/ martes 21 de junio de 2022

Democracia sin brújula

Varias veces he aludido al incremento de la desorientación que experimentan los electorados de las democracias competitivas particularmente porque los gobiernos, en general, se encuentran atados a las decisiones tomadas en los centros financieros internacionales que se imponen de manera despiadada a las poblaciones cuya desesperación produce un continuo bamboleo electoral que las lleva a oscilar de uno a otro extremo.

Ello ha dificultado la gobernabilidad de muchos países porque resistir ese tremendo poder de la economía mundializada, cuyo control se encuentra en muy pocas manos, resulta prácticamente imposible. El fenómeno se ha acentuado y la demostración más reciente ocurrió hace dos días en la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Francia. El desconcierto de la ciudadanía francesa, aunado a cierta perversidad que caracteriza a la segunda vuelta electoral, condujeron a configurar una Asamblea Nacional aparentemente condenada a la imposibilidad de tomar acuerdos.

Emmanuel Macron ganó la elección presidencial pese a que en el primer escrutinio no había recibido ni siquiera el 30 % de los sufragios. De manera que su victoria final quedó marcada por una minoría de ciudadanos que deciden participar, pero padecen una especie invisible de “coacción al voto” ya que quedan obligados a votar por alguien que no quieren, pero lo hacen para evitar que llegue otro al que quieren menos. De este modo la mayoría absoluta que mantuvo a Macron en el Elíseo es muy engañosa pues unas semanas después el pueblo mostró gran desconfianza hacia su presidente al privarlo de la mayoría absoluta en la Asamblea, de la cual había gozado durante su primer mandato.

En Francia el efecto de esta pérdida de control genera un alto índice de impredictibilidad sobre lo que habrá de suceder, ya que su sistema semipresidencial hace imprescindible que el presidente cuente con la mayoría absoluta de la Asamblea para poder llevar adelante su programa. Como el cuerpo legislativo tiene la facultad de designar al primer ministro, a quien le corresponde la mayor parte de las tareas efectivas de gobierno, tal designación recae automáticamente en la persona que el presidente desea cuando tiene el apoyo mayoritario de la Asamblea. Pero si lo pierde, los legisladores pueden nombrar a un primer ministro incluso de signo contrario al presidente. Aquel llevaría verdaderamente las riendas del gobierno interior, privando al Ejecutivo de casi todos sus poderes, excepto el diplomático y el militar.

Cuando se llega al extremo de que las visiones gubernativas del presidente y el primer ministro estén totalmente enfrentadas, los franceses usan el término cohabitación muy propio de la picardía cultural de esa nación. La cohabitación requiere que los opositores sean capaces de unificarse para realizar el nombramiento del primer ministro. Empero, la situación actual alcanza niveles de surrealismo político dado que ni Macron cuenta con una mayoría, ni sus adversarios pueden configurarla.

El partido del presidente, en una asamblea de 577 miembros solamente obtuvo 244 bancas (de 345 que tenía), lejos de la mayoría absoluta que es de 289. Una variopinta combinación de izquierdas que abarca desde los vestigios del antiguo Partido Comunista hasta otras formaciones izquierdistas y a los ecologistas, denominada UNPAS, quedó en segundo lugar. Su líder Jean-Luc Mélenchon aspiraba a una más amplia votación que le permitiera ser nombrado primer ministro pero no la alcanzó ya que esa alianza obtuvo 127 diputados.

Por el otro extremo Marine Le Pen, de una furibunda derecha, paso de contar con ocho curules a 89, lo cual le otorga un enorme fuerza pero tampoco le permite ejercer un liderazgo que la convierta en primera ministra y su alianza con la extrema izquierda resulta imposible. Ensamble, el partido de Macron, podría buscar unirse con lo que queda de la muy disminuida derecha gaullista pero el líder de esta ha dicho que prefiere mantenerse en la oposición. Colaborar con un gobierno impopular no le redituaría nada desde el punto de vista electoral a futuro.

Las reformas propuestas por Macron parecen destinadas a su inaplicabilidad. El pueblo francés logra por lo menos detener propósitos como la elevación de la edad de jubilación, pero tampoco consigue decisiones positivas que conduzcan a un beneficio general. La sinrazón de este sistema político tiene como corolario el método aplicado en los sistemas parlamentarios cuando no es posible estabilizar un gobierno, el cual consiste en convocar a una nueva elección. Los franceses, hartos de tanto proceso electoral, probablemente se retirarían aún más de las urnas en un ambiente en que el ausentismo predomina al extremo de que alcanzó el 53.7 % el domingo pasado.

El impresionante deterioro de los sistemas democráticos debería llevar a una reconfiguración de los poderes en el mundo antes de que un nuevo Stalin o un nuevo Hitler decidan sustituir la dictadura del poder financiero por otra aún peor.

eduardoandrade1948@gmail.com

Varias veces he aludido al incremento de la desorientación que experimentan los electorados de las democracias competitivas particularmente porque los gobiernos, en general, se encuentran atados a las decisiones tomadas en los centros financieros internacionales que se imponen de manera despiadada a las poblaciones cuya desesperación produce un continuo bamboleo electoral que las lleva a oscilar de uno a otro extremo.

Ello ha dificultado la gobernabilidad de muchos países porque resistir ese tremendo poder de la economía mundializada, cuyo control se encuentra en muy pocas manos, resulta prácticamente imposible. El fenómeno se ha acentuado y la demostración más reciente ocurrió hace dos días en la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Francia. El desconcierto de la ciudadanía francesa, aunado a cierta perversidad que caracteriza a la segunda vuelta electoral, condujeron a configurar una Asamblea Nacional aparentemente condenada a la imposibilidad de tomar acuerdos.

Emmanuel Macron ganó la elección presidencial pese a que en el primer escrutinio no había recibido ni siquiera el 30 % de los sufragios. De manera que su victoria final quedó marcada por una minoría de ciudadanos que deciden participar, pero padecen una especie invisible de “coacción al voto” ya que quedan obligados a votar por alguien que no quieren, pero lo hacen para evitar que llegue otro al que quieren menos. De este modo la mayoría absoluta que mantuvo a Macron en el Elíseo es muy engañosa pues unas semanas después el pueblo mostró gran desconfianza hacia su presidente al privarlo de la mayoría absoluta en la Asamblea, de la cual había gozado durante su primer mandato.

En Francia el efecto de esta pérdida de control genera un alto índice de impredictibilidad sobre lo que habrá de suceder, ya que su sistema semipresidencial hace imprescindible que el presidente cuente con la mayoría absoluta de la Asamblea para poder llevar adelante su programa. Como el cuerpo legislativo tiene la facultad de designar al primer ministro, a quien le corresponde la mayor parte de las tareas efectivas de gobierno, tal designación recae automáticamente en la persona que el presidente desea cuando tiene el apoyo mayoritario de la Asamblea. Pero si lo pierde, los legisladores pueden nombrar a un primer ministro incluso de signo contrario al presidente. Aquel llevaría verdaderamente las riendas del gobierno interior, privando al Ejecutivo de casi todos sus poderes, excepto el diplomático y el militar.

Cuando se llega al extremo de que las visiones gubernativas del presidente y el primer ministro estén totalmente enfrentadas, los franceses usan el término cohabitación muy propio de la picardía cultural de esa nación. La cohabitación requiere que los opositores sean capaces de unificarse para realizar el nombramiento del primer ministro. Empero, la situación actual alcanza niveles de surrealismo político dado que ni Macron cuenta con una mayoría, ni sus adversarios pueden configurarla.

El partido del presidente, en una asamblea de 577 miembros solamente obtuvo 244 bancas (de 345 que tenía), lejos de la mayoría absoluta que es de 289. Una variopinta combinación de izquierdas que abarca desde los vestigios del antiguo Partido Comunista hasta otras formaciones izquierdistas y a los ecologistas, denominada UNPAS, quedó en segundo lugar. Su líder Jean-Luc Mélenchon aspiraba a una más amplia votación que le permitiera ser nombrado primer ministro pero no la alcanzó ya que esa alianza obtuvo 127 diputados.

Por el otro extremo Marine Le Pen, de una furibunda derecha, paso de contar con ocho curules a 89, lo cual le otorga un enorme fuerza pero tampoco le permite ejercer un liderazgo que la convierta en primera ministra y su alianza con la extrema izquierda resulta imposible. Ensamble, el partido de Macron, podría buscar unirse con lo que queda de la muy disminuida derecha gaullista pero el líder de esta ha dicho que prefiere mantenerse en la oposición. Colaborar con un gobierno impopular no le redituaría nada desde el punto de vista electoral a futuro.

Las reformas propuestas por Macron parecen destinadas a su inaplicabilidad. El pueblo francés logra por lo menos detener propósitos como la elevación de la edad de jubilación, pero tampoco consigue decisiones positivas que conduzcan a un beneficio general. La sinrazón de este sistema político tiene como corolario el método aplicado en los sistemas parlamentarios cuando no es posible estabilizar un gobierno, el cual consiste en convocar a una nueva elección. Los franceses, hartos de tanto proceso electoral, probablemente se retirarían aún más de las urnas en un ambiente en que el ausentismo predomina al extremo de que alcanzó el 53.7 % el domingo pasado.

El impresionante deterioro de los sistemas democráticos debería llevar a una reconfiguración de los poderes en el mundo antes de que un nuevo Stalin o un nuevo Hitler decidan sustituir la dictadura del poder financiero por otra aún peor.

eduardoandrade1948@gmail.com