/ sábado 9 de abril de 2022

Delicioso: lo exquisito de la dignidad

La belleza visual como metáfora social, una historia de aparente sencillez que toca temas de fondo como el valor de la independencia y la libertad en un contexto personal y general, actuaciones milimétricas que sostienen buena parte del tono convierten a Delicioso (Eric Besnard, 2021), en un filme de clara inteligencia lúdica y aguda. Carece de artificios porque no los necesita y los 112 minutos fluyen de forma natural. Es un pastel exquisito pero no cargado de chantilly. Un sabroso gusto al paladar que deja buena memoria al cinéfilo que está acostumbrado a la buena mesa y evita los atracones al que nos acostumbran los blockbusters.

El filme, que tuvo nominaciones en el César más reciente (premio a la cinematografía francesa) en donde sobre todo destacó por los valores visuales y la música de fondo, apuesta por una aguda cáustica mirada a la identidad francesa, con diálogos suspicaces, reveladores del personaje central, pero discretos. La labor del protagonista, el experimentado Grégory Gadeboyses es la columna vertebral del tono.

Pierre Manceron (Gadeboys) es un cocinero, medianamente mezquino y resignado a trabajar para el duque de Chamfort (Benjamín Lavernhe) quien no tiene gustos exquisitos para comer, pero es prepotente y ahoga el talento culinario del chef. Luego de una fiesta en la que el festín es motivo de burla, Manceron es obligado a que se disculpe ante los presentes y éste se niega. El despido es inmediato y sobre todo humillante. El platillo que género el incidente se llama Delicioso. Es 1789, poco antes de la Revolución francesa.

Manceron se va a vivir derrotado y sobre todo confundido con su padre Jacob (Christian Bouillete) y su hijo adolescente Benjamín (Lorenzo Lefebvre), quien ya había ocasionado roces entre el duque y el cocinero por entrar a la biblioteca del castillo a leer libros. Los tres, hacen una modesta pensión y un día una misteriosa mujer (pues sí, es misteriosa, no fue recurso literario) Louise (Isabelle Carré), pide entrar como ayudante y aprendiz de cocina. El hombre al principio se niega pero acepta a regañadientes.

Con el tiempo, fundan un restaurante, concepto nuevo en la Francia de aquellos años, pero el sibilino Duque, no permitirá que su ex trabajador encuentre la independencia.

La película funciona como una alegoría de tono político e histórico sobre la libertad, lo cual resulta evidente, pero más allá de esto, Delicioso brilla por la sencillez de un relato inteligente, en el que sus elementos son administrados de forma cuidadosa. Es decir, sí es una obra discreta, con una fotografía excepcional, a cargo de Jean-Marie Dreujou, y esa contención da un conjunto de elegancia.

La película se estrenó en México en la más reciente edición del Tour de Cine Francés y sin las complacencias del avasallador cine industrial, apela al buen gusto del público, que puede disfrutar no de una hamburguesa, sino de la sencillez de una buena crepa, sin grandes pretensiones pero sabrosa, sabrosa.

Revise la cartelera, es de lo mejor esta semana.


La belleza visual como metáfora social, una historia de aparente sencillez que toca temas de fondo como el valor de la independencia y la libertad en un contexto personal y general, actuaciones milimétricas que sostienen buena parte del tono convierten a Delicioso (Eric Besnard, 2021), en un filme de clara inteligencia lúdica y aguda. Carece de artificios porque no los necesita y los 112 minutos fluyen de forma natural. Es un pastel exquisito pero no cargado de chantilly. Un sabroso gusto al paladar que deja buena memoria al cinéfilo que está acostumbrado a la buena mesa y evita los atracones al que nos acostumbran los blockbusters.

El filme, que tuvo nominaciones en el César más reciente (premio a la cinematografía francesa) en donde sobre todo destacó por los valores visuales y la música de fondo, apuesta por una aguda cáustica mirada a la identidad francesa, con diálogos suspicaces, reveladores del personaje central, pero discretos. La labor del protagonista, el experimentado Grégory Gadeboyses es la columna vertebral del tono.

Pierre Manceron (Gadeboys) es un cocinero, medianamente mezquino y resignado a trabajar para el duque de Chamfort (Benjamín Lavernhe) quien no tiene gustos exquisitos para comer, pero es prepotente y ahoga el talento culinario del chef. Luego de una fiesta en la que el festín es motivo de burla, Manceron es obligado a que se disculpe ante los presentes y éste se niega. El despido es inmediato y sobre todo humillante. El platillo que género el incidente se llama Delicioso. Es 1789, poco antes de la Revolución francesa.

Manceron se va a vivir derrotado y sobre todo confundido con su padre Jacob (Christian Bouillete) y su hijo adolescente Benjamín (Lorenzo Lefebvre), quien ya había ocasionado roces entre el duque y el cocinero por entrar a la biblioteca del castillo a leer libros. Los tres, hacen una modesta pensión y un día una misteriosa mujer (pues sí, es misteriosa, no fue recurso literario) Louise (Isabelle Carré), pide entrar como ayudante y aprendiz de cocina. El hombre al principio se niega pero acepta a regañadientes.

Con el tiempo, fundan un restaurante, concepto nuevo en la Francia de aquellos años, pero el sibilino Duque, no permitirá que su ex trabajador encuentre la independencia.

La película funciona como una alegoría de tono político e histórico sobre la libertad, lo cual resulta evidente, pero más allá de esto, Delicioso brilla por la sencillez de un relato inteligente, en el que sus elementos son administrados de forma cuidadosa. Es decir, sí es una obra discreta, con una fotografía excepcional, a cargo de Jean-Marie Dreujou, y esa contención da un conjunto de elegancia.

La película se estrenó en México en la más reciente edición del Tour de Cine Francés y sin las complacencias del avasallador cine industrial, apela al buen gusto del público, que puede disfrutar no de una hamburguesa, sino de la sencillez de una buena crepa, sin grandes pretensiones pero sabrosa, sabrosa.

Revise la cartelera, es de lo mejor esta semana.