/ martes 27 de noviembre de 2018

Democracia de oropel (II)

En Estados Unidos, carente de una autoridad nacional en materia electoral, suele ser el secretario de Gobierno del estado correspondiente quién certifica y da a conocer los resultados de la elección. Se da el caso, como en Florida, de que el gobernador en funciones compite por un lugar en el Senado y dicha elección es validada por el secretario de Gobierno, dependiente en la práctica, de uno de los contendientes por el escaño.

Es increíble que no cuente la Unión Americana con un padrón electoral nacional confiable y que el registro se realice de manera desordenada, con reglas diferentes en cada estado; en muchos ni siquiera se exige una identificación con fotografía y donde se hace, hay personas de escasos recursos o de minorías, que no cuentan con esa posibilidad de demostrar su identidad. En Kansas, donde se requería la comprobación de la ciudadanía estadounidense para registrarse en las listas locales, la ley fue modificada para eliminar ese requisito pero, al desconocer la gente que ya no era necesaria la presentación del documento que prueba su ciudadanía, muchos se abstuvieron de registrarse. No existe tampoco una forma de controlar que una persona que vivía en un lugar determinado y cambió de domicilio, se hubiese dado de baja del lugar donde previamente residía, así no hay modo de saber quién se encuentra empadronado en dos o más sitios.

Los sistemas de recepción y cómputo de los votos carecen de confiabilidad. El método aplicable en cada estado es diferente; en su mayoría recurren a procedimientos mecánicos o electrónicos que fallan con frecuencia.

Según un artículo publicado por The New York Times del 17 de noviembre pasado, en diversos estados hubo quejas por el mal funcionamiento de las máquinas de votación. En Nueva York, las boletas de dos páginas se atoraban en el aparato receptor y generaron enormes retrasos. En otros estados hubo quejas en cuanto al mal funcionamiento de artefactos que tienen muchos años de antigüedad.

Nosotros debemos tomar en cuenta estos problemas antes de embarcarnos en la adopción de sistemas electrónicos que nos quieran venir a vender como símbolo de modernidad, cuando el sistema manual sigue dando mejores resultados.

En algunos casos las máquinas presentaban fallas que obligaban a contar manualmente votos que deberían haber sido registrados por tales instrumentos mecánicos.

En New Jersey, Carolina del Sur y Luisiana, resultó que por confiar plenamente en los sistemas electrónicos y no tener un respaldo en papel, se careció de un referente razonablemente confiable para resolver impugnaciones.

Los escándalos mayores tuvieron lugar nuevamente en Florida, donde supuestamente se habían hecho cambios para mejorar la legislación electoral después del desaseo de hace 18 años. Pero ahora resultó que al hacer los recuentos por medio de máquinas, se “desaparecieron” tres mil votos. El registro mecánico difería de lo que aparecía como recibido en las urnas en tres mil sufragios y las autoridades no podían decidir si aceptaban el recuento por medio de máquinas o las cifras originales derivadas del conteo manual.

En un principio, resolvieron que darían por bueno el resultado del recuento mecánico, pero posteriormente variaron y con el pretexto de que deberían respetar el sentido de los votos originales, tomaron como válido el resultado producto de los primeros cómputos manuales.

En cuanto a la facilidad para sufragar, llama la atención que los centros de votación son relativamente pocos. Mientras en México se instalaron para la última elección 157 mil casillas que permiten al ciudadano votar muy cerca de su domicilio, en Estados Unidos solo operaron 100 mil centros de votación para un territorio cuya extensión es 4.5 veces la de nuestro país.

En algunos casos se recurrió a tácticas como al cambiar de última hora el lugar de los centros de votación. En Dodge City, poblado de Kansas con fuerte población hispana, un funcionario republicano modificó de última hora el sitio donde habrían de recibirse los votos y lo ubicó a más de seis kilómetros fuera de los límites de la ciudad para desalentar a los votantes demócratas.

Los encargados de administrar la función electoral, generalmente minimizan y justifican estos gravísimos problemas y llegan a decir que es normal que haya diferencias entre los resultados de los cómputos iniciales y los que posteriormente surgen del recuento de votos; aducen que igual fallan las máquinas que los seres humanos, lo cual no deja de causar perplejidad pues se supone que los errores de todo tipo deben ser los mínimos para garantizar la certeza de los resultados electorales, que son la base de la democracia.

