/ martes 9 de octubre de 2018

Desorientación Parlamentaria

En el Congreso que recién inició sus funciones se han registrado signos desorientadores derivados de la falta de adaptación de Morena a su nueva condición de partido mayoritario próximo a convertirse en partido del gobierno. Es precisamente este papel el que parece generar en sus congresistas una repugnancia casi instintiva; algunos piensan que ni siquiera deben admitir que efectivamente constituyen el “partido del gobierno” ¡qué horror! eso sería convertirse en una nueva versión del PRI, lo cual resulta casi monstruoso. Es justamente ese rechazo a veces consciente y a veces no, lo que explica situaciones atípicas como la reversa aplicada al voto que había negado la licencia al actual gobernador chiapaneco, o la ríspida confrontación entre Fernández Noroña y Muñoz Ledo durante la sesión inaugural y, la semana pasada, el discurso fuera de orden de Dolores Padierna mientras desempeñaba la presidencia de la Cámara de Diputados substituyendo a Porfirio.

No son ajenos a la vida parlamentaria los enfrentamientos, los roces personales, las descalificaciones ni los desórdenes; en ninguna parte del mundo los órganos legislativos son un modelo de trabajo ordenado e impoluto; ni tienen por qué serlo pues en ellos se expresan las diferencias existentes en el sentir popular y la pasión política que las acompaña, pero los choques suelen ocurrir normalmente entre integrantes de fracciones políticas diferentes. No quiero decir que no sucedan entre correligionarios, pero no con la frecuencia que se han dado en nuestro actual Legislativo. Fernandez Noroña cuestionó, desafió y enfadó a su compañero de partido que presidía la sesión solicitando una ruptura del orden pactado para ella; Dolores Padierna alteró lo convenido para el desarrollo de una comparecencia y desdibujó al papel de la Presidencia camaral al asumir una posición de partido contraria a la función encomendada al presidente, de representar la unidad del cuerpo legislativo por encima de las diferencias naturalmente existentes en su interior. El propio coordinador de los diputados morenistas tuvo que intervenir para mostrar su desacuerdo con la conducta de la presidenta en funciones.

Ni Fernández Noroña ni Dolores Padierna son improvisados. Se trata de dos legisladores con enorme experiencia política. Me consta la sólida preparación cultural y la gran capacidad discursiva que acompañan la combatividad de aquel y es reconocida la indiscutible formación ideológica, los conocimientos y la experiencia parlamentaria de la diputada Padierna, virtudes por las que sus pares la elevaron a la vicepresidencia de la Cámara. ¿Por qué entonces ocurren estos desaguisados? Básicamente por una falta de adaptación al nuevo rol que corresponde a los miembros del partido prácticamente ya gobernante, el cual viene de un largo ejercicio contestatario, desafiante de la autoridad y refractario a la obediencia de consignas gubernativas que estimaba como ilegítimas. Esta falta de adecuación es natural y no debería dar pie a mayores preocupaciones de no ser porque envía señales contradictorias al propósito de alcanzar una transformación de la vida pública del país enarbolada por el Presidente Electo. Este ha sido particularmente cuidadoso en cuanto a la concordia como uno de los valores rectores de dicha transformación y los congresistas de su partido tendrían que seguir el ejemplo para evitar que el público diga que la actividad en las Cámaras está igual o peor que antes y se incentive la pérdida de prestigio de los legisladores.

Hay una sutil frontera entre el rechazo al autoritarismo y la pérdida de autoridad. Ejercer esta con responsabilidad y eficacia es deber del gobierno. La conducción gubernativa está ahora encomendada plenamente a Morena al contar con mayoría en ambas cámaras, con la titularidad del Ejecutivo Federal, con numerosos ejecutivos locales y mayorías congresionales en las entidades federativas. Aunque no quiera Morena ser como el PRI, ya lo es en el mejor sentido. El pueblo le dio un respaldo inusitado. Desde hace 24 años no había existido tal predominio político como resultado de una elección inobjetable. En esta situación la disciplina no es abyección, sino condición de un ejercicio congruente de gobierno. El morenismo tiene que asumirse realmente como fuerza transformadora si quiere hacer honor a la confianza que se le ha depositado. Entender que la denominación “partido del gobierno” no es un estigma oprobioso sino la descripción de la función que tiene encomendada. Sus legisladores comparten el programa de gobierno del entonces candidato presidencial y el liderazgo arrollador de este les aseguró el triunfo; AMLO fue la locomotora que a todos jaló, no una maquinaria partidista consolidada. La conducción ordenada y congruente de las tareas legislativas bajo la guía del Ejecutivo que “ejecuta” el programa que lo llevó a la Presidencia, no es desdoro sino condición ineludible de la Cuarta Transformación.

