/ lunes 11 de julio de 2022

Cuernavaca resistente

Cuernavaca hace lo que puede, pero el tiempo termina ganando. Sabiendo con certeza que ha de perder, la ciudad se prepara para un partido cotidiano. Plancha uniformes, infla balones. El juego continuará a pesar de las desigualdades. En casa, un poblado que ha sobrevivido tantas revoluciones; de visitante, el inexorable pasar de los años. Con lluvia o granizo—con toda desigualdad presente—, el arbitro con su pitido estridente marca el inicio del encuentro. Acaba como sabemos; el pueblo destrozado. Se reúnen los jugadores estudiando lo que ha pasado. ¿Lo impresionante de esto? Cual reloj preciso, han de jugar nuevamente cada día hasta el final de los tiempos. Si Sísifo empuja su piedra en un cerro para verla caer al infinito, Cuernavaca se presenta renovada para destrozarse a la voluntad del tiempo. Un juego cruel de ilusiones; aún así debe jugarlo.

Al menos, esta es mi impresión tras una parada escasa. Visito su centro esporádicamente a mediados de otro trayecto. Hago camino entre sus calles angostas para encontrarme con paredes mal cuidadas. Donde uno ponga la mirada, se aprecia pintura carcomida o muros en ruinas. Cuando las paredes sobreviven, lo hacen con marcas urbanas que desafían todo intento de hermosura. Jamás llegando a ser arte; solo firmas elegantes hechas con el resguardo de la noche. Expresión ciudadana de rebeldía. El ojo atento, aprecia como capas de color las han ido ocultando. Poco hacen los intentos por cubrirlos; deslavadas y borrosas, perseveran las marcas de pintura en aerosol. Y si fuera poco, como escamas de iguana, comienza a romperse el color que las rodea. Llega una brigada de pintores para que en una semana su trabajo sea en vano. Ciclo eterno aplicado a cada edificio por igual. De suerte encuentras una casa recién renovada; en un par de semanas a sus vecinas se asemejará. Lo que hoy es nuevo, mañana se habrá roto. Solo es Cuernavaca en su injusta jaula de adversidad.

Como destello en tarde nublaba, aparece un árbol frondoso a mitad del concreto. Recuerda en verano, que la primavera es eterna en esta ciudad. El primero reúne flores rojas tornándose naranjas entre hojas picudas que hacen de sombra para la acera. Le sigue otro que florece amarillo; los de atrás no logro diferenciar. Todos crecen sin control alguno; su estatura dictada por los carros que han de pasar. Hacia los cielos, crecen desmedidos ante un pueblo que no los puede cuidar. Pausa esperanzadora ante fachadas descoloridas. Me hace pensar que el desorden no tiene que ser sinónimo de tragedia. ¡Oh, Cuernavaca! El caos desenfrenado de tus cuidados olvida los árboles que te decoran. ¡Ojalá así siga! Solo en ellos el tiempo se vuelve amigo.

Antes de llegar al zócalo, visito la catedral. Los muros que la rodean han perdido su cobertura inicial. A ratos, se vislumbran ladrillos añejos; más cercanos al ovalo que el rectángulo que hoy conocemos. Donde antes había color, hoy solo destacan manchas negras de humedad. Medirá poco más de tres metros; en su cima, se alternan picos con un techo triangular. Si estaban pintados hace décadas, ahora el negro es todo lo que hay. Recostado contra sus paredes desgastadas, un pobre hombre pidiendo limosna. Agarra sus rodillas en las manos, las canas dominan su pelo marchito. En frente, restaurantes modernos se oponen a la arquitectura divina. Los ignoro de momento, mi propósito es el templo que yace frente mío.