Ya quisieran en Estados Unidos tener un sistema electoral tan perfectamente organizado y blindado como el mexicano, o ¡quién sabe! a lo mejor prefieren que el desorden impere para que cada partido consiga donde pueda y por los medios que sea, el resultado que le favorezca.

eduardoandrade1948@gmail.com

En Estados Unidos, carente de una autoridad nacional en materia electoral, suele ser el secretario de Gobierno del estado correspondiente quién certifica y da a conocer los resultados de la elección. Se da el caso, como en Florida, de que el gobernador en funciones compite por un lugar en el Senado y dicha elección es validada por el secretario de Gobierno, dependiente en la práctica, de uno de los contendientes por el escaño.

Es increíble que no cuente la Unión Americana con un padrón electoral nacional confiable y que el registro se realice de manera desordenada, con reglas diferentes en cada estado; en muchos ni siquiera se exige una identificación con fotografía y donde se hace, hay personas de escasos recursos o de minorías, que no cuentan con esa posibilidad de demostrar su identidad. En Kansas, donde se requería la comprobación de la ciudadanía estadounidense para registrarse en las listas locales, la ley fue modificada para eliminar ese requisito pero, al desconocer la gente que ya no era necesaria la presentación del documento que prueba su ciudadanía, muchos se abstuvieron de registrarse. No existe tampoco una forma de controlar que una persona que vivía en un lugar determinado y cambió de domicilio, se hubiese dado de baja del lugar donde previamente residía, así no hay modo de saber quién se encuentra empadronado en dos o más sitios.

Los sistemas de recepción y cómputo de los votos carecen de confiabilidad. El método aplicable en cada estado es diferente; en su mayoría recurren a procedimientos mecánicos o electrónicos que fallan con frecuencia.

Según un artículo publicado por The New York Times del 17 de noviembre pasado, en diversos estados hubo quejas por el mal funcionamiento de las máquinas de votación. En Nueva York, las boletas de dos páginas se atoraban en el aparato receptor y generaron enormes retrasos. En otros estados hubo quejas en cuanto al mal funcionamiento de artefactos que tienen muchos años de antigüedad.

Nosotros debemos tomar en cuenta estos problemas antes de embarcarnos en la adopción de sistemas electrónicos que nos quieran venir a vender como símbolo de modernidad, cuando el sistema manual sigue dando mejores resultados.

En algunos casos las máquinas presentaban fallas que obligaban a contar manualmente votos que deberían haber sido registrados por tales instrumentos mecánicos.

En New Jersey, Carolina del Sur y Luisiana, resultó que por confiar plenamente en los sistemas electrónicos y no tener un respaldo en papel, se careció de un referente razonablemente confiable para resolver impugnaciones.

Los escándalos mayores tuvieron lugar nuevamente en Florida, donde supuestamente se habían hecho cambios para mejorar la legislación electoral después del desaseo de hace 18 años. Pero ahora resultó que al hacer los recuentos por medio de máquinas, se “desaparecieron” tres mil votos. El registro mecánico difería de lo que aparecía como recibido en las urnas en tres mil sufragios y las autoridades no podían decidir si aceptaban el recuento por medio de máquinas o las cifras originales derivadas del conteo manual.

En un principio, resolvieron que darían por bueno el resultado del recuento mecánico, pero posteriormente variaron y con el pretexto de que deberían respetar el sentido de los votos originales, tomaron como válido el resultado producto de los primeros cómputos manuales.

En cuanto a la facilidad para sufragar, llama la atención que los centros de votación son relativamente pocos. Mientras en México se instalaron para la última elección 157 mil casillas que permiten al ciudadano votar muy cerca de su domicilio, en Estados Unidos solo operaron 100 mil centros de votación para un territorio cuya extensión es 4.5 veces la de nuestro país.

En algunos casos se recurrió a tácticas como al cambiar de última hora el lugar de los centros de votación. En Dodge City, poblado de Kansas con fuerte población hispana, un funcionario republicano modificó de última hora el sitio donde habrían de recibirse los votos y lo ubicó a más de seis kilómetros fuera de los límites de la ciudad para desalentar a los votantes demócratas.

Los encargados de administrar la función electoral, generalmente minimizan y justifican estos gravísimos problemas y llegan a decir que es normal que haya diferencias entre los resultados de los cómputos iniciales y los que posteriormente surgen del recuento de votos; aducen que igual fallan las máquinas que los seres humanos, lo cual no deja de causar perplejidad pues se supone que los errores de todo tipo deben ser los mínimos para garantizar la certeza de los resultados electorales, que son la base de la democracia.

Ya quisieran en Estados Unidos tener un sistema electoral tan perfectamente organizado y blindado como el mexicano, o ¡quién sabe! a lo mejor prefieren que el desorden impere para que cada partido consiga donde pueda y por los medios que sea, el resultado que le favorezca.

eduardoandrade1948@gmail.com