/ martes 27 de noviembre de 2018

Derecho a a la verdad

Nuestra comunidad política crea derechos humanos perfectos en la teoría, pero inmóviles en la práctica. Así, tenemos el derecho a la paz, derecho a la sociedad tecnológica o el derecho a un alto estándar de salud.

No podemos resolver el problema del agua en la CDMX, pero ya hay derecho a la sociedad tecnológica. Cientos de mujeres mueren en abortos clandestinos, pero hablamos del derecho a un alto estándar de salud. Miles de libros con diseños teóricamente perfectos con problemas básicos en el aterrizaje. Esto pasa con el derecho a la verdad.

El concepto verdad es una herramienta del pensamiento humano que está en los terrenos de la filosofía. En la vida pública, la verdad y la historia están en un cajón llamado archivo, pero como todos tenemos algo de poetas, filósofos, locos y ahora de archivistas, usamos los instrumentos de la literatura, la filosofía o la psicología con cualquier desparpajo. Ahora está de moda hablar del derecho a la verdad. Un ejemplo es el caso de Ayotzinapa, en donde la PGR decidió que tenía una verdad con el apellido de histórica. Mes tras mes los jueces tiran esa afirmación.

En México no logramos ponernos de acuerdo con el papel de Porfirio Díaz en la historia. Los trágicos hechos de octubre de 1968 son materia de debate en cuanto al papel del ejército. Los responsables en los hechos de la guerra sucia no se esclarecen; y tenemos dudas del resultado en las elecciones de 1994 y 2006. Bonito derecho a la verdad.

PBS, una empresa pública de telecomunicaciones y radiodifusión en Estados Unidos de América hizo un documental sobre la guerra de Vietnam. La producción nos permite oír las grabaciones telefónicas de los presidentes John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon, nos acerca al papel de los secretarios de Estado Robert McNamara y Henry Kissinger, al grado que se logra comprender, más o menos, que sucedió.

El primer y más grande error fue crear y alimentar un conflicto bélico para supuestamente liberar al mundo libre del socialismo. El documental también nos devela la obsesión de los Estados Unidos de América por documentar todo: el número de armas utilizadas, balas, tanques, helicópteros, heridos y caídos y los miles de archivos en torno a ello. Saben quién fue el primero de sus ciudadanos muerto en esa guerra y quién fue el último.

En México no tenemos esa sana costumbre y, en consecuencia, no tenemos documentada a la historia, ni la verdad. Estimado lector, aunque usted no lo crea: lo más cercano a la verdad es un archivo.

El derecho a la historia y a la verdad guarda íntima relación con un cajón, disco compacto o formato electrónico llamado archivo. Antes de desgarrarnos las ropas con el derecho a la verdad en una sociedad tecnológica deberíamos de aprender a acomodar, resguardar, organizar y valorar un simple expediente que después cobrará el nombre de archivo histórico.

No está clara parte de nuestra historia porque no hay documentos para soportar una u otra versión. No hemos comprendido que la historia es un archivo. El caso Ayotzinapa tendría más luz con un expediente escrito en castellano acomodado de forma lógica y cronológica. El papel de las autoridades municipales y estatales estaría más claro con un registro de actividades. Así en todos los juicios, el caso del Chapo Guzmán ha arrojado más nombres, datos y fechas en unos cuantos días, que el asunto de Javier Duarte en meses.

El contraste entre los dos juicios nos dice cómo se obtiene y se registra la información por la policía investigadora en Estados Unidos y en nuestro país. Nuestro vecino del norte tiene la sana costumbre de llevar un registro y ponerlo en un cajón.

Hablar de derecho a la verdad es fácil. Registrar nuestras actividades, ordenar nuestros documentos y resguardar nuestros archivos es el verdadero reto.

Tenemos ya una ley general que busca este objetivo y una institución ya dedicada a ello, el Archivo General de la Nación. No lo olvidemos.

