Nunca, que tengamos memoria, nuestro país había tenido una relación más servil con los vecinos del Norte, la que nos hizo quedar, a los ojos del mundo, ¡a la altura del zapato!
Era lógico que un populista como AMLO, se identificara con otro de su misma calaña y se celebraran la serie de atropellos que cometían. El desprecio a las Instituciones, a la Ley, a la misma Constitución, avala el comportamiento de estos desgobernantes narcisistas, que se consideran los salvadores de su pueblo.
Una aplastante mayoría de gringos fue consciente del desastre y evitó la reelección del personaje que, acuciado por su inestabilidad emocional, gritó fraude.
El día de hoy tomará protesta –esperemos que sin contratiempos-, Joe Biden, un político de cepa opuesto a la figura demencial y destructiva, del hotentote de los pelos de elote. Preocupa, de acuerdo a las actitudes del tabasqueño, el nuevo curso de las relaciones con el, aunque decadente, todavía imperio.
Imposible negar los miles de kilómetros que nos unen. Menos ignorar a los millones de connacionales, que allí habitan. Mexicanos que se la han pasado muy mal. Gracias al despertar del racismo, propiciado por Trump y su discurso de odio, han sufrido en carne propia agravios y persecución, como no se había visto en años.
A López Obrador nada le importó el ver a los hijos de indocumentados, en jaulas. Ni se enteró, o le importó un comino, las agresiones de caucásicos en contra de compatriotas, a los que se les culpaba de robar sus empleos o “afear el panorama”.
Por el contrario, obediente a las órdenes de quien siempre pareció su amo, desplegó a miles de integrantes de la guardia nacional, a fin de detener a las caravanas que intentaban alcanzar el “sueño americano” (¿Lo será para quienes se confían en el espejismo y sólo encuentran la pesadilla?).
Emberrinchado por el fracaso de su amiguete del alma, se pone en contra del ganador de la contienda y hace lo imposible por descarrilar una buena relación de respeto.
Empezó por negarse a reconocer su triunfo. Siguió con una carta de felicitación en la que le echaba una filípica, como si Biden tuviera algún viso de dictador. Usa la palabra soberanía, como si no la hubiera cedido al despreciable perdedor.
La razón es “transparente”. Si hay alguna emoción que motive a los pueblos es la del nacionalismo. En año electorero, AMLO busca colocarlo en el centro del colectivo social, que por décadas ha vivido en la ambivalencia.
Una ambivalencia que se caracteriza por el contrasentido de amar y odiar, a los estadounidenses. De dientes para afuera se les pone verdes, pero, a la primera oportunidad se viaja al otro lado para hacer el “shopping”, se imitan sus modas, alimentación, cine, como si fueran el non plus ultra.
Si se tiene una mediana posición económica, se adquiere un inmueble y si con ello se consigue la anhelada “Green card”, se pone a las puertas del paraíso.
Con sus infantiles desplantes, el tlatoani busca jalar la fibra del sentimiento patriotero, ajeno al daño que sus actitudes perniciosas, nos podrían causar. Le rezonga muy machito a quien, por su orientación ideológica, estaría más cercano a una postura de Izquierda moderna y progresista.
Va a topar con pared, en cuanto a la seguridad, a la ecología, a los Derechos Humanos, confirmando la carencia de un pensamiento congruente. La tragedia es que nos llevará entre las patas, con su irracional actitud.
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