Paso el umbral primerizo donde una mujer vieja pide donaciones para el santo oficio. Los pisos, que nadie estudia, son de piedras redondas desgastadas por andares ajenos. En medio, un sendero de losas guiando hacia un parquecillo. Rectángulos verdes sin flor alguna; meros arbustos cuidados por la caridad religiosa. Al final, en paredes blancas, se levanta la iglesia. Su techo es del mismo patrón que el muro rodeándola, solo que la han sabido cuidar. Cuando me acerco a su entrada, aprecio dos columnas grisáceas cubiertas de pintura blancuzca; estragos que supongo habrán caído en alguna reparación. Sobre ellas, un triángulo coronado por dos huesos y un cráneo del que emerge la cruz divina. Les rodean ladrillos oscuros que contrastan con la fachada prístina. Aún cuando el templo trata de presentarse renovado, el pasado surge de entre las sombras. En estos escasos lugares donde triunfan los esfuerzos de cuidado, sigue presente la batalla con el tiempo.

Es, sin duda, una de las iglesias más oscuras que he visitado; como si las tinieblas trataran de cubrir sus daños. Afuera, todo ha sido restaurado; por dentro, se hace poco por preservar sus murales. En ella, no domina el oro salvo un crucifijo del retablo. Es una iglesia sencilla, sus bóvedas son también víctimas de grietas y deslavados. Los muros, descarapelados como tantos otros, tienen detalles que asemejan códices en lugar de cuadros europeos. Solo al darme vuelta para ver la entrada aprecio dibujos de barcas rodeadas de peces. Sin explicación alguna, el prehispánico se encuentra con un templo de sus conquistadores. El arte de uno, juega con el otro. Ambos son víctimas del tiempo. Con los años, ha opacado sus tonos de tregua y ha hecho terroso aquello que habrá sido tan pálido. Que belleza y que tragedia; la unión de dos culturas lentamente desgastada por el tiempo. Una metáfora para el país entero.

Pasa un tiempo y me retiro; emprendo la marcha final. Llego al zócalo diminuto que tanto quería visitar. Es un parque, como el de tantos otros; el palacio se levanta al final. Quizá sea el edificio mejor cuidado en toda la ciudad. Al menos la yuxtaposición le da algo de especial. Rectángulos marrones decorados con ventanas y columnas claras. Le precede una plazuela de rectángulos grises. A ambos lados, emergen árboles sin flores; solo agregan el verde a esta tonada tan triste. En este oasis de restauración, donde el tiempo ha frenado su ofensiva, tomo un respiro para entender lo que he observado durante mi breve estadía

El patrón es evidente; Cuernavaca resistente. Dondequiera que veo, los esfuerzos de preservación poco logran contra un adversario tan sangriento. Sin embargo, la ciudad no se detiene; los baldes de pintura siguen en las calles con brochas y andamios. Su catedral se pinta de blanco aún si sus adentros quedaron desgastados. Noble pueblo; tanto dejas que enseñar. Aunque en un principio me sorprendió el desgaste, ahora solo te puedo admirar. Haces lo posible sabiendo que has de perder. Pero, ni enfrentándote a los dioses, te dejas vencer. Si el tiempo quiere destrozarte, bien lo tendrá que hacer. Mientras queden arboles florales y cemento para restauraciones, Cuernavaca no ha de ceder. Será una lucha insensata; será que todos sabemos quien ha de triunfar. Pero ahora, cuando la ciudad aún vive, se prepara para el partido eterno sin pensar en su perder. ¡Qué valiente Cuernavaca! Y pensar que otros fea te ven. Espero ahora entiendan tus intentos; que te admiren con empatía. Canto hoy por esta ciudad en agonía que no puede hacerlo por sí misma. ¡No era de menos! Tiene tantas otras cosas que hacer antes del juego de mañana, el de pasado y los que eternamente le han de suceder.


