Y que llega el “barretero“ de Chalchihuites. Chalchihuites queda en Zacatecas. ¿Por Concepcion del Oro? ¿Por Jeréz? ¿Dónde ? Quién iba a saberlo. A lo mejor en “el quinto infierno “. Lo importante, lo que se debía saber –admirar-- era el físico, el gesto áspero, desdeñoso y bravucón de un jovencito de cabellera negra, muy lacia, que se transformaba en temible al ponerse un par de guantes de boxeo.
Tórax como su barba y mejillas, lampiño. Traía el gesto del hambre. Entre la envidia, el rencor y las ganas de tener. Fotógrafos profesionales desdeñaban sus gestos y perfil. Sus puños ya desnudos, ora vendados, enguantados, eran discurso. Armaba una “guardia” rudimentaria . Guay de quien se atreviera a retarlo. Poseía un tesoro en cada nudillo. Dinamita pura. Torpón en el boxeo clásico. Tosco al iniciar un ataque. Fallón al jabear con el puño izquierdo. “Pelea a lo loco”, lo criticaban. No le importaba. Iba, perseguía un golpe. Uno definitivo; concluyente. Ricardo Moreno, se llamaba. “Pajarito”, lo apodaron. El “Pajarito “ Ricardo Moreno.
Era 1954. El barrio discutía. Hacía sus favoritos. En Lago Chapala 18, departamento número 16, vivía la familia Ramírez- Costales. De padre militar –Don Juan Ramírez Caldera había sido “Mayor Pagador” del Ejército de Emiliano Zapata-- Roberto desdeñó ser alumno del Heroico Colegio Militar para buscar fama, dinero y gloria en el boxeo. Ahí iba. Hasta que en una pelea “estelar de miércoles” se topó con los puños de un violento “Xochimilca Kid”, que lo regresó con las cejas rotas, la nariz inservible y los ojos amoratados a las aulas del Instituto Politécnico Nacional, a la carrera de Ingeniero Petrolero. Saberes que le premió Pascual Gutiérrez Roldán en sus días de Director General de Petróleos Mexicanos.
Barrio de Lago Chapala que daba para más. En la primera calle, entre Carrillo Puerto y Laguna del Carmen –a unos pasos del Heroico Colegio Militar llamado de Popotla-- surgió la habilidad, el juego incitante, burlador de Armando Garrido.
Ya era un muchacho muy grandote cuando entró a tercero de primaria en la escuela Fray Francisco Aparicio extraña, inexplicablemente llamada “el Reloj”. Lago Chalco 23. La escuela clave V-277. Directora, la profesora Rufina Salcedo. Maestra del tercer año, la delicada Margarita Medina de Gutiérrez. Ahí llegó ya un labregón –como decían las madres de los alumnos-- Armando Garrido. Y de un día para otro jugador del equipo de futbol “América”. Armando Garrido , extremo izquierdo del equipo azulcrema. De Lago Chapala al “América” de Manuel Cañibe, de Pedro Nájera - apodado “ el siete pulmones “, de Lalo Palmer, el primero que en México metió un gol “olímpico”, el “América” del portero Manuel Camacho. Y Armando Garrido, vecino del “Nene” José Luis Franco Frías .
“Pichicuas”, lo apodaron a Armando Garrido. Seguro tenía calidad y fibra. Jugar en el “América”, le “roncaba”. Nadie llegaba de “buenas a primeras” a ese equipo que atraía a ricos, a acomodados, a “apretados” muy “lanudos”.
Porque ahí mismo, en Laguna del Carmen 99, ahí vivía “el Rafa”. El mayor de varios hermanos norteños –todos, hombres y mujeres güeros, rubias ellas, atrevidos, francos. Eran los Manzo-Valenzuela. Doña María Eugenia, discreta e inteligente mujer. “Tengo la sangre del educador Rafael Valenzuela, soy de Veracruz y el agente viajero vendedor de la Singer, codiciada máquina de coser y de los antibióticos Senosiain, padres de la llamativa familia. Rafael, el mayor, atraía. De elevada estatura, sangre liviana, apto para la broma ingeniosa y la crítica más ruda y ofensiva se hizo favorito de los chamacos, los cuates de Lago Chapala. Rafael con sus hermanos José Luis, Álvaro y Alberto se inscribió en la escuela primaria del “Reloj”. La vespertina Fray Francisco, de Lago Chalco 23. El colegio les quedaba a un centenar de pasos. Los Manzo- Valenzuela.
Con su poco más de 1.80 de estatura, su deslumbrante habilidad para hacerse, adueñarse, apoderarse del balón, el Rafa mareaba y dominaba. Cintura flexible que engañaba al contrario. Feliz facilidad para burlar, driblar una, dos, diez, cien veces a quien quisiera atajarlo. Daba una voz y dislocaba. Giros en reducido terreno. El balón se adhería a su pie. Milimétricamente permanecía ahí. Avaro, goloso, el Rafa no soltaba el balón. No lo transformaba en violento “trallazo”, fuerte, raso y colocado para transformarlo en gol. ¡Qué va¡ Placer, gozo, júbilo del Rafa dejar “sembrados”, despatarrados a sus contrarios. Dilataba su placer hasta lo increíble. Ya vencido el portero, en la mismísima línea de gol, realizaba bellas florituras con la pelota. Exhibía su dominio, su “toque” deslumbrante . Y vuelta a empezar. El Rafa.
Creció su fama. De un equipo del barrio, El Esparta, de la Liga de los Padres Salesianos que atraían a los niños a la misa y al jarro de atole dominical antes de ir a la cancha “Renacimiento”, en el callejón de Cáritas, el Rafa supo:
“ Que te buscan del Marte…
“ Un señor del Cuautla quiere hablar contigo , Rafa
“Chance que te dediques a jugar fut, Rafa…
Mira, Edson Aranges dice : “Eu soy Pele. Y tiene dieciséis años. Éntrale Rafa. Y el Rafa vanidoso, socarrón, distante:
“Pa´ que vean. Reconocen la calidad de la melcocha..
“Quieren que vayas a entrenar; a probarte. ¿Vas a ir?
“Niguas, nanay. Si quieren, que me contraten y debute en Primera División. Ya parece que yo voy a ir a entrenar, No voy “
Y no fue.
El Rafa Manzo Valenzuela que tenía un millón más de facultades que el “Pichicuaz” Armando Garrido, se guardó talento y físico. Eso sí, fue el “jugador del Lago Chapala”.