/ domingo 19 de agosto de 2018

Democracia, conciencia y verdad: legado del 68

Hace 50 años, el 1º de agosto de 1968, México vivió una de sus páginas más conmovedoras, emblemáticas y entrañables de su historia reciente: el entonces rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ingeniero Javier Barros Sierra, encabezó una marcha inédita en la que tomaron parte alrededor de 100 mil académicos y estudiantes procedentes principalmente de la propia UNAM, del Instituto Politécnico Nacional, de la Escuela Nacional de Maestros y de la Universidad Autónoma de Chapingo. La marcha, originalmente convocada para ir de Ciudad Universitaria al Zócalo, tuvo que cambiar de ruta: transitó por Insurgentes hasta Félix Cuevas y retornó al campus universitario por avenida Coyoacán. El despliegue de las fuerzas públicas, particularmente de las armadas, hacía temer una inminente represión.

Días después, el 15 de ese mismo mes, en sesión extraordinaria, el Consejo Universitario de nuestra máxima Casa de Estudios se pronunciaría fijando su posición ante los acontecimientos que estaban teniendo lugar en el país, en los que la actuación de estudiantes y académicos de distintas instituciones de educación media y superior cobraba cada día mayor trascendencia. Documento entre cuyos puntos centrales destacaron los siguientes: se solicitaba “respeto irrestricto a la autonomía universitaria”; observancia del artículo 16 respecto de la “inviolabilidad de los recintos universitarios”; “reconocimiento de que la libertad de expresión es esencial” para la función educativa; que el gobierno reconociera “la definición de autonomía universitaria” en los términos que había formulado el Rector en noviembre de 1966 con la representación de este órgano supremo; se demandaba “la no intervención del ejército y de otras fuerzas del orden público para la resolución de los problemas” de la “exclusiva competencia de la Universidad y demás centros de educación superior”; la “reparación de los daños materiales sufridos por los planteles universitarios” derivados de la ocupación de las fuerzas públicas.

Finalmente, el Consejo Universitario manifestaba su apoyo solidario a una serie de reclamos provenientes de diversos sectores, organismos, comités y coaliciones sociales, entre otros: “el respeto a las garantías individuales y sociales” consagradas en la Carta Magna; “libertad de los estudiantes presos” e indemnización a las víctimas afectadas por los hechos recientes; determinación de la responsabilidad y aplicación de las sanciones correspondientes a las autoridades que estuvieran involucradas; “sujeción de las funciones de las fuerzas públicas” al mandato constitucional; “supresión de los cuerpos policiacos represivos”, derogación de los artículos penales que consagraban el delito de “disolución social” y libertad de los ciudadanos presos por causas políticas y/o ideológicas.

La marcha y el pronunciamiento oficial universitario evidenciaban la necesidad que latía en el ser social profundo de la Nación por alcanzar un país con auténtica democracia.

A partir de ese momento, los hechos se precipitaron. Sin embargo, a reserva de profundizar en su momento oportuno en ellos, de estos pasajes iniciales del 68 mexicano me permito evocar particularmente uno de los más significativos. Me refiero al momento en que culminó la marcha del 1º de agosto en la explanada de rectoría, cuando Barros Sierra pronunció un igualmente histórico discurso ante la multitud de profesores y alumnos hermanados por una misma causa, pues a través de él el rector, como portavoz de las comunidades académicas, reconoció que los destinos de dichas instituciones educativas estaban en juego y con ellos la autonomía universitaria, pues como él mismo apuntaba: “La autonomía no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable que debe ser respetable y respetado por todos”. Por ello pedía que, siendo la Universidad lo primero, los universitarios pudieran permanecer unidos “para defender dentro y fuera de nuestra casa, las libertades de pensamiento, de reunión, de expresión y la más cara: ¡Nuestra Autonomía!”. Si algo tenía claro, es que solo al amparo de ella la comunidad universitaria podría estar en pleno goce de las libertades necesarias para realizar sus funciones. Conceptos trascendentales a los que debemos incorporar dos reflexiones más del entonces rector. Uno, cuando afirmó: “en la Universidad se hace ciencia, pero ante todo conciencia nacional”. El otro, al sentenciar que sólo podría haber “una cosa superior y más grande que la libertad y que la patria misma: la verdad”.

A cincuenta años de distancia, es cierto que nuestro régimen democrático es otro y la sociedad hoy en día goza de un marco de libertades evidentemente superior al de aquellos años. No obstante, la realidad también nos demuestra lo poco que hemos avanzado en la construcción de nuestro país. Por ello, como ciudadanos, pero sobre todo como universitarios, no podemos olvidar nuestra historia reciente. Si queremos desarrollar una conciencia nacional y aspirar a alcanzar la verdad, debemos volver los ojos a nuestro pasado, repensar el 68 y reconocer orgullosamente que el México actual pero sobre todo la democracia que hoy podemos vivir, son en gran parte producto de él.