Cuernavaca hace lo que puede, pero el tiempo termina ganando. Sabiendo con certeza que ha de perder, la ciudad se prepara para un partido cotidiano. Plancha uniformes, infla balones. El juego continuará a pesar de las desigualdades. En casa, un poblado que ha sobrevivido tantas revoluciones; de visitante, el inexorable pasar de los años. Con lluvia o granizo—con toda desigualdad presente—, el arbitro con su pitido estridente marca el inicio del encuentro. Acaba como sabemos; el pueblo destrozado. Se reúnen los jugadores estudiando lo que ha pasado. ¿Lo impresionante de esto? Cual reloj preciso, han de jugar nuevamente cada día hasta el final de los tiempos. Si Sísifo empuja su piedra en un cerro para verla caer al infinito, Cuernavaca se presenta renovada para destrozarse a la voluntad del tiempo. Un juego cruel de ilusiones; aún así debe jugarlo.

Al menos, esta es mi impresión tras una parada escasa. Visito su centro esporádicamente a mediados de otro trayecto. Hago camino entre sus calles angostas para encontrarme con paredes mal cuidadas. Donde uno ponga la mirada, se aprecia pintura carcomida o muros en ruinas. Cuando las paredes sobreviven, lo hacen con marcas urbanas que desafían todo intento de hermosura. Jamás llegando a ser arte; solo firmas elegantes hechas con el resguardo de la noche. Expresión ciudadana de rebeldía. El ojo atento, aprecia como capas de color las han ido ocultando. Poco hacen los intentos por cubrirlos; deslavadas y borrosas, perseveran las marcas de pintura en aerosol. Y si fuera poco, como escamas de iguana, comienza a romperse el color que las rodea. Llega una brigada de pintores para que en una semana su trabajo sea en vano. Ciclo eterno aplicado a cada edificio por igual. De suerte encuentras una casa recién renovada; en un par de semanas a sus vecinas se asemejará. Lo que hoy es nuevo, mañana se habrá roto. Solo es Cuernavaca en su injusta jaula de adversidad.

Como destello en tarde nublaba, aparece un árbol frondoso a mitad del concreto. Recuerda en verano, que la primavera es eterna en esta ciudad. El primero reúne flores rojas tornándose naranjas entre hojas picudas que hacen de sombra para la acera. Le sigue otro que florece amarillo; los de atrás no logro diferenciar. Todos crecen sin control alguno; su estatura dictada por los carros que han de pasar. Hacia los cielos, crecen desmedidos ante un pueblo que no los puede cuidar. Pausa esperanzadora ante fachadas descoloridas. Me hace pensar que el desorden no tiene que ser sinónimo de tragedia. ¡Oh, Cuernavaca! El caos desenfrenado de tus cuidados olvida los árboles que te decoran. ¡Ojalá así siga! Solo en ellos el tiempo se vuelve amigo.

Antes de llegar al zócalo, visito la catedral. Los muros que la rodean han perdido su cobertura inicial. A ratos, se vislumbran ladrillos añejos; más cercanos al ovalo que el rectángulo que hoy conocemos. Donde antes había color, hoy solo destacan manchas negras de humedad. Medirá poco más de tres metros; en su cima, se alternan picos con un techo triangular. Si estaban pintados hace décadas, ahora el negro es todo lo que hay. Recostado contra sus paredes desgastadas, un pobre hombre pidiendo limosna. Agarra sus rodillas en las manos, las canas dominan su pelo marchito. En frente, restaurantes modernos se oponen a la arquitectura divina. Los ignoro de momento, mi propósito es el templo que yace frente mío.

Paso el umbral primerizo donde una mujer vieja pide donaciones para el santo oficio. Los pisos, que nadie estudia, son de piedras redondas desgastadas por andares ajenos. En medio, un sendero de losas guiando hacia un parquecillo. Rectángulos verdes sin flor alguna; meros arbustos cuidados por la caridad religiosa. Al final, en paredes blancas, se levanta la iglesia. Su techo es del mismo patrón que el muro rodeándola, solo que la han sabido cuidar. Cuando me acerco a su entrada, aprecio dos columnas grisáceas cubiertas de pintura blancuzca; estragos que supongo habrán caído en alguna reparación. Sobre ellas, un triángulo coronado por dos huesos y un cráneo del que emerge la cruz divina. Les rodean ladrillos oscuros que contrastan con la fachada prístina. Aún cuando el templo trata de presentarse renovado, el pasado surge de entre las sombras. En estos escasos lugares donde triunfan los esfuerzos de cuidado, sigue presente la batalla con el tiempo.

