/ lunes 24 de febrero de 2020

Cultura a la mexicana

Como dice Chente: “No es lo mismo, pero es … igual”

También podría decir, quien tiene la suficiente edad para testimoniar los conflictos sociales que se han protagonizado en la Universidad Nacional Autónoma de México durante los últimos cincuenta y cinco años, mismos en los que la constante ha sido el encuentro de diversos intereses políticos de carácter nacional en pugna, en otras palabras, las “manos negras” a las que se refiere el presidente de la República y cuyos cometidos no se corresponden con la función académica encomendada a nuestra máxima casa de estudios pero que sí constituyen un campo de batalla ideal para el “tiro al blanco”, sin consecuencias para quienes lo practican.

Podremos estar o no de acuerdo con las demandas de los movimientos escenificados en nuestra universidad, pues en su pluralidad de ideas, tienen cabida las más diversas formas de pensar, sin embargo, me parece inconcebible que, en sus cabales haya quien crea que la mejor forma de expresarse es ejerciendo violencia contra el patrimonio de nuestras escuelas públicas y contra el resto de su población.

Si bien esta historia no inició con las dos veces dinamitada estatua del presidente Miguel Alemán en 1960 y 1966, así como la gansteril expulsión del Rector Chávez en ese mismo año, lo cierto es que fueron las primeras protestas violentas, dentro de ese espacio que orgullosamente conocemos como Ciudad Universitaria y que dos años después sería directamente mancillado por el Estado mismo para reprimir más que violentamente, el movimiento estudiantil que exigía la democratización del país. Hecho que sin duda representa una profunda cicatriz en la conciencia nacional.

De allí podemos saltar a la siguiente década, en la que surgieron los movimientos que derivaron en el reconocimiento de los sindicatos de trabajadores y académicos de la propia UNAM y que por supuesto fueron acompañados de sendas huelgas , suspensión de actividades docentes, de investigación y culturales que implicaron grandes pérdidas económicas, no para el gobierno en turno, al que se identificaba como adversario, sino contra la sociedad mexicana, auténtica afectada con la violencia desplegada por las protestas.

En los años ochenta, motivado por la propuesta de reforma estructural impulsada por la rectoría aparece el Consejo Estudiantil Universitario (CEU), movimiento opositor que aglutinó el interés del alumnado, principalmente para contrarrestar el intento de elevar las cuotas de inscripción, hecho que se repitió en los noventa y desencadenó la intervención de la Policía Federal Preventiva para retomar las instalaciones universitarias en el año dos mil.

Ahora, con la profunda y legítima indignación por la inseguridad en los espacios universitarios y el rechazo a la violencia de género, pretenden justificar el paro de actividades y la destrucción del patrimonio universitario, que como sugerimos al inicio son una constante en la cultura a la mexicana y en ese sentido, también son una incógnita las medidas que asumirá el Gobierno Federal frente al problema, ya que no son pocos los servidores públicos con cargos de importancia en la actual administración que participaron activamente en el bando disidente en alguno de los acontecimientos mencionados y que, como dicen algunos, no pueden ser causados por la sola ineptitud de un rector. Con el respeto debido yo creo que


No hay “mano negra” sino “manos negras” y, además, …” conciencias negras”.



napoleonef@hotmail.com

Como dice Chente: “No es lo mismo, pero es … igual”

También podría decir, quien tiene la suficiente edad para testimoniar los conflictos sociales que se han protagonizado en la Universidad Nacional Autónoma de México durante los últimos cincuenta y cinco años, mismos en los que la constante ha sido el encuentro de diversos intereses políticos de carácter nacional en pugna, en otras palabras, las “manos negras” a las que se refiere el presidente de la República y cuyos cometidos no se corresponden con la función académica encomendada a nuestra máxima casa de estudios pero que sí constituyen un campo de batalla ideal para el “tiro al blanco”, sin consecuencias para quienes lo practican.

Podremos estar o no de acuerdo con las demandas de los movimientos escenificados en nuestra universidad, pues en su pluralidad de ideas, tienen cabida las más diversas formas de pensar, sin embargo, me parece inconcebible que, en sus cabales haya quien crea que la mejor forma de expresarse es ejerciendo violencia contra el patrimonio de nuestras escuelas públicas y contra el resto de su población.

Si bien esta historia no inició con las dos veces dinamitada estatua del presidente Miguel Alemán en 1960 y 1966, así como la gansteril expulsión del Rector Chávez en ese mismo año, lo cierto es que fueron las primeras protestas violentas, dentro de ese espacio que orgullosamente conocemos como Ciudad Universitaria y que dos años después sería directamente mancillado por el Estado mismo para reprimir más que violentamente, el movimiento estudiantil que exigía la democratización del país. Hecho que sin duda representa una profunda cicatriz en la conciencia nacional.

De allí podemos saltar a la siguiente década, en la que surgieron los movimientos que derivaron en el reconocimiento de los sindicatos de trabajadores y académicos de la propia UNAM y que por supuesto fueron acompañados de sendas huelgas , suspensión de actividades docentes, de investigación y culturales que implicaron grandes pérdidas económicas, no para el gobierno en turno, al que se identificaba como adversario, sino contra la sociedad mexicana, auténtica afectada con la violencia desplegada por las protestas.

En los años ochenta, motivado por la propuesta de reforma estructural impulsada por la rectoría aparece el Consejo Estudiantil Universitario (CEU), movimiento opositor que aglutinó el interés del alumnado, principalmente para contrarrestar el intento de elevar las cuotas de inscripción, hecho que se repitió en los noventa y desencadenó la intervención de la Policía Federal Preventiva para retomar las instalaciones universitarias en el año dos mil.

Ahora, con la profunda y legítima indignación por la inseguridad en los espacios universitarios y el rechazo a la violencia de género, pretenden justificar el paro de actividades y la destrucción del patrimonio universitario, que como sugerimos al inicio son una constante en la cultura a la mexicana y en ese sentido, también son una incógnita las medidas que asumirá el Gobierno Federal frente al problema, ya que no son pocos los servidores públicos con cargos de importancia en la actual administración que participaron activamente en el bando disidente en alguno de los acontecimientos mencionados y que, como dicen algunos, no pueden ser causados por la sola ineptitud de un rector. Con el respeto debido yo creo que


No hay “mano negra” sino “manos negras” y, además, …” conciencias negras”.



napoleonef@hotmail.com