/ sábado 1 de abril de 2023

De la pluma de Miguel Reyes Razo | Las redacciones en los años 60 (III)

Por Miguel Reyes Razo

Allard poseía envidiable experiencia en la producción de impresos. Ya en 1953 dirigía la producción de Mañana, revista semanal propiedad de don Daniel Morales Blumenkron donde su sobrino Fernando Solana exploraba el periodismo mientras cavilaba vocación. ¿Arquitecto? ¿Filosofo? A ese semanario cuya redacción ocupaba todo un piso del Edificio Avenida en la de Juárez 88 se sumó Cine Mundial, publicación de notable éxito. Entonces Luis Javier y Alejandro Solana ingresaron con ímpetu e inteligencia en el universo periodístico.

Urgía Allard a los que suponía remolones, indiferentes o haraganes la noche del 4 de junio de 1968. Su ayudante —muchacho de apellido Santos— se transformaba en su eco y exhortaba a concluir la tarea. Por ahí de las once de la noche esa labor concluía. En un tris la Redacción era desierto. Se apagaban luces en Sociales y Espectáculos. El “reportero de guardia” —perteneciente a la Redacción de Información General— se acomodaba frente a un par de teléfonos.

Comenzaría a “checar”. Funeraria Gayosso Félix Cuevas. Cruz Roja. Cruz Verde. Bomberos. Por su cuenta se enlazaba con la “guardia” de otros periódicos. “Buenas noches, compita... Aquí en la guardia... Los de Excélsior tenían varias. La guardia más dura era llamada ahí “La Caballona.” De las 12 de la noche hasta las 6 de la mañana. “Dejaba lana por las esquelas de los que morían en esas horas”, narró más de una vez un improvisado —habilitado— llamado Juan González. “La verdad yo me gano la vida como luchador. “Tigre Blanco” me apodan Lucho enmascarado...”

“El poeta León Felipe está delicado.

Cheque su estado de salud con el doctor Teodoro Cesarman, recomendó Mario Santoscoy al dar la responsabilidad de “la guardia” a un reportero. Luego se puso el saco y se marchó.

Ya nos íbamos. Unos cuantos permanecíamos en el pasillo al que desembocaban puertas metálicas de color naranja. La de la oficina del inolvidable Luis Spota. La de Alberto Peniche.

La de Nicolás Sánchez Osorio. La de Agustín Barrios Gómez. La de Herodes Velázquez.

Ya nos íbamos cuando el intenso repiqueteo alarmó a todos. Los timbres —casi campanillas— de los teletipos casi brincaban. Urgían; exigían. Fantásticos aparatos que deslumbraban a los bisoños. Aparatos que transmitían en fracciones de segundo noticias estremecedoras. Teletipos en los que se leían las informaciones más estremecedoras.

“Flash...Flash...Flash...Robert Kennedy balaceado... Sigue...”

Tenían una suerte de sala de trofeos los teletipos. Vitrina grande que los resguardaba de metiches. Una persona los cuidaba con profesional atención.

Los teletipos requerían de grandes rollos de papel revolución —como el de las cuartillas que usaban los reporteros— y demandaban constante vigilancia, Antes de que engulleran por completo, recibían flamante reemplazo.

“Flash...Flash...Robert Kennedy agoniza en Los Angeles... Sigue”.

Nos congeló la noticia. De los talleres llegaban a la Redacción los obreros. Los que “le sabían” a las totatuvas rotativas.

Hábiles en su mantenimiento. El Grillo Joaquín Menéndez era su jefe. Amaba a las gigantescas máquinas de máquinas.

Las vigilaba con afecto. Menéndez tenia —tuvo— fama de genio. No había quien compitiera con su conocimiento.

“Ya se “echaron” a otro Kennedy” —resumió fúnebre alguien.

“Esa familia está “salada” —desechó otro.

“¿Qué se sabe? ¿Quién fue? ¿Ya murió?” —urgió otro.

Muy al fondo de la Redacción de Información General existía una cafetería-restaurante. Rafael Lizardi —veterano reportero que “caravaneaba” a don Gabriel Alarcón y procuraba su simpatía— era el concesionario. “Biafra”, bautizó al lugar el ingenio reporteril.

Recordé la biografía de Theodore C. Sorensen. Primer asesor legal de John F. Kennedy. Primer nombramiento del joven hijo del embajador Joseph Patrick Kennedy. Héroe en las Islas Salomón.

Comandante de la lancha PT-101. Kennedy en México en 1962. JFK muerto en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Su funeral. La Historia. “Kennedy. El Hombre. El Presidente”, escribió Sorensen.

“Con Kennedy”, produjo Pierre Salinger. Jefe de Prensa de John Fitzgerald Kennedy. “Lancero ha muerto”.

Despacho que Salinger recibió en el Air Force Number 2. Con Freeman, miembro del gabinete viajaba a Indonesia.

“Lancero” era del nombre en clave del Servicio Secreto de Estados Unidos del Político bostoniano.

Dolor del “clan” irlandés. Ken O'Donell, O`Brien, Galbraith, Adlai Stevenson...

De aquel pasmo nos sacó la urgida voz de Raúl Sánchez Hidalgo. El Jefe de la Sección Deportiva se puso al frente de la situación. Se modficaría la Primera Plana. ¿Cintillo? ¿Cuánto aguantaría el taller? ¿Qué nota se sacrificaría?

¿Donde está Allard?

Y de inmediato:

“¿Quién sabe algo de los Kennedy?"

“Yo, señor Sánchez Hidalgo" —le respondí.

“Dele a la máquina lo que sepa. Pero ya" —ordenó Iba a la máquina. Me detuvo Sánchez Hidalgo; “Apúrese y vaya a la calle. A ver que reportea. Y regrese pronto.

Entré a la Redacción. Iluminada otra vez.

Raúl Sánchez Hidalgo probó esa noche ser un reportero profesional.

Por Miguel Reyes Razo

Allard poseía envidiable experiencia en la producción de impresos. Ya en 1953 dirigía la producción de Mañana, revista semanal propiedad de don Daniel Morales Blumenkron donde su sobrino Fernando Solana exploraba el periodismo mientras cavilaba vocación. ¿Arquitecto? ¿Filosofo? A ese semanario cuya redacción ocupaba todo un piso del Edificio Avenida en la de Juárez 88 se sumó Cine Mundial, publicación de notable éxito. Entonces Luis Javier y Alejandro Solana ingresaron con ímpetu e inteligencia en el universo periodístico.

Urgía Allard a los que suponía remolones, indiferentes o haraganes la noche del 4 de junio de 1968. Su ayudante —muchacho de apellido Santos— se transformaba en su eco y exhortaba a concluir la tarea. Por ahí de las once de la noche esa labor concluía. En un tris la Redacción era desierto. Se apagaban luces en Sociales y Espectáculos. El “reportero de guardia” —perteneciente a la Redacción de Información General— se acomodaba frente a un par de teléfonos.

Comenzaría a “checar”. Funeraria Gayosso Félix Cuevas. Cruz Roja. Cruz Verde. Bomberos. Por su cuenta se enlazaba con la “guardia” de otros periódicos. “Buenas noches, compita... Aquí en la guardia... Los de Excélsior tenían varias. La guardia más dura era llamada ahí “La Caballona.” De las 12 de la noche hasta las 6 de la mañana. “Dejaba lana por las esquelas de los que morían en esas horas”, narró más de una vez un improvisado —habilitado— llamado Juan González. “La verdad yo me gano la vida como luchador. “Tigre Blanco” me apodan Lucho enmascarado...”

“El poeta León Felipe está delicado.

Cheque su estado de salud con el doctor Teodoro Cesarman, recomendó Mario Santoscoy al dar la responsabilidad de “la guardia” a un reportero. Luego se puso el saco y se marchó.

Ya nos íbamos. Unos cuantos permanecíamos en el pasillo al que desembocaban puertas metálicas de color naranja. La de la oficina del inolvidable Luis Spota. La de Alberto Peniche.

La de Nicolás Sánchez Osorio. La de Agustín Barrios Gómez. La de Herodes Velázquez.

Ya nos íbamos cuando el intenso repiqueteo alarmó a todos. Los timbres —casi campanillas— de los teletipos casi brincaban. Urgían; exigían. Fantásticos aparatos que deslumbraban a los bisoños. Aparatos que transmitían en fracciones de segundo noticias estremecedoras. Teletipos en los que se leían las informaciones más estremecedoras.

“Flash...Flash...Flash...Robert Kennedy balaceado... Sigue...”

Tenían una suerte de sala de trofeos los teletipos. Vitrina grande que los resguardaba de metiches. Una persona los cuidaba con profesional atención.

Los teletipos requerían de grandes rollos de papel revolución —como el de las cuartillas que usaban los reporteros— y demandaban constante vigilancia, Antes de que engulleran por completo, recibían flamante reemplazo.

“Flash...Flash...Robert Kennedy agoniza en Los Angeles... Sigue”.

Nos congeló la noticia. De los talleres llegaban a la Redacción los obreros. Los que “le sabían” a las totatuvas rotativas.

Hábiles en su mantenimiento. El Grillo Joaquín Menéndez era su jefe. Amaba a las gigantescas máquinas de máquinas.

Las vigilaba con afecto. Menéndez tenia —tuvo— fama de genio. No había quien compitiera con su conocimiento.

“Ya se “echaron” a otro Kennedy” —resumió fúnebre alguien.

“Esa familia está “salada” —desechó otro.

“¿Qué se sabe? ¿Quién fue? ¿Ya murió?” —urgió otro.

Muy al fondo de la Redacción de Información General existía una cafetería-restaurante. Rafael Lizardi —veterano reportero que “caravaneaba” a don Gabriel Alarcón y procuraba su simpatía— era el concesionario. “Biafra”, bautizó al lugar el ingenio reporteril.

Recordé la biografía de Theodore C. Sorensen. Primer asesor legal de John F. Kennedy. Primer nombramiento del joven hijo del embajador Joseph Patrick Kennedy. Héroe en las Islas Salomón.

Comandante de la lancha PT-101. Kennedy en México en 1962. JFK muerto en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Su funeral. La Historia. “Kennedy. El Hombre. El Presidente”, escribió Sorensen.

“Con Kennedy”, produjo Pierre Salinger. Jefe de Prensa de John Fitzgerald Kennedy. “Lancero ha muerto”.

Despacho que Salinger recibió en el Air Force Number 2. Con Freeman, miembro del gabinete viajaba a Indonesia.

“Lancero” era del nombre en clave del Servicio Secreto de Estados Unidos del Político bostoniano.

Dolor del “clan” irlandés. Ken O'Donell, O`Brien, Galbraith, Adlai Stevenson...

De aquel pasmo nos sacó la urgida voz de Raúl Sánchez Hidalgo. El Jefe de la Sección Deportiva se puso al frente de la situación. Se modficaría la Primera Plana. ¿Cintillo? ¿Cuánto aguantaría el taller? ¿Qué nota se sacrificaría?

¿Donde está Allard?

Y de inmediato:

“¿Quién sabe algo de los Kennedy?"

“Yo, señor Sánchez Hidalgo" —le respondí.

“Dele a la máquina lo que sepa. Pero ya" —ordenó Iba a la máquina. Me detuvo Sánchez Hidalgo; “Apúrese y vaya a la calle. A ver que reportea. Y regrese pronto.

Entré a la Redacción. Iluminada otra vez.

Raúl Sánchez Hidalgo probó esa noche ser un reportero profesional.