/ lunes 7 de enero de 2019

Desconfianza: el reto a superar

Los resultados son contundentes, la política económica de los últimos 40 años falló en atender las necesidades nacionales y en crear un futuro de prosperidad.

Sin ser el verdadero creador de empleo, se vio al Estado como generador de bienestar y se dejaron de lado las reales fuentes de progreso: educación de alta calidad asociada a un empleo formal bien remunerado y a la formación de empresas nacionales altamente innovadoras.

El modelo de economía cerrada que se instrumentó en México en la década de los 70 no pudo mantener el ritmo de crecimiento con estabilidad en precios que le heredó el periodo conocido como el Desarrollo Estabilizador.

En los años 70 la descomposición del sistema político tomó la forma artificial de una confrontación entre los sectores público y privado. La división terminó con los años de expansión económica con control inflacionario.

Por su parte, el modelo de apertura económica vigente desde 1986 condujo al Estancamiento Estabilizador: un largo periodo de crecimiento promedio de únicamente 2 por ciento, generador de pobreza, plagado de informalidad económica y carente de seguridad social.

Ambos modelos comparten dos elementos: corrupción y baja eficacia de la administración pública. Una alimenta a la otra y son producto del Estado Corporativo que se formó cuando las instituciones emanadas de la Revolución colapsaron ante la red de intereses que las capturaron y desvirtuaron el desarrollo de las capacidades productivas y sociales de México.

Contrario a lo que ocurrió en países como China, Corea del Sur, Japón, Indonesia o Singapur, en México el gobierno pretendió tomar el control de la economía sin buscar el fortalecimiento de sus empresas privadas. Un grave error que desarticuló el motor del crecimiento.

Pero el modelo de apertura ortodoxo que le sucedió tampoco tuvo la visión correcta: se pretendía que las empresas sobrevivientes a la prolongada crisis de los años 80 elevaran su productividad y competitividad sin contar con los apoyos que sus competidoras extranjeras sí tenían.

Además, las decisiones de las autoridades mexicanas favorecieron los intereses extranjeros sobre los nacionales: preferían cumplir con los acuerdos internacionales antes que solucionar los problemas internos de bajo crecimiento, pobreza y marginación.

¿Por qué México no crece? Porque pocas empresas nacionales tienen las condiciones para competir en el actual contexto global.

La mayor parte de las empresas son micro y pequeños negocios informales. El modelo económico de apertura no tiene un programa de desarrollo para ellas. El extinto INADEM era un mecanismo asistencialista sin proyecto de desarrollo productivo.

Las medianas y grandes empresas mexicanas son las únicas que pueden convertirse, en el corto plazo, en motor del desarrollo económico y social: cuentan con mayor capacidad de innovación y valor agregado. Pero durante 40 años tampoco han tenido apoyo para desarrollarse.

Simplemente no hay un programa para el fortalecimiento de las empresas mexicanas.

El verdadero reto para la política económica es revertir la división artificial entre los objetivos de los sectores público y privado. El país no alcanzará mayores niveles de bienestar social sin la estrecha colaboración de ambos, la visión de lucha de clases que ha subsistido por más de 40 años debe terminar.

Los resultados son contundentes, la política económica de los últimos 40 años falló en atender las necesidades nacionales y en crear un futuro de prosperidad.

Sin ser el verdadero creador de empleo, se vio al Estado como generador de bienestar y se dejaron de lado las reales fuentes de progreso: educación de alta calidad asociada a un empleo formal bien remunerado y a la formación de empresas nacionales altamente innovadoras.

El modelo de economía cerrada que se instrumentó en México en la década de los 70 no pudo mantener el ritmo de crecimiento con estabilidad en precios que le heredó el periodo conocido como el Desarrollo Estabilizador.

En los años 70 la descomposición del sistema político tomó la forma artificial de una confrontación entre los sectores público y privado. La división terminó con los años de expansión económica con control inflacionario.

Por su parte, el modelo de apertura económica vigente desde 1986 condujo al Estancamiento Estabilizador: un largo periodo de crecimiento promedio de únicamente 2 por ciento, generador de pobreza, plagado de informalidad económica y carente de seguridad social.

Ambos modelos comparten dos elementos: corrupción y baja eficacia de la administración pública. Una alimenta a la otra y son producto del Estado Corporativo que se formó cuando las instituciones emanadas de la Revolución colapsaron ante la red de intereses que las capturaron y desvirtuaron el desarrollo de las capacidades productivas y sociales de México.

Contrario a lo que ocurrió en países como China, Corea del Sur, Japón, Indonesia o Singapur, en México el gobierno pretendió tomar el control de la economía sin buscar el fortalecimiento de sus empresas privadas. Un grave error que desarticuló el motor del crecimiento.

Pero el modelo de apertura ortodoxo que le sucedió tampoco tuvo la visión correcta: se pretendía que las empresas sobrevivientes a la prolongada crisis de los años 80 elevaran su productividad y competitividad sin contar con los apoyos que sus competidoras extranjeras sí tenían.

Además, las decisiones de las autoridades mexicanas favorecieron los intereses extranjeros sobre los nacionales: preferían cumplir con los acuerdos internacionales antes que solucionar los problemas internos de bajo crecimiento, pobreza y marginación.

¿Por qué México no crece? Porque pocas empresas nacionales tienen las condiciones para competir en el actual contexto global.

La mayor parte de las empresas son micro y pequeños negocios informales. El modelo económico de apertura no tiene un programa de desarrollo para ellas. El extinto INADEM era un mecanismo asistencialista sin proyecto de desarrollo productivo.

Las medianas y grandes empresas mexicanas son las únicas que pueden convertirse, en el corto plazo, en motor del desarrollo económico y social: cuentan con mayor capacidad de innovación y valor agregado. Pero durante 40 años tampoco han tenido apoyo para desarrollarse.

Simplemente no hay un programa para el fortalecimiento de las empresas mexicanas.

El verdadero reto para la política económica es revertir la división artificial entre los objetivos de los sectores público y privado. El país no alcanzará mayores niveles de bienestar social sin la estrecha colaboración de ambos, la visión de lucha de clases que ha subsistido por más de 40 años debe terminar.