/ sábado 25 de septiembre de 2021

Cuchillito de palo | La cobijita de Rosa Icela

La mandaron con cobijita, para que no fueran a “enfriarla” los senadores. La Secretaria de Seguridad Pública Federal, Rosa Icela Rodríguez, llegó a su comparecencia arropada por el Secretario de la Defensa, el de la Marina, el de Gobernación y el director de la UIF, Santiago Nieto. Ni todo el “equipazo” de seguridad nacional pudo salvarla de la quema.

Vivimos una de las peores épocas de la historia, en inseguridad. Regiones enteras de la República están en manos de la delincuencia organizada, bajo la mirada protectora de las máximas autoridades.

La sociedad está inerme ante la brutal oleada de violencia y no hay queja que conmueva a quienes, promesa básica de la campaña, se comprometieron a devolver la paz. A tres años de este régimen estamos peor que nunca, con la agravante de que parece que nos acostumbramos al horror cotidiano.

Es tanta la información sobre los muertos que aparecen hechos trozos, la barbarie al límite, las imágenes de fosas clandestinas –con docenas de cadáveres- y los tráilers de Jalisco, rebosados de restos humanos a los que ni siquiera se les hace la autopsia.

La gente prefiere no enterarse y evita noticias que presentan la macabra realidad. Sólo quien la sufre en carne propia, reacciona con la irritación de quien se siente a la ventura, sin respaldo ni apoyo a su tragedia.

Conocí a Rosa Icela Rodríguez desde sus tiempos de reportera de La Jornada y siempre le he tenido aprecio y respeto por su congruencia y solidez como profesionista. En la administración capitalina de Marcelo Ebrard, hizo un extraordinario trabajo al frente de los programas para la Tercera Edad. Verla en su nuevo rol de “florero” me entristece y me concientiza sobre la sumisión incondicional a los deseos del patrón, a pesar de que sean aberrantes.

Estar al frente de la seguridad debería ser un cargo para un especialista, capaz de implementar estrategias para doblegar al crimen. Creer que se puede improvisar es absurdo y la consecuencia es que, al ceñirse a lo que decide el emperador de Palacio y hacer a un lado la técnica y la capacitación se pone al país en manos de la delincuencia, como estamos.

Alardeó de una “baja” en los índices delictivos, cifras que ni ella debe creerse. La realidad se traga a esa ficción. Más de 91 mil muertos y los que se acumulen, doble de los que tuvimos con Peña Nieto y triple que con los de Calderón.

Se asesina a 10 mujeres diarias; 43 periodistas ajusticiados, 68 activistas y 102 políticos, acribillados en las campañas. El 66 por ciento de la población percibe inseguridad

Dio números alegres, a los que respondió la senadora Lilly Téllez, que la puso en su lugar. También a los militares presentes les asestó un “los invito a que porten ese uniforme no solo con gallardía, sino con lealtad a la patria, Las prendas y las estrellas no significan nada, si quien las viste no tiene carácter para defender a los mexicanos”.

El emecista, Juan Zepeda, no se quedó corto. “Los ciudadanos ponen a los muertos y ustedes las palabras”.

Tan palabrería pura, que el meganarco junior Ovidio –el del Culiacanazo-, come a sus anchas, públicamente en un restaurante.

¿Y el bombazo en Salamanca, con dos muertos a los que les llegó un regalo y demás “espectáculos” de los malandrines, de cuentos de terror?

Insisten en que vamos bien, como si sus frases hechas solucionaran la problemática, mientras la sociedad inerme se encomienda al santo de su devoción.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq


La mandaron con cobijita, para que no fueran a “enfriarla” los senadores. La Secretaria de Seguridad Pública Federal, Rosa Icela Rodríguez, llegó a su comparecencia arropada por el Secretario de la Defensa, el de la Marina, el de Gobernación y el director de la UIF, Santiago Nieto. Ni todo el “equipazo” de seguridad nacional pudo salvarla de la quema.

Vivimos una de las peores épocas de la historia, en inseguridad. Regiones enteras de la República están en manos de la delincuencia organizada, bajo la mirada protectora de las máximas autoridades.

La sociedad está inerme ante la brutal oleada de violencia y no hay queja que conmueva a quienes, promesa básica de la campaña, se comprometieron a devolver la paz. A tres años de este régimen estamos peor que nunca, con la agravante de que parece que nos acostumbramos al horror cotidiano.

Es tanta la información sobre los muertos que aparecen hechos trozos, la barbarie al límite, las imágenes de fosas clandestinas –con docenas de cadáveres- y los tráilers de Jalisco, rebosados de restos humanos a los que ni siquiera se les hace la autopsia.

La gente prefiere no enterarse y evita noticias que presentan la macabra realidad. Sólo quien la sufre en carne propia, reacciona con la irritación de quien se siente a la ventura, sin respaldo ni apoyo a su tragedia.

Conocí a Rosa Icela Rodríguez desde sus tiempos de reportera de La Jornada y siempre le he tenido aprecio y respeto por su congruencia y solidez como profesionista. En la administración capitalina de Marcelo Ebrard, hizo un extraordinario trabajo al frente de los programas para la Tercera Edad. Verla en su nuevo rol de “florero” me entristece y me concientiza sobre la sumisión incondicional a los deseos del patrón, a pesar de que sean aberrantes.

Estar al frente de la seguridad debería ser un cargo para un especialista, capaz de implementar estrategias para doblegar al crimen. Creer que se puede improvisar es absurdo y la consecuencia es que, al ceñirse a lo que decide el emperador de Palacio y hacer a un lado la técnica y la capacitación se pone al país en manos de la delincuencia, como estamos.

Alardeó de una “baja” en los índices delictivos, cifras que ni ella debe creerse. La realidad se traga a esa ficción. Más de 91 mil muertos y los que se acumulen, doble de los que tuvimos con Peña Nieto y triple que con los de Calderón.

Se asesina a 10 mujeres diarias; 43 periodistas ajusticiados, 68 activistas y 102 políticos, acribillados en las campañas. El 66 por ciento de la población percibe inseguridad

Dio números alegres, a los que respondió la senadora Lilly Téllez, que la puso en su lugar. También a los militares presentes les asestó un “los invito a que porten ese uniforme no solo con gallardía, sino con lealtad a la patria, Las prendas y las estrellas no significan nada, si quien las viste no tiene carácter para defender a los mexicanos”.

El emecista, Juan Zepeda, no se quedó corto. “Los ciudadanos ponen a los muertos y ustedes las palabras”.

Tan palabrería pura, que el meganarco junior Ovidio –el del Culiacanazo-, come a sus anchas, públicamente en un restaurante.

¿Y el bombazo en Salamanca, con dos muertos a los que les llegó un regalo y demás “espectáculos” de los malandrines, de cuentos de terror?

Insisten en que vamos bien, como si sus frases hechas solucionaran la problemática, mientras la sociedad inerme se encomienda al santo de su devoción.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq