/ sábado 8 de mayo de 2021

Desplazamientos y violencia

“Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa…”

Juan Rulfo


Las últimas décadas nuestro país ha estado sumido en una violencia que toca todos los niveles de la sociedad. La situación extrema en que vivimos hace que la preocupación trascienda los hechos concretos y genera un perpetuo estado de miedo e intimidación en la población.

En gran medida, el crimen organizado es el responsable de esa sensación y situación de constante peligro. Se sabe que para que estas agrupaciones tengan ese nivel de dominio, es preciso una determinada conflagración entre personajes, niveles de gobierno y hasta instituciones.

De esto último se desprende un fenómeno que se ha replicado en los últimos años e intensificado en temporadas electorales: la consolidación del poder del narcotráfico.

Es decir: tanto el terror potencial (las amenazas a ejidatarios y pobladores) como el terror efectivo (las torturas y las ejecuciones) a cargo del narco, les confiere una sensación de poder que buscan perpetuar a como dé lugar.

Ese terror ejercido deja secuelas graves. Primero necesitan controlar un determinado territorio y, para ello, deben doblegar y hacer partícipes a los pobladores: quienes no aceptan pueden ser asesinados o desplazados de su hogar, dejando un pueblo fantasma como único rastro.

Parece que no hay autoridad policial o militar que valga a la hora de procurar la defensa de las poblaciones en riesgo. Un ejemplo: los años recientes han visto cómo más de dos mil personas abandonan Zitlala y Chilapa, en Guerrero.

Frecuentemente vemos noticias que hablan de caravanas de salvadoreños, guatemaltecos u hondureños exiliados por la violencia, familias enteras que, con muy poco, dejaron su tierra de residencia. Nos parece incomprensible o lejano, aunque la realidad mexicana no dista mucho de eso que les pasa a nuestros vecinos centroamericanos.

Los grupos delictivos no dejan de hacerse presentes. Toman territorios y lo celebran públicamente, como sucedió recientemente en Aguililla, donde el líder del Cártel Jalisco Nueva Generación anunció triunfal la reconquista de este municipio, presentándolo como una liberación donde sólo le faltó agregar: “Éste es mi territorio, y a quien no le guste…”.

Ese poderío del narcotráfico ha trascendido y comienza a ser preocupante, con todo y que su crecimiento es sutil: empiezan por inmiscuirse en algunos procesos electorales locales. Han asesinado candidatos que no “respetan” sus pactos previos a una contienda electoral, o bien, quienes son regidores o presidentes municipales también viven bajo la sombra de su terrorismo latente y brutal.

Por su parte, el Estado Mexicano ha puesto en marcha un enano y raquítico plan para intentar proteger a los actores políticos que se sienten amenazados por este sanguinario leviatán. Un acto pírrico (tan propio de este régimen de la 4T) que poco podrá hacer para evitar la injerencia de esos grupos que buscan incrementar su señorío.

Mientras tanto, la estrategia no varía: “abrazos, no balazos”, “atender las causas de origen” con dádivas, pensando que así se le brinda una alternativa real a los jóvenes que se ven obligados por su circunstancia a sumarse a las filas del crimen organizado.

Esta paz simulada nos ha costado muchas vidas. La tristeza anida, es momento de un cambio antes de que se olvide por completo la sonrisa.

“Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa…”

Juan Rulfo


Las últimas décadas nuestro país ha estado sumido en una violencia que toca todos los niveles de la sociedad. La situación extrema en que vivimos hace que la preocupación trascienda los hechos concretos y genera un perpetuo estado de miedo e intimidación en la población.

En gran medida, el crimen organizado es el responsable de esa sensación y situación de constante peligro. Se sabe que para que estas agrupaciones tengan ese nivel de dominio, es preciso una determinada conflagración entre personajes, niveles de gobierno y hasta instituciones.

De esto último se desprende un fenómeno que se ha replicado en los últimos años e intensificado en temporadas electorales: la consolidación del poder del narcotráfico.

Es decir: tanto el terror potencial (las amenazas a ejidatarios y pobladores) como el terror efectivo (las torturas y las ejecuciones) a cargo del narco, les confiere una sensación de poder que buscan perpetuar a como dé lugar.

Ese terror ejercido deja secuelas graves. Primero necesitan controlar un determinado territorio y, para ello, deben doblegar y hacer partícipes a los pobladores: quienes no aceptan pueden ser asesinados o desplazados de su hogar, dejando un pueblo fantasma como único rastro.

Parece que no hay autoridad policial o militar que valga a la hora de procurar la defensa de las poblaciones en riesgo. Un ejemplo: los años recientes han visto cómo más de dos mil personas abandonan Zitlala y Chilapa, en Guerrero.

Frecuentemente vemos noticias que hablan de caravanas de salvadoreños, guatemaltecos u hondureños exiliados por la violencia, familias enteras que, con muy poco, dejaron su tierra de residencia. Nos parece incomprensible o lejano, aunque la realidad mexicana no dista mucho de eso que les pasa a nuestros vecinos centroamericanos.

Los grupos delictivos no dejan de hacerse presentes. Toman territorios y lo celebran públicamente, como sucedió recientemente en Aguililla, donde el líder del Cártel Jalisco Nueva Generación anunció triunfal la reconquista de este municipio, presentándolo como una liberación donde sólo le faltó agregar: “Éste es mi territorio, y a quien no le guste…”.

Ese poderío del narcotráfico ha trascendido y comienza a ser preocupante, con todo y que su crecimiento es sutil: empiezan por inmiscuirse en algunos procesos electorales locales. Han asesinado candidatos que no “respetan” sus pactos previos a una contienda electoral, o bien, quienes son regidores o presidentes municipales también viven bajo la sombra de su terrorismo latente y brutal.

Por su parte, el Estado Mexicano ha puesto en marcha un enano y raquítico plan para intentar proteger a los actores políticos que se sienten amenazados por este sanguinario leviatán. Un acto pírrico (tan propio de este régimen de la 4T) que poco podrá hacer para evitar la injerencia de esos grupos que buscan incrementar su señorío.

Mientras tanto, la estrategia no varía: “abrazos, no balazos”, “atender las causas de origen” con dádivas, pensando que así se le brinda una alternativa real a los jóvenes que se ven obligados por su circunstancia a sumarse a las filas del crimen organizado.

Esta paz simulada nos ha costado muchas vidas. La tristeza anida, es momento de un cambio antes de que se olvide por completo la sonrisa.

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