/ domingo 3 de mayo de 2020

De mayo del 45 al de 2020

“Cada cultura, cada clase, cada siglo, alega su propia y distintiva coartada para su agresividad” Peter Gay


Al adentrarnos en la historia, desde la época antigua hasta la moderna, y conocer los actos que hicieron “célebres” a hombres como Ran Min, Atila, An Lushan, Gengis Khan, Tamerlán, Shaka Zulú, Leopoldo II de Bélgica o Lothar von Trotha, entre tantos otros, nos invade el espanto.

¡Cómo podría el hombre ser capaz de cometer las atrocidades que ellos perpetraron! Lamentablemente, el paso de los años no modificó a las nuevas generaciones. El siglo XX terminó siendo, a pesar de haberse consagrado en él -como nunca antes- los derechos humanos, la centuria más sangrienta de la historia, al grado que cualquier imagen de las matanzas del pasado se quedó corta ante la crueldad despiada con la que el hombre “contemporáneo” fue capaz de encarnizarse y exterminar a sus congéneres, principalmente en los holocaustos -porque no fue solo uno- de la Segunda Guerra Mundial. Conflagración que formalmente terminó el 7 de mayo de 1945, dando fin al capítulo más negro hasta ahora de nuestra historia.

75 ruedas calendáricas han transcurrido desde entonces. La mayor parte de quienes la padecieron en carne propia están muertos y muy pronto el testimonio vivo de sus sobrevivientes solo podrá ser conocido mediante fuentes indirectas, pero mientras el tiempo avanza y el mundo continúa rotando, el ser humano pareciera perder la memoria con cada giro terrestre sobre su eje. La novedad es que ahora, al llegar mayo a su cita anual, encontró a una sociedad humana agobiada por el embate del coronavirus. Una sociedad que lo mismo vive atenta esperando el arribo de los “picos máximos” del ataque pandémico, que intentando volver a la normalidad a sabiendas de que el fatal enemigo sigue al acecho y en cualquier momento puede nuevamente resurgir con igual o aún mayor fuerza y letalidad.

Mayo 7 de 2020 significará para muchos el inicio de la “liberación de la cuarentena”, como lo fue hace 75 años de los horrores de la guerra. La cuestión es: si la humanidad no logró aprender la trágica lección que la última guerra mundial le dio ¿podrá estar lista para la que ahora sostiene contra el flagelo coronavírico? Mucho me temo que no. Al día de hoy, según datos de la Universidad Johns Hopkins, se estima han enfermado cerca de 3 millones y medio de personas desde el inicio de la pandemia y muerto casi un cuarto de millón de seres humanos. De ellos, miles han sido generales, oficiales y sobre todo soldados de la salud que han muerto en combate, luego de enfrentar un desgaste brutal que los ha dejado inermes, expuestos material y anímicamente ante el virus, como lo está siendo en nuestra Nación.

¿Cuántos muertos más cobrará la pandemia? ¿Cuáles serán al final las cifras reales, que habrá arrojado el embate pandémico a nivel local, nacional y mundial? El número será relevante pero lo que más importará es lo que haya aprendido la humanidad de esta nueva lección para su vida futura: la primera y más genuinamente lección global, en la que el macro genocida no ha sido el coronavirus. Ha sido el propio ser humano. Hemos sido nosotros.

A principios del siglo XIX, al reflexionar sobre la esencia humana, Georg Büchner se preguntaba en su “Carta del fatalismo”: “¿qué es lo que miente, asesina, roba en nosotros?”. Dos años más tarde escribirá Woyzeck, el primer drama social de la literatura germana. Más tarde, Edmond y Jules Goncourt, asiduos visitantes de los salones literarios franceses, declararán que “el sentimiento de destrucción es innato al hombre”, y no estaban equivocados. Solo que al detonarse la Primera Guerra Mundial, fue notoria la existencia y pervivencia hasta el final de la lucha de un poderoso y esperanzador espíritu nacionalista que impelía a los combatientes. Nacionalismo que si bien se precipitó al término de ésta, no impidió que durante la Segunda Guerra Mundial en muchos sectores de la sociedad, principalmente europea, dicho sentimiento fuera trascendido por uno de solidaridad al que la tragedia bélica fortaleció. Qué decir de los mensajes que la Corona británica promovió entre la población como “your courage, your cheerfulness, your resolution will bring us victory”, “freedom is in peril. Defend it with all your might” o “keep calm and carry on”, recientemente redescubierto.

Sin embargo, mayo de 2020 plantea otro escenario. En medio del dolor y el miedo emergen la nobleza y la solidaridad, pero también sentimientos oprobiosos, plenos de inhumanidad, como los que conducen a la sociedad a “demonizar al otro” porque es “altamente peligroso”: sea porque no atiende las peticiones de la autoridad de reclusión o movilidad, porque no piensa como yo, porque porta un uniforme sanitario o, peor aún, está enfermo del nuevo virus.