eduardoandrade1948@gmail.com

En el Congreso que recién inició sus funciones se han registrado signos desorientadores derivados de la falta de adaptación de Morena a su nueva condición de partido mayoritario próximo a convertirse en partido del gobierno. Es precisamente este papel el que parece generar en sus congresistas una repugnancia casi instintiva; algunos piensan que ni siquiera deben admitir que efectivamente constituyen el “partido del gobierno” ¡qué horror! eso sería convertirse en una nueva versión del PRI, lo cual resulta casi monstruoso. Es justamente ese rechazo a veces consciente y a veces no, lo que explica situaciones atípicas como la reversa aplicada al voto que había negado la licencia al actual gobernador chiapaneco, o la ríspida confrontación entre Fernández Noroña y Muñoz Ledo durante la sesión inaugural y, la semana pasada, el discurso fuera de orden de Dolores Padierna mientras desempeñaba la presidencia de la Cámara de Diputados substituyendo a Porfirio.

No son ajenos a la vida parlamentaria los enfrentamientos, los roces personales, las descalificaciones ni los desórdenes; en ninguna parte del mundo los órganos legislativos son un modelo de trabajo ordenado e impoluto; ni tienen por qué serlo pues en ellos se expresan las diferencias existentes en el sentir popular y la pasión política que las acompaña, pero los choques suelen ocurrir normalmente entre integrantes de fracciones políticas diferentes. No quiero decir que no sucedan entre correligionarios, pero no con la frecuencia que se han dado en nuestro actual Legislativo. Fernandez Noroña cuestionó, desafió y enfadó a su compañero de partido que presidía la sesión solicitando una ruptura del orden pactado para ella; Dolores Padierna alteró lo convenido para el desarrollo de una comparecencia y desdibujó al papel de la Presidencia camaral al asumir una posición de partido contraria a la función encomendada al presidente, de representar la unidad del cuerpo legislativo por encima de las diferencias naturalmente existentes en su interior. El propio coordinador de los diputados morenistas tuvo que intervenir para mostrar su desacuerdo con la conducta de la presidenta en funciones.

Ni Fernández Noroña ni Dolores Padierna son improvisados. Se trata de dos legisladores con enorme experiencia política. Me consta la sólida preparación cultural y la gran capacidad discursiva que acompañan la combatividad de aquel y es reconocida la indiscutible formación ideológica, los conocimientos y la experiencia parlamentaria de la diputada Padierna, virtudes por las que sus pares la elevaron a la vicepresidencia de la Cámara. ¿Por qué entonces ocurren estos desaguisados? Básicamente por una falta de adaptación al nuevo rol que corresponde a los miembros del partido prácticamente ya gobernante, el cual viene de un largo ejercicio contestatario, desafiante de la autoridad y refractario a la obediencia de consignas gubernativas que estimaba como ilegítimas. Esta falta de adecuación es natural y no debería dar pie a mayores preocupaciones de no ser porque envía señales contradictorias al propósito de alcanzar una transformación de la vida pública del país enarbolada por el Presidente Electo. Este ha sido particularmente cuidadoso en cuanto a la concordia como uno de los valores rectores de dicha transformación y los congresistas de su partido tendrían que seguir el ejemplo para evitar que el público diga que la actividad en las Cámaras está igual o peor que antes y se incentive la pérdida de prestigio de los legisladores.

Hay una sutil frontera entre el rechazo al autoritarismo y la pérdida de autoridad. Ejercer esta con responsabilidad y eficacia es deber del gobierno. La conducción gubernativa está ahora encomendada plenamente a Morena al contar con mayoría en ambas cámaras, con la titularidad del Ejecutivo Federal, con numerosos ejecutivos locales y mayorías congresionales en las entidades federativas. Aunque no quiera Morena ser como el PRI, ya lo es en el mejor sentido. El pueblo le dio un respaldo inusitado. Desde hace 24 años no había existido tal predominio político como resultado de una elección inobjetable. En esta situación la disciplina no es abyección, sino condición de un ejercicio congruente de gobierno. El morenismo tiene que asumirse realmente como fuerza transformadora si quiere hacer honor a la confianza que se le ha depositado. Entender que la denominación “partido del gobierno” no es un estigma oprobioso sino la descripción de la función que tiene encomendada. Sus legisladores comparten el programa de gobierno del entonces candidato presidencial y el liderazgo arrollador de este les aseguró el triunfo; AMLO fue la locomotora que a todos jaló, no una maquinaria partidista consolidada. La conducción ordenada y congruente de las tareas legislativas bajo la guía del Ejecutivo que “ejecuta” el programa que lo llevó a la Presidencia, no es desdoro sino condición ineludible de la Cuarta Transformación.

eduardoandrade1948@gmail.com