Es, sin duda, una de las iglesias más oscuras que he visitado; como si las tinieblas trataran de cubrir sus daños. Afuera, todo ha sido restaurado; por dentro, se hace poco por preservar sus murales. En ella, no domina el oro salvo un crucifijo del retablo. Es una iglesia sencilla, sus bóvedas son también víctimas de grietas y deslavados. Los muros, descarapelados como tantos otros, tienen detalles que asemejan códices en lugar de cuadros europeos. Solo al darme vuelta para ver la entrada aprecio dibujos de barcas rodeadas de peces. Sin explicación alguna, el prehispánico se encuentra con un templo de sus conquistadores. El arte de uno, juega con el otro. Ambos son víctimas del tiempo. Con los años, ha opacado sus tonos de tregua y ha hecho terroso aquello que habrá sido tan pálido. Que belleza y que tragedia; la unión de dos culturas lentamente desgastada por el tiempo. Una metáfora para el país entero.

Pasa un tiempo y me retiro; emprendo la marcha final. Llego al zócalo diminuto que tanto quería visitar. Es un parque, como el de tantos otros; el palacio se levanta al final. Quizá sea el edificio mejor cuidado en toda la ciudad. Al menos la yuxtaposición le da algo de especial. Rectángulos marrones decorados con ventanas y columnas claras. Le precede una plazuela de rectángulos grises. A ambos lados, emergen árboles sin flores; solo agregan el verde a esta tonada tan triste. En este oasis de restauración, donde el tiempo ha frenado su ofensiva, tomo un respiro para entender lo que he observado durante mi breve estadía

El patrón es evidente; Cuernavaca resistente. Dondequiera que veo, los esfuerzos de preservación poco logran contra un adversario tan sangriento. Sin embargo, la ciudad no se detiene; los baldes de pintura siguen en las calles con brochas y andamios. Su catedral se pinta de blanco aún si sus adentros quedaron desgastados. Noble pueblo; tanto dejas que enseñar. Aunque en un principio me sorprendió el desgaste, ahora solo te puedo admirar. Haces lo posible sabiendo que has de perder. Pero, ni enfrentándote a los dioses, te dejas vencer. Si el tiempo quiere destrozarte, bien lo tendrá que hacer. Mientras queden arboles florales y cemento para restauraciones, Cuernavaca no ha de ceder. Será una lucha insensata; será que todos sabemos quien ha de triunfar. Pero ahora, cuando la ciudad aún vive, se prepara para el partido eterno sin pensar en su perder. ¡Qué valiente Cuernavaca! Y pensar que otros fea te ven. Espero ahora entiendan tus intentos; que te admiren con empatía. Canto hoy por esta ciudad en agonía que no puede hacerlo por sí misma. ¡No era de menos! Tiene tantas otras cosas que hacer antes del juego de mañana, el de pasado y los que eternamente le han de suceder.


ÚLTIMASCOLUMNAS
viernes 12 de abril de 2024

Cruzada Estadounidense

Estados Unidos es vasto. Sí, esa es la palabra. Me costó un viaje entero, pero la tengo

José Luis Sabau

viernes 05 de abril de 2024

Alturas de Teotihuacán

En un solo Teotihuacán—ese Teotihuacán engañoso y falaz—Habrá siempre un sin fin de Teotihuacanes

José Luis Sabau

viernes 03 de noviembre de 2023

Una trilogía sin/con encanto

La obra de Jon Fosse—ese nuevo Nobel agregado al panteón de escritores—es una máquina del oxímoron

José Luis Sabau

viernes 06 de octubre de 2023

Amanece en Tlatelolco

El tiempo, sin detenerse, va pasando. En los lugares desolados, llega la mañana.

José Luis Sabau

miércoles 06 de septiembre de 2023

México de mentiras

José Luis Sabau

Cargar Más