supuesto intento de superación del problema a un nivel en el que únicamente intentamos evitar las emociones que categorizamos como “malas” para intentar hacer que únicamente procesemos emociones positivas. Sin embargo, esto nos termina haciendo menos hábiles para poder lidiar con nuestros problemas pues no nos permite realmente observar la situación (y a nosotros mismos) desde donde realmente estamos..
En su libro Agilidad Emocional, la Dra. Susan David explica que la alternativa a la positividad tóxica es lograr desarrollar un conjunto de habilidades psicológicas esenciales para el mundo complejo y cambiante en el que vivimos: habilidades que nos permiten permanecer comprometidos, abiertos y conectados con nuestros valores y a la vez reincorporar nuestros sentimientos más desafiantes como fuentes de energía, creatividad y conocimiento. A esto se refiere cómo agilidad emocional. Se trata de reconocer que la belleza de la vida no se puede separar de su fragilidad, y que por lo tanto siempre tenemos que lidiar con facetas contrastantes (y muchas veces simultáneas) en nuestra vida.
La mayor ironía de intentar ver únicamente el lado positivo de las cosas es que el resultado termina siendo negativo; el ser incapaces de observar nuestra vida y sentarnos con aquello que nos deprime o incomoda nos hace menos hábiles para enfrentar los obstáculos. Nos impide crecer y aprender de ellos.
Cuando pasamos por algún obstáculo o problema lo más común es desear que nunca hubiera pasado: que nunca hubiéramos cometido ese error. Sin embargo, la realidad es que la versión de nosotros que se ve obligada a lidiar con las consecuencias de nuestros errores es una versión mucho mejor de nosotros que aquella que nunca tuvo que enfrentar nada. Es una versión mucho más capaz y preparada para las inevitables dificultades de la vida.
Pensar positivo o concentrarnos en las partes buenas de nuestra vida es un mecanismo de supervivencia y sin duda alguna tiene sus ventajas. Si no lo hiciéramos probablemente nos volveríamos locos, pues lidiar con todos los problemas del mundo (los nuestros y los de los demás) al mismo tiempo sería paralizante. El problema es que existe una fina línea entre que pensar positivo sea un mecanismo de supervivencia y entre que se convierta en una manera de evitar lidiar con los problemas que realmente obstaculizan nuestra vida y nuestro desarrollo personal. A final de cuentas, la única manera de cruzar el desierto es atravesándolo.