/ jueves 20 de febrero de 2020

Demócratas: los muertos vivientes

En este momento me encuentro en España hablando sobre ideas zombis (ideas a las que la evidencia debería haber eliminado, pero que siguen moviéndose a trompicones). En los Estados Unidos modernos, las ideas zombis más importantes están en la derecha, sin embargo, algunas ideas zombis también se las arreglan para comerse el cerebro de los centristas. Como era de esperarse, algunos de los zombis más destructivos de la última década se han abierto paso hasta la contienda de las elecciones primarias demócratas, donde un par de centristas están repitiendo ideas que hace años fueron desmentidas en su totalidad.

Aunque pocos vieron venir lo que sucedería en 2008, en retrospectiva fue un clásico pánico bancario, el tipo de cosa que solía ocurrir con frecuencia antes de la década de 1930. Primero, los prestamistas se vieron atrapados en la gigantesca burbuja de la vivienda; luego, cuando la burbuja reventó, la mayor parte del sistema financiero simplemente se congeló.

A estas alturas, las pruebas en contra del cuento de que fue culpa de los liberales son abrumadoras. El auge de los malos préstamos no provino ni de las agencias patrocinadas por el gobierno ni de los bancos regulados, sino de quienes originaron las hipotecas desreguladas. La gravedad de los efectos colaterales se debió a que los inversionistas creyeron, erróneamente, que los elegantes instrumentos financieros los protegían del riesgo.

Siendo justos, el pánico por el déficit no era un engaño tan obvio como la afirmación de que los bien intencionados habían ocasionado la crisis financiera, aunque algunas de las voces más fuertes que condenaban los males de los déficits eran embusteros evidentes.

Más bien, lo que sucedió fue que mucha gente importante creyó que hablar sobre los peligros de la deuda los hacía sonar serios, puesto que eso era lo que estaban haciendo todas las otras personas serias.

Sin embargo, a estas alturas, la obsesión por la deuda ha sido completamente desmentida tanto por la investigación económica como por la experiencia.

Vivimos en un mundo inundado de ahorros privados que buscan un lugar adónde ir, con inversionistas dispuestos a prestar dinero al gobierno con tasas de interés increíblemente bajas.

De hecho, es irresponsable no poner ese dinero a trabajar para invertir en el futuro, tanto construyendo infraestructura física como en programas que puedan ayudar a los niños a desarrollar su potencial.

Ahora bien, el gobierno de Trump está haciendo mal las cosas: está tomando prestadas grandes sumas, pero está malgastando el dinero con recortes fiscales para las corporaciones y los ricos.

No obstante, hasta un mal gasto deficitario impulsa la economía hasta cierto punto y esa es la razón por la que Estados Unidos todavía sigue creciendo de una manera razonablemente rápida mientras que Europa, que todavía sigue controlada por la ideología de la austeridad, está estancada.

Como dije, podemos defender la propuesta de que los demócratas deberían, al final, nominar a un centrista. Pero ¿a un centrista a quien ciertas ideas zombis le han comido el cerebro? No tanto.

En este momento me encuentro en España hablando sobre ideas zombis (ideas a las que la evidencia debería haber eliminado, pero que siguen moviéndose a trompicones). En los Estados Unidos modernos, las ideas zombis más importantes están en la derecha, sin embargo, algunas ideas zombis también se las arreglan para comerse el cerebro de los centristas. Como era de esperarse, algunos de los zombis más destructivos de la última década se han abierto paso hasta la contienda de las elecciones primarias demócratas, donde un par de centristas están repitiendo ideas que hace años fueron desmentidas en su totalidad.

Aunque pocos vieron venir lo que sucedería en 2008, en retrospectiva fue un clásico pánico bancario, el tipo de cosa que solía ocurrir con frecuencia antes de la década de 1930. Primero, los prestamistas se vieron atrapados en la gigantesca burbuja de la vivienda; luego, cuando la burbuja reventó, la mayor parte del sistema financiero simplemente se congeló.

A estas alturas, las pruebas en contra del cuento de que fue culpa de los liberales son abrumadoras. El auge de los malos préstamos no provino ni de las agencias patrocinadas por el gobierno ni de los bancos regulados, sino de quienes originaron las hipotecas desreguladas. La gravedad de los efectos colaterales se debió a que los inversionistas creyeron, erróneamente, que los elegantes instrumentos financieros los protegían del riesgo.

Siendo justos, el pánico por el déficit no era un engaño tan obvio como la afirmación de que los bien intencionados habían ocasionado la crisis financiera, aunque algunas de las voces más fuertes que condenaban los males de los déficits eran embusteros evidentes.

Más bien, lo que sucedió fue que mucha gente importante creyó que hablar sobre los peligros de la deuda los hacía sonar serios, puesto que eso era lo que estaban haciendo todas las otras personas serias.

Sin embargo, a estas alturas, la obsesión por la deuda ha sido completamente desmentida tanto por la investigación económica como por la experiencia.

Vivimos en un mundo inundado de ahorros privados que buscan un lugar adónde ir, con inversionistas dispuestos a prestar dinero al gobierno con tasas de interés increíblemente bajas.

De hecho, es irresponsable no poner ese dinero a trabajar para invertir en el futuro, tanto construyendo infraestructura física como en programas que puedan ayudar a los niños a desarrollar su potencial.

Ahora bien, el gobierno de Trump está haciendo mal las cosas: está tomando prestadas grandes sumas, pero está malgastando el dinero con recortes fiscales para las corporaciones y los ricos.

No obstante, hasta un mal gasto deficitario impulsa la economía hasta cierto punto y esa es la razón por la que Estados Unidos todavía sigue creciendo de una manera razonablemente rápida mientras que Europa, que todavía sigue controlada por la ideología de la austeridad, está estancada.

Como dije, podemos defender la propuesta de que los demócratas deberían, al final, nominar a un centrista. Pero ¿a un centrista a quien ciertas ideas zombis le han comido el cerebro? No tanto.