/ martes 24 de abril de 2018

Debate intrascendente

El debate presidencial parece no haber trascendido hacia las preferencias electorales pues resultó insatisfactorio y no aportó al electorado elementos nuevos para definir su voto. El formato fue malo pese a las modificaciones introducidas, pues siguió siendo una camisa de fuerza con límites temporales que impedían explayarse a los participantes provocando bruscos rompimientos de la continuidad. Los lapsos precisos para emplear la bolsa de tiempo interrumpían las argumentaciones sin ningún sentido puesto que el expositor disponía todavía de un número adicional de segundos. Eso provocó que en algunos casos se impidiera una respuesta y en otros se le cercenara. Sería preferible un manejo mucho más flexible del tiempo; que los conductores pudieran ir moderándolo a efecto de equilibrar las participaciones pero no cortarle el sonido al candidato cuando se encuentra en plena exposición. También es necesario reducir el número de temas y concentrarse en algunos que se estimen prioritarios.

Por otro lado, el número de moderadores no necesariamente mejora el formato, bastaría con uno que cumpliera correctamente la función de balancear los tiempos, formular las preguntas, insistir cuando las respuestas no son satisfactorias y propiciar las réplicas de manera inmediata. La moderacióncolectiva en este caso no fue mala pero tampoco aportó grandes ventajas y habría que resaltar de entre quienes la realizaron, la participación de Azucena Uresti quien se notó fluida, segura y capaz de generar mejores intervenciones de los candidatos.

En cuanto a los candidatoshabría que decir que en general se vieron doblemente “acartonados”, primero por el uso de sus laminitas con las quepretenden ilustrar su intervención como si fueran escolapios de primaria, práctica que debería suprimirse pues resta calidad al debate e impide apreciar el conocimiento de datos y cifras que deberían estar en la cabeza de los debatientes; pero además porque se mostraron un tanto nerviosos, rígidos, apegados a guiones preestablecidos, empleando argumentos repetitivos que ya hemos escuchado a lo largo de la campaña y con una mínima capacidad de contraataque inmediato.

Margarita Zavala se fue soltando poco a poco, auténtica y desenvuelta aunque un tanto superficial, mostró capacidad para la exposición y planteamientos algunas veces reiterados pero dirigidos a la presentación de propuestas. No obstante, estas carecían de la debida precisión y en muchos casos tuvo que dedicarse a defender la gestión de su esposo al frente de la presidencia. En el plano positivo fue quizá la que de modo más vehemente y emotivo presentó sus ideas y mostró una capacidad política que aunque no parezca impulsarla ni lejanamente a un triunfo, la coloca como una personalidad firme en el debate nacional con la ventaja de que no recibió ningún ataque con motivo de su conducta personal.

José Antonio Meade compartió con ella el haber sido los únicos que no fueron objeto de un ataque directo a su honestidad personal. Sus intervenciones en general fueron sólidas y bien informadas con propuestas serias y viables pero su problema, resaltado por los comentaristas televisivos del posdebate, es una falta de emotividad que le permita conectar con el auditorio cuyos integrantes lo perciben un tanto frío y distante. Su actitud circunspecta y responsable —que es virtud en un estadista— se constituye en una desventaja durante el debate porque pierde espontaneidad y frescura en sus participaciones. Para los encuentros subsecuentes, dada la necesidad de remontar en las encuestas, le convendría una postura más suelta, como cuando manejó la mejor ironía de la noche al decir que Andrés Manuel afirma traer una escoba pero que realmente porta un recogedor con el que recoge de todo.

Ricardo Anaya demostró sus grandes habilidades parlamentarias. A diferencia de los demás, se le vio relajado desde el principio;al igual que Meade se notó que había preparado sus materiales con esmero y los manejó con habilidad para atacar reiteradamente a AMLO, aunque cayó en la misma táctica evasiva de este al no responder el cuestionamiento sobre el crédito obtenido para la compra de la nave industrial de dudosa legalidad.

Andrés Manuel se notaba agotado, alejado de la jovialidad, incierto, incapaz de responder directamente a los ataques y, escudándose en la ventaja que le otorgan las encuestas, únicamente repitió frases y temas que ha empleado en su campaña. No fue capaz de explicar un asunto tan importante como su concepción de la amnistía para propiciar la paz. Resulta insostenible afirmar, como también lo hizo el Bronco, que va a convocar a un grupo de expertos para que le digan qué hacer sobre un tema respecto del cual, si no sabe cómo enfrentarlo, no debería aspirar a la presidencia.

