/ martes 20 de noviembre de 2018

Democracia de oropel

Empiezo con un saludo a mi homónimo Eduardo Andrade Iturribarrí, con quien a través de estas páginas he sostenido un respetuoso intercambio de opiniones sobre la refinación de petróleo. Es muy sana la utilización de los espacios periodísticos para la polémica informada y de altura; tradición que se está perdiendo y es loable que los diarios de la OEM, constituyan un espacio para este ilustrativo ejercicio. ¡Enhorabuena!

Bueno...“¡A lo que te truje Chencha!”. Los mexicanos solemos autoflagelarnos y aceptar que estamos en condiciones disminuidas respecto de otros países cuando aparecemos en múltiples rankings ubicados en lugares muy inferiores, respecto de otras naciones y lo aceptamos a ciegas sin mucha reflexión.

A veces pareciera que nos regodeamos en la sensación de ser de los peores en materia de corrupción, de productividad, de riesgo para invertir, de violencia y otros campos en los que nos suelen calificar negativamente, sin detenernos a analizar los detalles y metodologías que se aplican en ese tipo de listados, en los cuales habría que reconocer que siempre tenemos un lugar elevado en materia de felicidad; por algo será; quiere decir que no nos sentimos tan mal con nuestro modo de vida; pero además, en muchas áreas somos realmente ejemplares como país: nuestra capacidad para enfrentar las desgracias como los terremotos, la solidaridad humana que hay entre nosotros, son buenos ejemplos. También resolvemos con excelencia cuestiones de alta complejidad como el sistema electoral.

Llama la atención que no presumamos suficientemente nuestra habilidad para organizar elecciones, la cual es defendida con orgullo por Lorenzo Córdova, el presidente del INE, quien con frecuencia resalta las características ejemplares de nuestro sistema que, comparado con el de los Estados Unidos, es una verdadera maravilla.

Resulta increíble que en clasificaciones internacionales de democracia ubiquen a México muchos lugares por debajo de Estados Unidos, cuando el sistema electoral de este último país se ha convertido en un verdadero lodazal de acuerdo a los datos surgidos de la reciente elección intermedia realizada el 6 de noviembre, de la cual hay lugares donde aún no han quedado claros sus resultados y son extensas las dudas respecto de la limpieza y eficacia del sistema. Ello coloca a la democracia estadounidense en una posición de vergüenza, si se toma en cuenta la manera como los estadounidenses se autoproclaman como campeones de la democracia.

Las deficiencias del sistema estadounidense no son nuevas. Hace 18 años el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM me publicó el libro titulado “Deficiencias del sistema electoral norteamericano”, en el cual documenté muchos de los aspectos negativos de la elección efectuada en el año 2000, de la cual surgió vencedor George W. Bush frente a Al Gore por una resolución de la Suprema Corte con marcados tintes partidistas a favor de los republicanos.

En esa obre preesenté un recuento de muchas de las prácticas fraudulentas documentadas a lo largo de los años en Estados Unidos; particularmente intensas en Florida, estado cuyo recuento escandaloso de votos hace casi dos décadas fue clave para determinar el resultado a favor de Bush quien, por cierto, había obtenido menos votos populares de los alcanzados Gore. Exactamente la misma situación que se produjo en la elección de 2016, cuando Donald Trump alcanzó la presidencia a pesar de que la gente votó mayoritariamente a favor de Hillary Clinton. Esta es la más importante distorsión del sistema electoral norteamericano, que difícilmente podría calificarse de democrático en cuanto que quien ocupa el puesto es, en realidad, el perdedor de una elección.

Casi 20 años después de esa exhibición ofrecida por un sistema electoral tan deficiente como el estadounidense, las cosas no sólo no ha mejorado sino que parecen estar en condiciones peores. El grado de desaseo y falta de confiabilidad de los procedimientos para recibir y contar los votos alcanza niveles inconcebibles en una sociedad que se supone democráticamente avanzada pero cuya democracia admitiría los calificativos de: deficiente, inequitativa, poco confiable, caótica e ineficiente. Dejando de lado la aberración democrática de que alguien pueda ganar la presidencia con una minoría de votos populares, el sistema está plagado de problemas que van desde su configuración hasta los procedimientos aplicables y los instrumentos que se emplean para recoger, contar y validar los sufragios.

Nuestros vecinos no cuentan con una autoridad electoral nacional independiente como es el caso de México y la elecciones son organizada y declaradas válidas por la propia autoridad ejecutiva de cada estado. El colmo de este esquema se aprecia en Georgia, donde el Secretario de Gobierno estatal, Brian Kemp, es la autoridad encargada de vigilar la elección a gobernador y al mismo tiempo participa en ella ¡como candidato!