Doctor en derecho

Nuestra comunidad política crea derechos humanos perfectos en la teoría, pero inmóviles en la práctica. Así, tenemos el derecho a la paz, derecho a la sociedad tecnológica o el derecho a un alto estándar de salud.

No podemos resolver el problema del agua en la CDMX, pero ya hay derecho a la sociedad tecnológica. Cientos de mujeres mueren en abortos clandestinos, pero hablamos del derecho a un alto estándar de salud. Miles de libros con diseños teóricamente perfectos con problemas básicos en el aterrizaje. Esto pasa con el derecho a la verdad.

El concepto verdad es una herramienta del pensamiento humano que está en los terrenos de la filosofía. En la vida pública, la verdad y la historia están en un cajón llamado archivo, pero como todos tenemos algo de poetas, filósofos, locos y ahora de archivistas, usamos los instrumentos de la literatura, la filosofía o la psicología con cualquier desparpajo. Ahora está de moda hablar del derecho a la verdad. Un ejemplo es el caso de Ayotzinapa, en donde la PGR decidió que tenía una verdad con el apellido de histórica. Mes tras mes los jueces tiran esa afirmación.

En México no logramos ponernos de acuerdo con el papel de Porfirio Díaz en la historia. Los trágicos hechos de octubre de 1968 son materia de debate en cuanto al papel del ejército. Los responsables en los hechos de la guerra sucia no se esclarecen; y tenemos dudas del resultado en las elecciones de 1994 y 2006. Bonito derecho a la verdad.

PBS, una empresa pública de telecomunicaciones y radiodifusión en Estados Unidos de América hizo un documental sobre la guerra de Vietnam. La producción nos permite oír las grabaciones telefónicas de los presidentes John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon, nos acerca al papel de los secretarios de Estado Robert McNamara y Henry Kissinger, al grado que se logra comprender, más o menos, que sucedió.

El primer y más grande error fue crear y alimentar un conflicto bélico para supuestamente liberar al mundo libre del socialismo. El documental también nos devela la obsesión de los Estados Unidos de América por documentar todo: el número de armas utilizadas, balas, tanques, helicópteros, heridos y caídos y los miles de archivos en torno a ello. Saben quién fue el primero de sus ciudadanos muerto en esa guerra y quién fue el último.

En México no tenemos esa sana costumbre y, en consecuencia, no tenemos documentada a la historia, ni la verdad. Estimado lector, aunque usted no lo crea: lo más cercano a la verdad es un archivo.

El derecho a la historia y a la verdad guarda íntima relación con un cajón, disco compacto o formato electrónico llamado archivo. Antes de desgarrarnos las ropas con el derecho a la verdad en una sociedad tecnológica deberíamos de aprender a acomodar, resguardar, organizar y valorar un simple expediente que después cobrará el nombre de archivo histórico.

No está clara parte de nuestra historia porque no hay documentos para soportar una u otra versión. No hemos comprendido que la historia es un archivo. El caso Ayotzinapa tendría más luz con un expediente escrito en castellano acomodado de forma lógica y cronológica. El papel de las autoridades municipales y estatales estaría más claro con un registro de actividades. Así en todos los juicios, el caso del Chapo Guzmán ha arrojado más nombres, datos y fechas en unos cuantos días, que el asunto de Javier Duarte en meses.

El contraste entre los dos juicios nos dice cómo se obtiene y se registra la información por la policía investigadora en Estados Unidos y en nuestro país. Nuestro vecino del norte tiene la sana costumbre de llevar un registro y ponerlo en un cajón.

Hablar de derecho a la verdad es fácil. Registrar nuestras actividades, ordenar nuestros documentos y resguardar nuestros archivos es el verdadero reto.

Tenemos ya una ley general que busca este objetivo y una institución ya dedicada a ello, el Archivo General de la Nación. No lo olvidemos.

Doctor en derecho

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