/ martes 27 de agosto de 2019

Del vudú al mal de ojo

Hace casi 40 años, el entonces candidato George H.W. Bush usó la frase “política económica vudú” para describir la afirmación de Ronald Reagan de que los recortes de impuestos para los ricos se pagan solos. Fue más profético de lo que podría haber imaginado.

Porque resulta que la economía vudú no es sólo una doctrina basada en el pensamiento mágico. Es la máxima política zombi, una creencia que, al parecer, la evidencia no puede matar. Ha fallado todas las veces que sus partidarios han tratado de ponerla en práctica, pero sigue adelante, aunque vaya casi a rastras. De hecho, a estas alturas ha comido el cerebro de cada figura importante del Partido Republicano. Hasta Susan Collins, la senadora menos de derecha del Partido Republicano (aunque eso no dice mucho), insistió en que el recorte fiscal de 2017, de hecho, reduciría el déficit.

Durante la campaña de 2016, Donald Trump fingió que era diferente y prometió aumentar los impuestos a los ricos. Sin embargo, una vez en el cargo, de inmediato aplicó la economía vudú a su máxima expresión. De hecho, ha llevado el pensamiento mágico a un nuevo nivel.

Ya que ha quedado cada vez más claro que los resultados de su recorte fiscal fueron decepcionantes —análisis de datos recientes han revisado a la baja los cálculos, tanto del crecimiento del empleo como del PIB, al grado de que es difícil ver más que un breve incremento repentino por dos billones de dólares de deuda— Trump ha inventado formas incluso más creativas de culpar a los demás. En específico, ahora afirma que el estímulo prometido no ha llegado porque sus opositores le han echado el mal de ojo a la economía con malos pensamientos: “Los demócratas están tratando de ‘hacer’ que la economía sea mala para efectos de las elecciones de 2020”.

¿Los políticos de la oposición realmente pueden ocasionar una recesión con base en pensamientos negativos? Esto va más allá de la economía vudú; tal vez deberíamos llamarla la economía del mal de ojo. Pongámoslo de este modo: se suponía que el recorte fiscal de Trump iba a crear un estímulo tan poderoso que no sólo toleraría los modestos aumentos de la Reserva Federal a las tasas de interés, sino que de hecho requeriría esos aumentos para evitar un sobrecalentamiento inflacionario. No se puede simplemente cambiar de opinión y acusar de traición a la Reserva Federal, cuando esta hace exactamente lo que esperabas que hiciera.

Sin embargo, fuera de culpar a todos menos a sí mismo, ¿cómo lidiará Trump con el fracaso de sus promesas económicas? Le ha dado por exigirle a la Reserva Federal que ponga a funcionar las imprentas, recorte las tasas de interés y compre bonos —medidas que normalmente se adoptan ante una recesión grave— aunque afirma que la economía sigue fuerte y que el desempleo, de hecho, se encuentra casi a niveles históricamente bajos.

La verdad es que Trump no tiene un Plan B, y tal vez no pueda idear uno. Por otra parte, tal vez no tenga que hacerlo. ¿Quién necesita políticas competentes cuando es el elegido y el rey de Israel?

Hace casi 40 años, el entonces candidato George H.W. Bush usó la frase “política económica vudú” para describir la afirmación de Ronald Reagan de que los recortes de impuestos para los ricos se pagan solos. Fue más profético de lo que podría haber imaginado.

Porque resulta que la economía vudú no es sólo una doctrina basada en el pensamiento mágico. Es la máxima política zombi, una creencia que, al parecer, la evidencia no puede matar. Ha fallado todas las veces que sus partidarios han tratado de ponerla en práctica, pero sigue adelante, aunque vaya casi a rastras. De hecho, a estas alturas ha comido el cerebro de cada figura importante del Partido Republicano. Hasta Susan Collins, la senadora menos de derecha del Partido Republicano (aunque eso no dice mucho), insistió en que el recorte fiscal de 2017, de hecho, reduciría el déficit.

Durante la campaña de 2016, Donald Trump fingió que era diferente y prometió aumentar los impuestos a los ricos. Sin embargo, una vez en el cargo, de inmediato aplicó la economía vudú a su máxima expresión. De hecho, ha llevado el pensamiento mágico a un nuevo nivel.

Ya que ha quedado cada vez más claro que los resultados de su recorte fiscal fueron decepcionantes —análisis de datos recientes han revisado a la baja los cálculos, tanto del crecimiento del empleo como del PIB, al grado de que es difícil ver más que un breve incremento repentino por dos billones de dólares de deuda— Trump ha inventado formas incluso más creativas de culpar a los demás. En específico, ahora afirma que el estímulo prometido no ha llegado porque sus opositores le han echado el mal de ojo a la economía con malos pensamientos: “Los demócratas están tratando de ‘hacer’ que la economía sea mala para efectos de las elecciones de 2020”.

¿Los políticos de la oposición realmente pueden ocasionar una recesión con base en pensamientos negativos? Esto va más allá de la economía vudú; tal vez deberíamos llamarla la economía del mal de ojo. Pongámoslo de este modo: se suponía que el recorte fiscal de Trump iba a crear un estímulo tan poderoso que no sólo toleraría los modestos aumentos de la Reserva Federal a las tasas de interés, sino que de hecho requeriría esos aumentos para evitar un sobrecalentamiento inflacionario. No se puede simplemente cambiar de opinión y acusar de traición a la Reserva Federal, cuando esta hace exactamente lo que esperabas que hiciera.

Sin embargo, fuera de culpar a todos menos a sí mismo, ¿cómo lidiará Trump con el fracaso de sus promesas económicas? Le ha dado por exigirle a la Reserva Federal que ponga a funcionar las imprentas, recorte las tasas de interés y compre bonos —medidas que normalmente se adoptan ante una recesión grave— aunque afirma que la economía sigue fuerte y que el desempleo, de hecho, se encuentra casi a niveles históricamente bajos.

La verdad es que Trump no tiene un Plan B, y tal vez no pueda idear uno. Por otra parte, tal vez no tenga que hacerlo. ¿Quién necesita políticas competentes cuando es el elegido y el rey de Israel?