/ miércoles 19 de septiembre de 2018

Cuchillito de palo | A un año de las tragedias

Dos sismos destruyeron vidas y patrimonio de miles de personas, en el aciago septiembre del 2017. El día de hoy se conmemora el que asoló a la Ciudad de México, pero poco se hizo mención –el pasado 7- del catastrófico terremoto, que devastó Oaxaca, Chiapas y Guerrero.

Las placas tectónicas jugaron en contra de personas que dormían en construcciones endebles y sembraron el terror entre habitantes que, a duras penas, lograron salvar la vida. .

La sacudida despertó a una oficialidad que se puso en movimiento. Se siguieron los protocolos que comanda la Secretaría de Gobernación. La sociedad civil, siempre dispuesta a solidarizarse con estas causas, se organizó para recolectar alimentos, agua y fondos. Como siempre, la Cruz Roja se puso a la cabeza de este auxilio.

El Presidente viajó de inmediato, a los lugares más afectados (Istmo), llevó al gabinete en pleno y los comisionó para que se quedaran al frente, hasta que se pudiera retomar una cierta actividad.

A Chayito Robles se le encargó la reconstrucción. Lo primero fue censar a los pobladores que habían perdido su casa. Se programó la ayuda, de forma que un sector recibiera los fondos para reedificar su propiedad por cuenta propia, mientras que otros recibirían un nuevo techo, a cargo del gobierno.

En Oaxaca sintieron la ausencia de su “Gobernador”. El caciquillo Murat confirmó su protagonismo, presentándose –a los pocos municipios a los que fue-, rodeado de fotógrafos. Después de unos días, “si te vi no me acuerdo”.

¿Y ahora? De no haber sido por los organismos privados, salvo el par de tarjetas con dinero –que se entregaron-, la mayoría de los afectados seguiría viviendo en albergues. La ayuda ha sido lenta, farragosa y tan poco eficiente, que cualquiera se pregunta adónde fueron a dar los millones de pesos que llegaron del exterior, donativos de los que se dice que dan cuentas claras –en alguna página de internet-, pero que no se palpan en la realidad de las víctimas.

Acostumbrados a la negligencia de las castas divinas y a que las tragedias se repitan y jamás se reciba la ayuda prometida, los ciudadanos han ido levantándose como han podido y, reitero, agradecen a organismos civiles –nacionales y extranjeros-, el verdadero apoyo.

El segundo temblorazo, también fue de pronóstico reservado y lo sucedido con quienes tuvieron consecuencias, similar. En esta capital, los desgobernantes –el “genial miniMancera” ya es senador-, son duchos en la faramalla. Como si los simulacros y los minutos de silencio, o la plaza en homenaje a los fallecidos, resolviera algo, hacen conmemoraciones.

De reconstrucción, poco y de justicia, menos. Aletargados por la electoritis y a punto de dejar una administración fallida –por decir lo menos-, siguen sin aclarar el destino de los dineros recibidos, cuando hay zonas enteras a las que no les llegó ni un triste peso.

Los familiares de los pequeños fallecidos en la Escuela Rébsamen, claman por justicia, mientras la propietaria se hizo ojo de hormiga. La señora Sheinbaum, electa futura mandamás, ya fue “exonerada” (El drama ocurrió en su delegación, la que ignoró los desvíos estructurales del edificio). La eterna y ancestral cantaleta: construcciones endebles, irregulares; Inspectores y supervisores de obra, vendidos, licencias apócrifas, corrupción y más corrupción.

Si se quisiera honrar, a quienes murieron en estas tragedias, habría que empezar por desaparecer la robadera.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq


Dos sismos destruyeron vidas y patrimonio de miles de personas, en el aciago septiembre del 2017. El día de hoy se conmemora el que asoló a la Ciudad de México, pero poco se hizo mención –el pasado 7- del catastrófico terremoto, que devastó Oaxaca, Chiapas y Guerrero.

Las placas tectónicas jugaron en contra de personas que dormían en construcciones endebles y sembraron el terror entre habitantes que, a duras penas, lograron salvar la vida. .

La sacudida despertó a una oficialidad que se puso en movimiento. Se siguieron los protocolos que comanda la Secretaría de Gobernación. La sociedad civil, siempre dispuesta a solidarizarse con estas causas, se organizó para recolectar alimentos, agua y fondos. Como siempre, la Cruz Roja se puso a la cabeza de este auxilio.

El Presidente viajó de inmediato, a los lugares más afectados (Istmo), llevó al gabinete en pleno y los comisionó para que se quedaran al frente, hasta que se pudiera retomar una cierta actividad.

A Chayito Robles se le encargó la reconstrucción. Lo primero fue censar a los pobladores que habían perdido su casa. Se programó la ayuda, de forma que un sector recibiera los fondos para reedificar su propiedad por cuenta propia, mientras que otros recibirían un nuevo techo, a cargo del gobierno.

En Oaxaca sintieron la ausencia de su “Gobernador”. El caciquillo Murat confirmó su protagonismo, presentándose –a los pocos municipios a los que fue-, rodeado de fotógrafos. Después de unos días, “si te vi no me acuerdo”.

¿Y ahora? De no haber sido por los organismos privados, salvo el par de tarjetas con dinero –que se entregaron-, la mayoría de los afectados seguiría viviendo en albergues. La ayuda ha sido lenta, farragosa y tan poco eficiente, que cualquiera se pregunta adónde fueron a dar los millones de pesos que llegaron del exterior, donativos de los que se dice que dan cuentas claras –en alguna página de internet-, pero que no se palpan en la realidad de las víctimas.

Acostumbrados a la negligencia de las castas divinas y a que las tragedias se repitan y jamás se reciba la ayuda prometida, los ciudadanos han ido levantándose como han podido y, reitero, agradecen a organismos civiles –nacionales y extranjeros-, el verdadero apoyo.

El segundo temblorazo, también fue de pronóstico reservado y lo sucedido con quienes tuvieron consecuencias, similar. En esta capital, los desgobernantes –el “genial miniMancera” ya es senador-, son duchos en la faramalla. Como si los simulacros y los minutos de silencio, o la plaza en homenaje a los fallecidos, resolviera algo, hacen conmemoraciones.

De reconstrucción, poco y de justicia, menos. Aletargados por la electoritis y a punto de dejar una administración fallida –por decir lo menos-, siguen sin aclarar el destino de los dineros recibidos, cuando hay zonas enteras a las que no les llegó ni un triste peso.

Los familiares de los pequeños fallecidos en la Escuela Rébsamen, claman por justicia, mientras la propietaria se hizo ojo de hormiga. La señora Sheinbaum, electa futura mandamás, ya fue “exonerada” (El drama ocurrió en su delegación, la que ignoró los desvíos estructurales del edificio). La eterna y ancestral cantaleta: construcciones endebles, irregulares; Inspectores y supervisores de obra, vendidos, licencias apócrifas, corrupción y más corrupción.

Si se quisiera honrar, a quienes murieron en estas tragedias, habría que empezar por desaparecer la robadera.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq


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