Del Bronco no vale la pena decir nada. Tampoco importa señalar a un posible ganador pues cada quien ve triunfante a su candidato, pero hubo un derrotado: el método del debate.

eduardoandrade1948@gmail.com

El debate presidencial parece no haber trascendido hacia las preferencias electorales pues resultó insatisfactorio y no aportó al electorado elementos nuevos para definir su voto. El formato fue malo pese a las modificaciones introducidas, pues siguió siendo una camisa de fuerza con límites temporales que impedían explayarse a los participantes provocando bruscos rompimientos de la continuidad. Los lapsos precisos para emplear la bolsa de tiempo interrumpían las argumentaciones sin ningún sentido puesto que el expositor disponía todavía de un número adicional de segundos. Eso provocó que en algunos casos se impidiera una respuesta y en otros se le cercenara. Sería preferible un manejo mucho más flexible del tiempo; que los conductores pudieran ir moderándolo a efecto de equilibrar las participaciones pero no cortarle el sonido al candidato cuando se encuentra en plena exposición. También es necesario reducir el número de temas y concentrarse en algunos que se estimen prioritarios.

Por otro lado, el número de moderadores no necesariamente mejora el formato, bastaría con uno que cumpliera correctamente la función de balancear los tiempos, formular las preguntas, insistir cuando las respuestas no son satisfactorias y propiciar las réplicas de manera inmediata. La moderacióncolectiva en este caso no fue mala pero tampoco aportó grandes ventajas y habría que resaltar de entre quienes la realizaron, la participación de Azucena Uresti quien se notó fluida, segura y capaz de generar mejores intervenciones de los candidatos.

En cuanto a los candidatoshabría que decir que en general se vieron doblemente “acartonados”, primero por el uso de sus laminitas con las quepretenden ilustrar su intervención como si fueran escolapios de primaria, práctica que debería suprimirse pues resta calidad al debate e impide apreciar el conocimiento de datos y cifras que deberían estar en la cabeza de los debatientes; pero además porque se mostraron un tanto nerviosos, rígidos, apegados a guiones preestablecidos, empleando argumentos repetitivos que ya hemos escuchado a lo largo de la campaña y con una mínima capacidad de contraataque inmediato.

Margarita Zavala se fue soltando poco a poco, auténtica y desenvuelta aunque un tanto superficial, mostró capacidad para la exposición y planteamientos algunas veces reiterados pero dirigidos a la presentación de propuestas. No obstante, estas carecían de la debida precisión y en muchos casos tuvo que dedicarse a defender la gestión de su esposo al frente de la presidencia. En el plano positivo fue quizá la que de modo más vehemente y emotivo presentó sus ideas y mostró una capacidad política que aunque no parezca impulsarla ni lejanamente a un triunfo, la coloca como una personalidad firme en el debate nacional con la ventaja de que no recibió ningún ataque con motivo de su conducta personal.

José Antonio Meade compartió con ella el haber sido los únicos que no fueron objeto de un ataque directo a su honestidad personal. Sus intervenciones en general fueron sólidas y bien informadas con propuestas serias y viables pero su problema, resaltado por los comentaristas televisivos del posdebate, es una falta de emotividad que le permita conectar con el auditorio cuyos integrantes lo perciben un tanto frío y distante. Su actitud circunspecta y responsable —que es virtud en un estadista— se constituye en una desventaja durante el debate porque pierde espontaneidad y frescura en sus participaciones. Para los encuentros subsecuentes, dada la necesidad de remontar en las encuestas, le convendría una postura más suelta, como cuando manejó la mejor ironía de la noche al decir que Andrés Manuel afirma traer una escoba pero que realmente porta un recogedor con el que recoge de todo.

Ricardo Anaya demostró sus grandes habilidades parlamentarias. A diferencia de los demás, se le vio relajado desde el principio;al igual que Meade se notó que había preparado sus materiales con esmero y los manejó con habilidad para atacar reiteradamente a AMLO, aunque cayó en la misma táctica evasiva de este al no responder el cuestionamiento sobre el crédito obtenido para la compra de la nave industrial de dudosa legalidad.

Andrés Manuel se notaba agotado, alejado de la jovialidad, incierto, incapaz de responder directamente a los ataques y, escudándose en la ventaja que le otorgan las encuestas, únicamente repitió frases y temas que ha empleado en su campaña. No fue capaz de explicar un asunto tan importante como su concepción de la amnistía para propiciar la paz. Resulta insostenible afirmar, como también lo hizo el Bronco, que va a convocar a un grupo de expertos para que le digan qué hacer sobre un tema respecto del cual, si no sabe cómo enfrentarlo, no debería aspirar a la presidencia.

Del Bronco no vale la pena decir nada. Tampoco importa señalar a un posible ganador pues cada quien ve triunfante a su candidato, pero hubo un derrotado: el método del debate.

eduardoandrade1948@gmail.com