Sí. De nada servirá que la sociedad mundial vuelva a ser libre para salir de sus casas si su espíritu y su mente estrenan nuevas cadenas, como las de la irracionalidad, el egoísmo y el odio al otro: alimento vital de la violencia.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli


“Cada cultura, cada clase, cada siglo, alega su propia y distintiva coartada para su agresividad” Peter Gay


Al adentrarnos en la historia, desde la época antigua hasta la moderna, y conocer los actos que hicieron “célebres” a hombres como Ran Min, Atila, An Lushan, Gengis Khan, Tamerlán, Shaka Zulú, Leopoldo II de Bélgica o Lothar von Trotha, entre tantos otros, nos invade el espanto.

¡Cómo podría el hombre ser capaz de cometer las atrocidades que ellos perpetraron! Lamentablemente, el paso de los años no modificó a las nuevas generaciones. El siglo XX terminó siendo, a pesar de haberse consagrado en él -como nunca antes- los derechos humanos, la centuria más sangrienta de la historia, al grado que cualquier imagen de las matanzas del pasado se quedó corta ante la crueldad despiada con la que el hombre “contemporáneo” fue capaz de encarnizarse y exterminar a sus congéneres, principalmente en los holocaustos -porque no fue solo uno- de la Segunda Guerra Mundial. Conflagración que formalmente terminó el 7 de mayo de 1945, dando fin al capítulo más negro hasta ahora de nuestra historia.

75 ruedas calendáricas han transcurrido desde entonces. La mayor parte de quienes la padecieron en carne propia están muertos y muy pronto el testimonio vivo de sus sobrevivientes solo podrá ser conocido mediante fuentes indirectas, pero mientras el tiempo avanza y el mundo continúa rotando, el ser humano pareciera perder la memoria con cada giro terrestre sobre su eje. La novedad es que ahora, al llegar mayo a su cita anual, encontró a una sociedad humana agobiada por el embate del coronavirus. Una sociedad que lo mismo vive atenta esperando el arribo de los “picos máximos” del ataque pandémico, que intentando volver a la normalidad a sabiendas de que el fatal enemigo sigue al acecho y en cualquier momento puede nuevamente resurgir con igual o aún mayor fuerza y letalidad.

Mayo 7 de 2020 significará para muchos el inicio de la “liberación de la cuarentena”, como lo fue hace 75 años de los horrores de la guerra. La cuestión es: si la humanidad no logró aprender la trágica lección que la última guerra mundial le dio ¿podrá estar lista para la que ahora sostiene contra el flagelo coronavírico? Mucho me temo que no. Al día de hoy, según datos de la Universidad Johns Hopkins, se estima han enfermado cerca de 3 millones y medio de personas desde el inicio de la pandemia y muerto casi un cuarto de millón de seres humanos. De ellos, miles han sido generales, oficiales y sobre todo soldados de la salud que han muerto en combate, luego de enfrentar un desgaste brutal que los ha dejado inermes, expuestos material y anímicamente ante el virus, como lo está siendo en nuestra Nación.

¿Cuántos muertos más cobrará la pandemia? ¿Cuáles serán al final las cifras reales, que habrá arrojado el embate pandémico a nivel local, nacional y mundial? El número será relevante pero lo que más importará es lo que haya aprendido la humanidad de esta nueva lección para su vida futura: la primera y más genuinamente lección global, en la que el macro genocida no ha sido el coronavirus. Ha sido el propio ser humano. Hemos sido nosotros.

A principios del siglo XIX, al reflexionar sobre la esencia humana, Georg Büchner se preguntaba en su “Carta del fatalismo”: “¿qué es lo que miente, asesina, roba en nosotros?”. Dos años más tarde escribirá Woyzeck, el primer drama social de la literatura germana. Más tarde, Edmond y Jules Goncourt, asiduos visitantes de los salones literarios franceses, declararán que “el sentimiento de destrucción es innato al hombre”, y no estaban equivocados. Solo que al detonarse la Primera Guerra Mundial, fue notoria la existencia y pervivencia hasta el final de la lucha de un poderoso y esperanzador espíritu nacionalista que impelía a los combatientes. Nacionalismo que si bien se precipitó al término de ésta, no impidió que durante la Segunda Guerra Mundial en muchos sectores de la sociedad, principalmente europea, dicho sentimiento fuera trascendido por uno de solidaridad al que la tragedia bélica fortaleció. Qué decir de los mensajes que la Corona británica promovió entre la población como “your courage, your cheerfulness, your resolution will bring us victory”, “freedom is in peril. Defend it with all your might” o “keep calm and carry on”, recientemente redescubierto.

Sin embargo, mayo de 2020 plantea otro escenario. En medio del dolor y el miedo emergen la nobleza y la solidaridad, pero también sentimientos oprobiosos, plenos de inhumanidad, como los que conducen a la sociedad a “demonizar al otro” porque es “altamente peligroso”: sea porque no atiende las peticiones de la autoridad de reclusión o movilidad, porque no piensa como yo, porque porta un uniforme sanitario o, peor aún, está enfermo del nuevo virus.

Sí. De nada servirá que la sociedad mundial vuelva a ser libre para salir de sus casas si su espíritu y su mente estrenan nuevas cadenas, como las de la irracionalidad, el egoísmo y el odio al otro: alimento vital de la violencia.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli