/ jueves 22 de febrero de 2018

De Platón y Ortega y Gasset a los políticos

“El ideal de la democracia envuelve la ausencia de dirigentes”, dice nada menos que Hans Kelsen en Esencia y Valor de la Democracia. A su vez Platón pone en Estado y en boca de Sócrates las siguientes palabras al preguntársele cómo se trataría a un hombre de cualidades excelsas, a un “genio” en un Estado ideal: “Lo veneraríamos como a un ser divino, maravilloso y digno de ser amado; pero, después de haberle advertido que en nuestro Estado no existía ni podía existir un hombre así, ungiéndolo con óleo y adornándolo con una corona de flores, lo acompañaríamos a la frontera.”

“La democracia -agrega Kelsen- no deja lugar a los temperamentos de caudillo.” Por otra parte, y conforme a sus discursos y declaraciones, los tres candidatos a la Presidencia de la República, López Obrador, Meade y Anaya, quieren acaudillar su ideario político. Pero el propio gran jurista concluye su pensamiento así “Pero el ideal de la libertad democrática, la ausencia de imperantes y caudillos, no es ni remotamente realizable, porque la realidad social lleva consigo el gobierno y el caudillaje, quedando sólo por resolver cómo formar la voluntad imperante y cómo crear al caudillo”. Es que pasa algo comprobado y verificado en decurso de los siglos, a saber según el propio Kelsen, que “parece casi inverosímil, teniendo presente el cuadro general que ofrece la realidad de un Estado democrático y confrontándola con la ideología democrática de la libertad, que pueda perdurar una divergencia tan extraordinaria entre ideología y libertad”. Ese es el punto, la divergencia entre el deber ser y el ser.

Ahora bien, en un ensayo admirable de José Ortega y Gasset, Mirabeau o el Político, el gran pensador español habla sobre los ideales y el arquetipo diciendo que aquéllos son “las cosas según estimamos que debieran ser y los arquetipos las cosas según su ineluctable realidad.” O sea, que “a la acción tiene que preceder en el político una prodigiosa contemplación.” En otros términos que los candidatos se comporten como modelos de lo que aspiran a ser, sin palabrería insubstancial y proponiendo programas de gobierno realizables, lógicos, consecuentes con los principios que profesan.

Que utilicen la palabra en su más amplia acepción, que es revelar ideas. No deberían chocar ideales y realidad, teoría y práctica. Ortega y Gasset, por cierto, termina su ensayo con esta frase memorable de Leonardo: “La teoría é il capitano e la prattica sono i soldati”. No hay capitán sin soldados ni soldados sin capitán. Se complementan, se añaden uno al otro para hacer una unidad íntegra o perfecta. La ideología democrática no consiste en mantener una ilusión insostenible en la realidad social.

¿Será mucho pedir, me pregunto, que los candidatos presidenciales estén a la altura de lo que el pueblo espera y quiere, de lo que necesita con urgencia? Que la campaña sea un encuentro de ideas y no un cúmulo de incoherencias vacuas, vacías y sin contenido, hasta ofensivas a la paciencia y a lo que el pueblo mexicano exige y reclama. Que no se olvide que la corrupción, lacra de nuestra sociedad, no se combate con cambios legales, de los que estamos hartos por su inaplicabilidad, inoperancia e inefectividad. La ley es una ilusión sin la firme voluntad o voluntarismo de aplicarla de los gobernantes, ya que si faltan estos se reduciría a ser campana sin badajo. Basta de leyes cuando no hay correspondencia entre ellas y su cumplimiento cabal, porque se vuelven entonces pruebas palpables de la impunidad.

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“El ideal de la democracia envuelve la ausencia de dirigentes”, dice nada menos que Hans Kelsen en Esencia y Valor de la Democracia. A su vez Platón pone en Estado y en boca de Sócrates las siguientes palabras al preguntársele cómo se trataría a un hombre de cualidades excelsas, a un “genio” en un Estado ideal: “Lo veneraríamos como a un ser divino, maravilloso y digno de ser amado; pero, después de haberle advertido que en nuestro Estado no existía ni podía existir un hombre así, ungiéndolo con óleo y adornándolo con una corona de flores, lo acompañaríamos a la frontera.”

“La democracia -agrega Kelsen- no deja lugar a los temperamentos de caudillo.” Por otra parte, y conforme a sus discursos y declaraciones, los tres candidatos a la Presidencia de la República, López Obrador, Meade y Anaya, quieren acaudillar su ideario político. Pero el propio gran jurista concluye su pensamiento así “Pero el ideal de la libertad democrática, la ausencia de imperantes y caudillos, no es ni remotamente realizable, porque la realidad social lleva consigo el gobierno y el caudillaje, quedando sólo por resolver cómo formar la voluntad imperante y cómo crear al caudillo”. Es que pasa algo comprobado y verificado en decurso de los siglos, a saber según el propio Kelsen, que “parece casi inverosímil, teniendo presente el cuadro general que ofrece la realidad de un Estado democrático y confrontándola con la ideología democrática de la libertad, que pueda perdurar una divergencia tan extraordinaria entre ideología y libertad”. Ese es el punto, la divergencia entre el deber ser y el ser.

Ahora bien, en un ensayo admirable de José Ortega y Gasset, Mirabeau o el Político, el gran pensador español habla sobre los ideales y el arquetipo diciendo que aquéllos son “las cosas según estimamos que debieran ser y los arquetipos las cosas según su ineluctable realidad.” O sea, que “a la acción tiene que preceder en el político una prodigiosa contemplación.” En otros términos que los candidatos se comporten como modelos de lo que aspiran a ser, sin palabrería insubstancial y proponiendo programas de gobierno realizables, lógicos, consecuentes con los principios que profesan.

Que utilicen la palabra en su más amplia acepción, que es revelar ideas. No deberían chocar ideales y realidad, teoría y práctica. Ortega y Gasset, por cierto, termina su ensayo con esta frase memorable de Leonardo: “La teoría é il capitano e la prattica sono i soldati”. No hay capitán sin soldados ni soldados sin capitán. Se complementan, se añaden uno al otro para hacer una unidad íntegra o perfecta. La ideología democrática no consiste en mantener una ilusión insostenible en la realidad social.

¿Será mucho pedir, me pregunto, que los candidatos presidenciales estén a la altura de lo que el pueblo espera y quiere, de lo que necesita con urgencia? Que la campaña sea un encuentro de ideas y no un cúmulo de incoherencias vacuas, vacías y sin contenido, hasta ofensivas a la paciencia y a lo que el pueblo mexicano exige y reclama. Que no se olvide que la corrupción, lacra de nuestra sociedad, no se combate con cambios legales, de los que estamos hartos por su inaplicabilidad, inoperancia e inefectividad. La ley es una ilusión sin la firme voluntad o voluntarismo de aplicarla de los gobernantes, ya que si faltan estos se reduciría a ser campana sin badajo. Basta de leyes cuando no hay correspondencia entre ellas y su cumplimiento cabal, porque se vuelven entonces pruebas palpables de la impunidad.

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