Empiezo con un saludo a mi homónimo Eduardo Andrade Iturribarrí, con quien a través de estas páginas he sostenido un respetuoso intercambio de opiniones sobre la refinación de petróleo. Es muy sana la utilización de los espacios periodísticos para la polémica informada y de altura; tradición que se está perdiendo y es loable que los diarios de la OEM, constituyan un espacio para este ilustrativo ejercicio. ¡Enhorabuena!

Bueno...“¡A lo que te truje Chencha!”. Los mexicanos solemos autoflagelarnos y aceptar que estamos en condiciones disminuidas respecto de otros países cuando aparecemos en múltiples rankings ubicados en lugares muy inferiores, respecto de otras naciones y lo aceptamos a ciegas sin mucha reflexión.

A veces pareciera que nos regodeamos en la sensación de ser de los peores en materia de corrupción, de productividad, de riesgo para invertir, de violencia y otros campos en los que nos suelen calificar negativamente, sin detenernos a analizar los detalles y metodologías que se aplican en ese tipo de listados, en los cuales habría que reconocer que siempre tenemos un lugar elevado en materia de felicidad; por algo será; quiere decir que no nos sentimos tan mal con nuestro modo de vida; pero además, en muchas áreas somos realmente ejemplares como país: nuestra capacidad para enfrentar las desgracias como los terremotos, la solidaridad humana que hay entre nosotros, son buenos ejemplos. También resolvemos con excelencia cuestiones de alta complejidad como el sistema electoral.

Llama la atención que no presumamos suficientemente nuestra habilidad para organizar elecciones, la cual es defendida con orgullo por Lorenzo Córdova, el presidente del INE, quien con frecuencia resalta las características ejemplares de nuestro sistema que, comparado con el de los Estados Unidos, es una verdadera maravilla.

Resulta increíble que en clasificaciones internacionales de democracia ubiquen a México muchos lugares por debajo de Estados Unidos, cuando el sistema electoral de este último país se ha convertido en un verdadero lodazal de acuerdo a los datos surgidos de la reciente elección intermedia realizada el 6 de noviembre, de la cual hay lugares donde aún no han quedado claros sus resultados y son extensas las dudas respecto de la limpieza y eficacia del sistema. Ello coloca a la democracia estadounidense en una posición de vergüenza, si se toma en cuenta la manera como los estadounidenses se autoproclaman como campeones de la democracia.

Las deficiencias del sistema estadounidense no son nuevas. Hace 18 años el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM me publicó el libro titulado “Deficiencias del sistema electoral norteamericano”, en el cual documenté muchos de los aspectos negativos de la elección efectuada en el año 2000, de la cual surgió vencedor George W. Bush frente a Al Gore por una resolución de la Suprema Corte con marcados tintes partidistas a favor de los republicanos.

En esa obre preesenté un recuento de muchas de las prácticas fraudulentas documentadas a lo largo de los años en Estados Unidos; particularmente intensas en Florida, estado cuyo recuento escandaloso de votos hace casi dos décadas fue clave para determinar el resultado a favor de Bush quien, por cierto, había obtenido menos votos populares de los alcanzados Gore. Exactamente la misma situación que se produjo en la elección de 2016, cuando Donald Trump alcanzó la presidencia a pesar de que la gente votó mayoritariamente a favor de Hillary Clinton. Esta es la más importante distorsión del sistema electoral norteamericano, que difícilmente podría calificarse de democrático en cuanto que quien ocupa el puesto es, en realidad, el perdedor de una elección.

Casi 20 años después de esa exhibición ofrecida por un sistema electoral tan deficiente como el estadounidense, las cosas no sólo no ha mejorado sino que parecen estar en condiciones peores. El grado de desaseo y falta de confiabilidad de los procedimientos para recibir y contar los votos alcanza niveles inconcebibles en una sociedad que se supone democráticamente avanzada pero cuya democracia admitiría los calificativos de: deficiente, inequitativa, poco confiable, caótica e ineficiente. Dejando de lado la aberración democrática de que alguien pueda ganar la presidencia con una minoría de votos populares, el sistema está plagado de problemas que van desde su configuración hasta los procedimientos aplicables y los instrumentos que se emplean para recoger, contar y validar los sufragios.

Nuestros vecinos no cuentan con una autoridad electoral nacional independiente como es el caso de México y la elecciones son organizada y declaradas válidas por la propia autoridad ejecutiva de cada estado. El colmo de este esquema se aprecia en Georgia, donde el Secretario de Gobierno estatal, Brian Kemp, es la autoridad encargada de vigilar la elección a gobernador y al mismo tiempo participa en ella ¡como candidato!