/ miércoles 15 de diciembre de 2021

Cuchillito de palo | Una tragedia anunciada

Se veía venir. Desde que empezaron las caravanas de migrantes se anunciaba la tragedia. El pasado dejó lecciones tan dolorosas, como la del asesinato masivo en San Fernando, Tamaulipas, que era de esperarse volviera a ocurrir algo similar, cuando se pierde el control de los miles de personas que cruzan el territorio.

A López Obrador, los muertos le salen sobrando. Los publicita con cara de que le preocupa el asunto, pero la realidad es que se le ha hecho, o ya la tenía, piel de elefante en relación al tema.

Casi el doble de 300 mil muertos por Covid y, cuando mucho, les manda sus condolencias a los familiares, como si con eso amainara el horror del luto que ha dejado una pandemia que, de haberse manejado como se debía, no habría tenido consecuencias tan nefastas.

Homicidios dolosos, otra cifra parecida, superior a la de los últimos presidentes y que sigue al alza sin que se trate de atajar. Caen hombres, mujeres y niños, como moscas abatidas por un insecticida y ni se investigan esos crímenes, ni se les toma en cuenta, como si no se tratara de ciudadanos. Se les clasifica de maleantes, así hayan sido inocentes que tuvieron la desgracia de estar en el momento y el lugar equivocados.

Tampoco alguno de sus serviles funcionaretes, a cargo de garantizar seguridad, se conmueve con las víctimas de su incompetencia, a la que se debe, en gran medida, el elevado número de occisos.

La República se ha vuelto un camposanto, en el que yace cualquiera que cae en manos de los inauditos malosos y va a dar a fosas clandestinas que se reproducen como esporas y que aparecen por todas las entidades.

El dolor se ha vuelto parte fundamental del sentimiento generalizado. Pocos se salvan de haber perdido a alguien cercano, sea por el inmundo virus o por un asalto, un enfrentamiento, una bala que salió solo Dios de dónde.

¿Y los fallecidos en la Línea 12? ¡Descansen en paz, que la oficialidad los borró a toda prisa! ¿Y los pequeños del Colegio Rébsamen? A la señora Sheinbaum jamás le han quitado el sueño y menos a su frío gurú.

En el tráiler de la muerte, venían hacinados más de 150 centroamericanos, en su mayoría guatemaltecos. Trataban de llegar al sueño americano, cada día más inalcanzable, en virtud del muro que coloca Biden y al que, el servil tlatoani refuerza con anticipación, antes de que le cause problemas a su homólogo yanqui.

AMLO cacareó en su campaña, que en este país todos los emigrantes serían recibidos con los brazos abiertos. Quienes lo escucharon le creyeron.

En su estrecha visión todo podría arreglarse si se implementara su programa de siembra de árboles en Centroamérica. Piensa que con esto habría empleos bien remunerados y acceso a oportunidades para quienes emigran por imposibilidad de, incluso, sobrevivir en su terruño.

Sueño guajiro. El programa, y lo dice quien ha visto los datos reales y comprueba el perjuicio que está causando -al desmontar tramos de selva para “reforestarlos”-, es inútil. Ni saca de la pobreza ni incrementa la calidad de vida de quienes están en la miseria, ni ayuda a la ecología.

El reciente drama es la culminación de las pésimas políticas migratorias. La triste realidad es la constante violación de los Derechos Humanos de quienes están convertidos en los parias de la tierra. AMLO se ha prestado a lacerar a estos miles de infelices que, si no mueren de sed en el desierto lo hacen en el hacinamiento de un tráiler de la muerte.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Se veía venir. Desde que empezaron las caravanas de migrantes se anunciaba la tragedia. El pasado dejó lecciones tan dolorosas, como la del asesinato masivo en San Fernando, Tamaulipas, que era de esperarse volviera a ocurrir algo similar, cuando se pierde el control de los miles de personas que cruzan el territorio.

A López Obrador, los muertos le salen sobrando. Los publicita con cara de que le preocupa el asunto, pero la realidad es que se le ha hecho, o ya la tenía, piel de elefante en relación al tema.

Casi el doble de 300 mil muertos por Covid y, cuando mucho, les manda sus condolencias a los familiares, como si con eso amainara el horror del luto que ha dejado una pandemia que, de haberse manejado como se debía, no habría tenido consecuencias tan nefastas.

Homicidios dolosos, otra cifra parecida, superior a la de los últimos presidentes y que sigue al alza sin que se trate de atajar. Caen hombres, mujeres y niños, como moscas abatidas por un insecticida y ni se investigan esos crímenes, ni se les toma en cuenta, como si no se tratara de ciudadanos. Se les clasifica de maleantes, así hayan sido inocentes que tuvieron la desgracia de estar en el momento y el lugar equivocados.

Tampoco alguno de sus serviles funcionaretes, a cargo de garantizar seguridad, se conmueve con las víctimas de su incompetencia, a la que se debe, en gran medida, el elevado número de occisos.

La República se ha vuelto un camposanto, en el que yace cualquiera que cae en manos de los inauditos malosos y va a dar a fosas clandestinas que se reproducen como esporas y que aparecen por todas las entidades.

El dolor se ha vuelto parte fundamental del sentimiento generalizado. Pocos se salvan de haber perdido a alguien cercano, sea por el inmundo virus o por un asalto, un enfrentamiento, una bala que salió solo Dios de dónde.

¿Y los fallecidos en la Línea 12? ¡Descansen en paz, que la oficialidad los borró a toda prisa! ¿Y los pequeños del Colegio Rébsamen? A la señora Sheinbaum jamás le han quitado el sueño y menos a su frío gurú.

En el tráiler de la muerte, venían hacinados más de 150 centroamericanos, en su mayoría guatemaltecos. Trataban de llegar al sueño americano, cada día más inalcanzable, en virtud del muro que coloca Biden y al que, el servil tlatoani refuerza con anticipación, antes de que le cause problemas a su homólogo yanqui.

AMLO cacareó en su campaña, que en este país todos los emigrantes serían recibidos con los brazos abiertos. Quienes lo escucharon le creyeron.

En su estrecha visión todo podría arreglarse si se implementara su programa de siembra de árboles en Centroamérica. Piensa que con esto habría empleos bien remunerados y acceso a oportunidades para quienes emigran por imposibilidad de, incluso, sobrevivir en su terruño.

Sueño guajiro. El programa, y lo dice quien ha visto los datos reales y comprueba el perjuicio que está causando -al desmontar tramos de selva para “reforestarlos”-, es inútil. Ni saca de la pobreza ni incrementa la calidad de vida de quienes están en la miseria, ni ayuda a la ecología.

El reciente drama es la culminación de las pésimas políticas migratorias. La triste realidad es la constante violación de los Derechos Humanos de quienes están convertidos en los parias de la tierra. AMLO se ha prestado a lacerar a estos miles de infelices que, si no mueren de sed en el desierto lo hacen en el hacinamiento de un tráiler de la muerte.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq