/ viernes 22 de octubre de 2021

De los problemas alimentarios y las acciones que buscan solucionarlos

Por Ana Karen Vázquez Hernández (Colmich)*

La reciente conmemoración del Día Mundial de la Alimentación pone el dedo sobre la llaga al acentuar que las problemáticas alimentarias reconocidas desde finales del siglo XX, época en que se establece la celebración, se han mantenido, e incluso se han acrecentado en la actualidad. Ejemplo de ello es que tras poco más de cuatro décadas de haberse proclamado, se sigue persiguiendo el mismo objetivo: disminuir el hambre en el mundo.

Y es que la escasez de alimentos básicos por el acceso diferenciado de los mismos se ha agravado, al igual que el desperdicio de los mismos. Las problemáticas alimentarias también han sido visibilizadas debido a la crisis mundial por covid-19. Además de los impactos económicos observados en el aumento en el precio de los alimentos, esta pandemia generó cambios en el comportamiento alimentario y evidenció la mala nutrición de las personas, pues los decesos a causa de este coronavirus se vincularon también con otros padecimientos relacionados al consumo de alimentos, como el sobrepeso, la diabetes y la hipertensión.

En ese sentido, resulta relevante cuestionar las acciones que los organismos internacionales y los gobiernos nacionales presentan como la solución a estas problemáticas. Ya que aun cuando estipulan qué debe de hacerse para solucionar la problemática alimentaria, sus recomendaciones no han dado el resultado esperado.

En el caso de México, el gobierno federal mexicano ha problematizado la alimentación de la población nacional de manera distinta a lo largo del devenir histórico. Esto se relaciona con sucesos internos y con discusiones internacionales que involucran a los Derechos Humanos e ideales de progreso y de desarrollo que se han constituido como la base en la elaboración de políticas públicas.

Estas políticas públicas, en tanto acciones gubernamentales, incluyen en su diseño un lenguaje prescriptivo enfocado en la problemática que se busca resolver y, al igual que las teorías clásicas del desarrollo, tienen como rasgo característico la construcción de conocimientos científicos como medio para la transformación socioeconómica. Dicho planteamiento busca producir resultados susceptibles de comercialización que omiten la diversidad cultural, razón por la cual es siempre fragmentado y, en la práctica, obtiene resultados distintos a los esperados.

En México, las políticas públicas han problematizado a la alimentación en tres distintas maneras: inicialmente, desde el aprovechamiento biológico que debía ser enmendado con la nutrición de la población; luego, como un problema biológico, pero relacionado a factores socioeconómicos, de manera que la solución radicó en erradicar el hambre, la desnutrición y, su vez, a la pobreza; y posteriormente, se problematizo en relación al factor económico y se supuso resolverlo a través de transferencias monetarias.

No obstante, la aplicabilidad de la racionalidad científica en la comprensión de la alimentación se aleja de la perspectiva sociocultural del fenómeno y anula las particularidades de las diferentes sociedades con el afán de acercarse a la vertiente economicista centrada en la productividad, el comercio, la innovación o la tecnologización. De tal manera, la transformación socioeconómica impuesta desde los grupos de poder con una idea económica de desarrollo y explicitada en las políticas públicas ha sido generalmente representada como la modernización de las sociedades tradicionales; a las que se les considera obstáculos.

Sin embargo, para el caso de México algunas de las consecuencias de la adopción de prácticas agrícolas estandarizadas incluyen la destrucción de la base alimentaria nacional, la perdida de la diversidad vegetal, el aumento en la inseguridad alimentaria para la población rural y, con ello, el incremento de padecimientos cardiovasculares (como obesidad, hipertensión arterial, diabetes mellitus y diversos tipos de cáncer), además del secuestro del paladar de la población desde la infancia.

Aunque las políticas públicas refuerzan los estereotipos de la cultura occidental basada en el consumo alimentario (fotografía 1) y las redes internacionales de distribución han contribuido a cambiar los hábitos alimenticios a base de alimentos precocinados y semiartificiales, es notable que el registro etnográfico actual muestre la prevalencia de múltiples particularidades alimentarias que distan de la perspectiva científica occidental (fotografía 2).

Fotografía 1

Aplicación de la política pública a través de programas sociales. Calvario del Carmen, Estado de México 2018.

Estos hechos ponen de manifiesto la necesidad de comprender la alimentación en su totalidad e identificar los conocimientos detrás de la construcción de la buena comida.

Fotografía 2 | Crédito: Ana Karen Vázquez

Comensalidad mazahua. San Nicolás Guadalupe, Estado de México 2021.

*Ana Karen Vázquez Hernández es Licenciada en Antropología Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y maestra en la misma disciplina por el Colegio de Michoacán (Colmich). Actualmente, cursa el doctorado en el Centro de Estudios Antropológicos del propio Colmich. Contacto al correo: trank_lv@hotmail.com

Crédito de las fotografías: Ana Karen Vázquez.

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Por Ana Karen Vázquez Hernández (Colmich)*

La reciente conmemoración del Día Mundial de la Alimentación pone el dedo sobre la llaga al acentuar que las problemáticas alimentarias reconocidas desde finales del siglo XX, época en que se establece la celebración, se han mantenido, e incluso se han acrecentado en la actualidad. Ejemplo de ello es que tras poco más de cuatro décadas de haberse proclamado, se sigue persiguiendo el mismo objetivo: disminuir el hambre en el mundo.

Y es que la escasez de alimentos básicos por el acceso diferenciado de los mismos se ha agravado, al igual que el desperdicio de los mismos. Las problemáticas alimentarias también han sido visibilizadas debido a la crisis mundial por covid-19. Además de los impactos económicos observados en el aumento en el precio de los alimentos, esta pandemia generó cambios en el comportamiento alimentario y evidenció la mala nutrición de las personas, pues los decesos a causa de este coronavirus se vincularon también con otros padecimientos relacionados al consumo de alimentos, como el sobrepeso, la diabetes y la hipertensión.

En ese sentido, resulta relevante cuestionar las acciones que los organismos internacionales y los gobiernos nacionales presentan como la solución a estas problemáticas. Ya que aun cuando estipulan qué debe de hacerse para solucionar la problemática alimentaria, sus recomendaciones no han dado el resultado esperado.

En el caso de México, el gobierno federal mexicano ha problematizado la alimentación de la población nacional de manera distinta a lo largo del devenir histórico. Esto se relaciona con sucesos internos y con discusiones internacionales que involucran a los Derechos Humanos e ideales de progreso y de desarrollo que se han constituido como la base en la elaboración de políticas públicas.

Estas políticas públicas, en tanto acciones gubernamentales, incluyen en su diseño un lenguaje prescriptivo enfocado en la problemática que se busca resolver y, al igual que las teorías clásicas del desarrollo, tienen como rasgo característico la construcción de conocimientos científicos como medio para la transformación socioeconómica. Dicho planteamiento busca producir resultados susceptibles de comercialización que omiten la diversidad cultural, razón por la cual es siempre fragmentado y, en la práctica, obtiene resultados distintos a los esperados.

En México, las políticas públicas han problematizado a la alimentación en tres distintas maneras: inicialmente, desde el aprovechamiento biológico que debía ser enmendado con la nutrición de la población; luego, como un problema biológico, pero relacionado a factores socioeconómicos, de manera que la solución radicó en erradicar el hambre, la desnutrición y, su vez, a la pobreza; y posteriormente, se problematizo en relación al factor económico y se supuso resolverlo a través de transferencias monetarias.

No obstante, la aplicabilidad de la racionalidad científica en la comprensión de la alimentación se aleja de la perspectiva sociocultural del fenómeno y anula las particularidades de las diferentes sociedades con el afán de acercarse a la vertiente economicista centrada en la productividad, el comercio, la innovación o la tecnologización. De tal manera, la transformación socioeconómica impuesta desde los grupos de poder con una idea económica de desarrollo y explicitada en las políticas públicas ha sido generalmente representada como la modernización de las sociedades tradicionales; a las que se les considera obstáculos.

Sin embargo, para el caso de México algunas de las consecuencias de la adopción de prácticas agrícolas estandarizadas incluyen la destrucción de la base alimentaria nacional, la perdida de la diversidad vegetal, el aumento en la inseguridad alimentaria para la población rural y, con ello, el incremento de padecimientos cardiovasculares (como obesidad, hipertensión arterial, diabetes mellitus y diversos tipos de cáncer), además del secuestro del paladar de la población desde la infancia.

Aunque las políticas públicas refuerzan los estereotipos de la cultura occidental basada en el consumo alimentario (fotografía 1) y las redes internacionales de distribución han contribuido a cambiar los hábitos alimenticios a base de alimentos precocinados y semiartificiales, es notable que el registro etnográfico actual muestre la prevalencia de múltiples particularidades alimentarias que distan de la perspectiva científica occidental (fotografía 2).

Fotografía 1

Aplicación de la política pública a través de programas sociales. Calvario del Carmen, Estado de México 2018.

Estos hechos ponen de manifiesto la necesidad de comprender la alimentación en su totalidad e identificar los conocimientos detrás de la construcción de la buena comida.

Fotografía 2 | Crédito: Ana Karen Vázquez

Comensalidad mazahua. San Nicolás Guadalupe, Estado de México 2021.

*Ana Karen Vázquez Hernández es Licenciada en Antropología Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y maestra en la misma disciplina por el Colegio de Michoacán (Colmich). Actualmente, cursa el doctorado en el Centro de Estudios Antropológicos del propio Colmich. Contacto al correo: trank_lv@hotmail.com

Crédito de las fotografías: Ana Karen Vázquez.

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