@BettyZanolli bettyzanolli@hotmail.com




Hace 50 años, el 1º de agosto de 1968, México vivió una de sus páginas más conmovedoras, emblemáticas y entrañables de su historia reciente: el entonces rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ingeniero Javier Barros Sierra, encabezó una marcha inédita en la que tomaron parte alrededor de 100 mil académicos y estudiantes procedentes principalmente de la propia UNAM, del Instituto Politécnico Nacional, de la Escuela Nacional de Maestros y de la Universidad Autónoma de Chapingo. La marcha, originalmente convocada para ir de Ciudad Universitaria al Zócalo, tuvo que cambiar de ruta: transitó por Insurgentes hasta Félix Cuevas y retornó al campus universitario por avenida Coyoacán. El despliegue de las fuerzas públicas, particularmente de las armadas, hacía temer una inminente represión.

Días después, el 15 de ese mismo mes, en sesión extraordinaria, el Consejo Universitario de nuestra máxima Casa de Estudios se pronunciaría fijando su posición ante los acontecimientos que estaban teniendo lugar en el país, en los que la actuación de estudiantes y académicos de distintas instituciones de educación media y superior cobraba cada día mayor trascendencia. Documento entre cuyos puntos centrales destacaron los siguientes: se solicitaba “respeto irrestricto a la autonomía universitaria”; observancia del artículo 16 respecto de la “inviolabilidad de los recintos universitarios”; “reconocimiento de que la libertad de expresión es esencial” para la función educativa; que el gobierno reconociera “la definición de autonomía universitaria” en los términos que había formulado el Rector en noviembre de 1966 con la representación de este órgano supremo; se demandaba “la no intervención del ejército y de otras fuerzas del orden público para la resolución de los problemas” de la “exclusiva competencia de la Universidad y demás centros de educación superior”; la “reparación de los daños materiales sufridos por los planteles universitarios” derivados de la ocupación de las fuerzas públicas.

Finalmente, el Consejo Universitario manifestaba su apoyo solidario a una serie de reclamos provenientes de diversos sectores, organismos, comités y coaliciones sociales, entre otros: “el respeto a las garantías individuales y sociales” consagradas en la Carta Magna; “libertad de los estudiantes presos” e indemnización a las víctimas afectadas por los hechos recientes; determinación de la responsabilidad y aplicación de las sanciones correspondientes a las autoridades que estuvieran involucradas; “sujeción de las funciones de las fuerzas públicas” al mandato constitucional; “supresión de los cuerpos policiacos represivos”, derogación de los artículos penales que consagraban el delito de “disolución social” y libertad de los ciudadanos presos por causas políticas y/o ideológicas.

La marcha y el pronunciamiento oficial universitario evidenciaban la necesidad que latía en el ser social profundo de la Nación por alcanzar un país con auténtica democracia.

A partir de ese momento, los hechos se precipitaron. Sin embargo, a reserva de profundizar en su momento oportuno en ellos, de estos pasajes iniciales del 68 mexicano me permito evocar particularmente uno de los más significativos. Me refiero al momento en que culminó la marcha del 1º de agosto en la explanada de rectoría, cuando Barros Sierra pronunció un igualmente histórico discurso ante la multitud de profesores y alumnos hermanados por una misma causa, pues a través de él el rector, como portavoz de las comunidades académicas, reconoció que los destinos de dichas instituciones educativas estaban en juego y con ellos la autonomía universitaria, pues como él mismo apuntaba: “La autonomía no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable que debe ser respetable y respetado por todos”. Por ello pedía que, siendo la Universidad lo primero, los universitarios pudieran permanecer unidos “para defender dentro y fuera de nuestra casa, las libertades de pensamiento, de reunión, de expresión y la más cara: ¡Nuestra Autonomía!”. Si algo tenía claro, es que solo al amparo de ella la comunidad universitaria podría estar en pleno goce de las libertades necesarias para realizar sus funciones. Conceptos trascendentales a los que debemos incorporar dos reflexiones más del entonces rector. Uno, cuando afirmó: “en la Universidad se hace ciencia, pero ante todo conciencia nacional”. El otro, al sentenciar que sólo podría haber “una cosa superior y más grande que la libertad y que la patria misma: la verdad”.

A cincuenta años de distancia, es cierto que nuestro régimen democrático es otro y la sociedad hoy en día goza de un marco de libertades evidentemente superior al de aquellos años. No obstante, la realidad también nos demuestra lo poco que hemos avanzado en la construcción de nuestro país. Por ello, como ciudadanos, pero sobre todo como universitarios, no podemos olvidar nuestra historia reciente. Si queremos desarrollar una conciencia nacional y aspirar a alcanzar la verdad, debemos volver los ojos a nuestro pasado, repensar el 68 y reconocer orgullosamente que el México actual pero sobre todo la democracia que hoy podemos vivir, son en gran parte producto de él.


@BettyZanolli bettyzanolli@hotmail.com