/ miércoles 3 de enero de 2018

Cuchillito de palo | Liturgias ancestrales

El PRI ancestral, el obsoleto, el encasquillado en el corazón de la gente, se niega a morir. Las viejas prácticas reviven y, paradoja pura, no salen del tricolor sino de su acérrimo enemigo, López Obrador, sin negar las rémoras persistentes en el mentado organismo.

Andrés Manuel encarna a esa generación perdida, con características tan identificables, que basta con recordar a cualquiera de los políticos de aquellos tiempos.

El gran éxito del Revolucionario fue el paternalismo. Explotó esta vena del mexicano, surgida desde la Colonia, por la que se moldeó el carácter sumiso e hipócrita frente al patrón, a fin de conseguir sus favores.

El encomendero y las subsecuentes figuras, junto con la Iglesia católica –en aquel entonces igual de paternalista-, sustituía al padre ausente y acostumbraban al humilde “hijo” a regir conductas, a cambio de insumos básicos. El de abajo se acostumbró a la dádiva, hábito vigente que parece imposible de erradicar.

Eran los días en los que, el tlatoani en turno era intocable, con sesgos cuasi divinos, que ellos se ocupaban de alimentar. Ni la mínima crítica ni poner en duda ninguna de sus acciones, así los marginados obtuvieran nulos beneficios.

Si hacemos memoria, con el Echeverriato se llegó a la cima de esta postura. El dios vivo siempre cerca del campesinado, de los trabajadores. A la mínima provocación se vestía con los hábitos originales de la comunidad a la que fuera.

Doña Esther, siempre con el mismo estilo de ropa –incluso en los viajes al extranjero-; se presumía la comida mexicana–que le provocó la revancha de Moctezuma, a más de un visitante de lujo-. Se rompió el protocolo y se convirtió en “protocolo”, teniendo a los hijos correteando por el salón, en recepciones oficiales. La ideología, los principios de la Revolución.

Todo se valía con tal de dar la pala del orgullo “patriotero”, que no patrio, a extremos de que, Esther Zuno obligó a las esposas de los secretarios de estado, a presentarse en las distintas fiestas, sin joyas, salvo aretes oaxaqueños o alguna otra filigrana.

El pueblo le respondió con querencia, a pesar de los avatares estudiantiles y los tantos rezagos en la calidad de vida. El odio, cuando no desprecio por la prensa, era feroz y la censura llevaba a escribir lo que se conocía “entrelíneas” -en ocasiones había que ser brujo para interpretar un artículo-.

Inolvidable un “Latrocinio” González Garrido, caudillo de horca y cuchillo que, a su paso por la gubernatura chiapaneca, hacía que los indígenas le besaran la mano.

Días de líderes agrarios que “alineaban” al campesinado hacia donde lo indicaba “el de arriba”. De invasiones a propiedades “latifundistas”, de grandes manifestaciones, de acarreos y de manipulación de masas, mediante el engaño y la falsedad.

Al interior de sus casas, lujos. Propiedades al por mayor, trajes de marca, mancuernillas de oro y relojes de colección. Que les gustaba lo fino, sobran anécdotas. Que fueron días de paternalismo, de populismo, que la tecnocracia echó abajo, aunque reitero, con sus rémoras.

Persiste el dedazo -al igual que lo ejerce López-, la adoración al sumo sacerdote -aunque a Peña le falló-; la cargada, la fabricación de rumorología y ¡la compra del voto!

La Iglesia perdió un buen segmento de fieles, a raíz de la Teología de la Liberación y el cambio en la relación con los pastores, en particular los de órdenes avanzadas.

AMLO salió de esa fábrica prinosáurica, que tiene sellada hasta el tuétano. Si no me cree, obsérvelo.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

El PRI ancestral, el obsoleto, el encasquillado en el corazón de la gente, se niega a morir. Las viejas prácticas reviven y, paradoja pura, no salen del tricolor sino de su acérrimo enemigo, López Obrador, sin negar las rémoras persistentes en el mentado organismo.

Andrés Manuel encarna a esa generación perdida, con características tan identificables, que basta con recordar a cualquiera de los políticos de aquellos tiempos.

El gran éxito del Revolucionario fue el paternalismo. Explotó esta vena del mexicano, surgida desde la Colonia, por la que se moldeó el carácter sumiso e hipócrita frente al patrón, a fin de conseguir sus favores.

El encomendero y las subsecuentes figuras, junto con la Iglesia católica –en aquel entonces igual de paternalista-, sustituía al padre ausente y acostumbraban al humilde “hijo” a regir conductas, a cambio de insumos básicos. El de abajo se acostumbró a la dádiva, hábito vigente que parece imposible de erradicar.

Eran los días en los que, el tlatoani en turno era intocable, con sesgos cuasi divinos, que ellos se ocupaban de alimentar. Ni la mínima crítica ni poner en duda ninguna de sus acciones, así los marginados obtuvieran nulos beneficios.

Si hacemos memoria, con el Echeverriato se llegó a la cima de esta postura. El dios vivo siempre cerca del campesinado, de los trabajadores. A la mínima provocación se vestía con los hábitos originales de la comunidad a la que fuera.

Doña Esther, siempre con el mismo estilo de ropa –incluso en los viajes al extranjero-; se presumía la comida mexicana–que le provocó la revancha de Moctezuma, a más de un visitante de lujo-. Se rompió el protocolo y se convirtió en “protocolo”, teniendo a los hijos correteando por el salón, en recepciones oficiales. La ideología, los principios de la Revolución.

Todo se valía con tal de dar la pala del orgullo “patriotero”, que no patrio, a extremos de que, Esther Zuno obligó a las esposas de los secretarios de estado, a presentarse en las distintas fiestas, sin joyas, salvo aretes oaxaqueños o alguna otra filigrana.

El pueblo le respondió con querencia, a pesar de los avatares estudiantiles y los tantos rezagos en la calidad de vida. El odio, cuando no desprecio por la prensa, era feroz y la censura llevaba a escribir lo que se conocía “entrelíneas” -en ocasiones había que ser brujo para interpretar un artículo-.

Inolvidable un “Latrocinio” González Garrido, caudillo de horca y cuchillo que, a su paso por la gubernatura chiapaneca, hacía que los indígenas le besaran la mano.

Días de líderes agrarios que “alineaban” al campesinado hacia donde lo indicaba “el de arriba”. De invasiones a propiedades “latifundistas”, de grandes manifestaciones, de acarreos y de manipulación de masas, mediante el engaño y la falsedad.

Al interior de sus casas, lujos. Propiedades al por mayor, trajes de marca, mancuernillas de oro y relojes de colección. Que les gustaba lo fino, sobran anécdotas. Que fueron días de paternalismo, de populismo, que la tecnocracia echó abajo, aunque reitero, con sus rémoras.

Persiste el dedazo -al igual que lo ejerce López-, la adoración al sumo sacerdote -aunque a Peña le falló-; la cargada, la fabricación de rumorología y ¡la compra del voto!

La Iglesia perdió un buen segmento de fieles, a raíz de la Teología de la Liberación y el cambio en la relación con los pastores, en particular los de órdenes avanzadas.

AMLO salió de esa fábrica prinosáurica, que tiene sellada hasta el tuétano. Si no me cree, obsérvelo.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq