/ martes 23 de enero de 2018

Deterioro mundial de la confianza en los gobiernos

Son de llamar especialmente la atención unas declaraciones vertidas por el Secretario General de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) José Ángel Gurría Treviño, quien desde una privilegiada plataforma de conocimiento e información sostiene que: “En los países de la OCDE hay un deterioro de la confianza de la ciudadanía en sus gobiernos y las instituciones, en los presidentes, primeros ministros, partidos políticos, los sistemas bancarios, en las empresas, en la democracia”.

Si ese deterioro de la credibilidad está afectando en forma considerable a los gobiernos de los países más avanzados del planeta, en donde el bienestar económico y la solidez de las instituciones son ejemplares y envidiables, no podemos eludir el cuestionarnos sobre qué es lo que está funcionando tan mal en el mundo de hoy y que genera tan alarmante inconformidad.

El pasado 3 de diciembre se planteaba en este espacio el desconcertante caso de la acaudalada Alemania de Angela Merkel en donde los indicadores de ingreso y bienestar material se encuentran entre los más elevados del mundo, en donde hay un vigoroso crecimiento económico y donde cuentan con un gobierno a cargo de una lideresa que detenta impresionante reconocimiento y legitimidad en la Unión Europea, en toda Europa y en el mundo; sin embargo, en las últimas elecciones parlamentarias de Sept.24/2017 creció considerablemente el voto de los indignados, de los inconformes extremistas y hasta ahora no ha podido integrar una mayoría de gobierno en el Bundestag. Si eso sucede en lo que nosotros consideraríamos un entorno político económico paradisíaco, ¿qué podemos esperar en los países con enormes deficiencias en tales materias?

De acuerdo con el propio Gurría, sólo el 28% de los mexicanos confía en su gobierno. Esa falta de confianza y de credibilidad en gobiernos que no han sabido ganarse legitimidad por sus acciones de corrupción, de injusticia, de ineficiencia o por sus omisiones de apoyo social o de capacidad de crecimiento, está siendo cada vez más acentuada en muchas partes del planeta. En algunos graves casos, como en México, ello ha derivado en incapacidad gubernamental para imponer un mínimo de orden ante grupos rebeldes o contestatarios que atentan contra la paz pública y la armonía social. Nuestros gobiernos enfrentan desprestigio, carencia de legitimidad que con demasiada frecuencia los inhabilitan para adoptar medidas drásticas pero indispensables para frenar y sancionar atentados contra el orden público, acciones abiertamente delictivas o graves afectaciones contra terceros no involucrados.

Pero lo que procede destacar aquí es que inconformidad e indignación están proliferando también en las sociedades avanzadas con gobiernos honestos y eficientes. La desastrosa elección de Donald Trump es sólo una significativa muestra más. Es por ello que conviene reiterar que una viable explicación radica en el paradójico efecto negativo que está acarreando consigo el vertiginoso desarrollo científico y tecnológico de las últimas décadas, el cual ha disparado la productividad y multiplicado la capacidad de generación de riqueza, pero ello ha sido a costa del desplazamiento del factor trabajo por el capital, de la sustitución de la mano de obra por avanzadas maquinarias y tecnologías. Ello está propiciando una marcada pauperización del empleo que a su vez alimenta inconformidad e indignación.

amartinezv@derecho.unam.mx  

@AlejoMVendrell

Son de llamar especialmente la atención unas declaraciones vertidas por el Secretario General de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) José Ángel Gurría Treviño, quien desde una privilegiada plataforma de conocimiento e información sostiene que: “En los países de la OCDE hay un deterioro de la confianza de la ciudadanía en sus gobiernos y las instituciones, en los presidentes, primeros ministros, partidos políticos, los sistemas bancarios, en las empresas, en la democracia”.

Si ese deterioro de la credibilidad está afectando en forma considerable a los gobiernos de los países más avanzados del planeta, en donde el bienestar económico y la solidez de las instituciones son ejemplares y envidiables, no podemos eludir el cuestionarnos sobre qué es lo que está funcionando tan mal en el mundo de hoy y que genera tan alarmante inconformidad.

El pasado 3 de diciembre se planteaba en este espacio el desconcertante caso de la acaudalada Alemania de Angela Merkel en donde los indicadores de ingreso y bienestar material se encuentran entre los más elevados del mundo, en donde hay un vigoroso crecimiento económico y donde cuentan con un gobierno a cargo de una lideresa que detenta impresionante reconocimiento y legitimidad en la Unión Europea, en toda Europa y en el mundo; sin embargo, en las últimas elecciones parlamentarias de Sept.24/2017 creció considerablemente el voto de los indignados, de los inconformes extremistas y hasta ahora no ha podido integrar una mayoría de gobierno en el Bundestag. Si eso sucede en lo que nosotros consideraríamos un entorno político económico paradisíaco, ¿qué podemos esperar en los países con enormes deficiencias en tales materias?

De acuerdo con el propio Gurría, sólo el 28% de los mexicanos confía en su gobierno. Esa falta de confianza y de credibilidad en gobiernos que no han sabido ganarse legitimidad por sus acciones de corrupción, de injusticia, de ineficiencia o por sus omisiones de apoyo social o de capacidad de crecimiento, está siendo cada vez más acentuada en muchas partes del planeta. En algunos graves casos, como en México, ello ha derivado en incapacidad gubernamental para imponer un mínimo de orden ante grupos rebeldes o contestatarios que atentan contra la paz pública y la armonía social. Nuestros gobiernos enfrentan desprestigio, carencia de legitimidad que con demasiada frecuencia los inhabilitan para adoptar medidas drásticas pero indispensables para frenar y sancionar atentados contra el orden público, acciones abiertamente delictivas o graves afectaciones contra terceros no involucrados.

Pero lo que procede destacar aquí es que inconformidad e indignación están proliferando también en las sociedades avanzadas con gobiernos honestos y eficientes. La desastrosa elección de Donald Trump es sólo una significativa muestra más. Es por ello que conviene reiterar que una viable explicación radica en el paradójico efecto negativo que está acarreando consigo el vertiginoso desarrollo científico y tecnológico de las últimas décadas, el cual ha disparado la productividad y multiplicado la capacidad de generación de riqueza, pero ello ha sido a costa del desplazamiento del factor trabajo por el capital, de la sustitución de la mano de obra por avanzadas maquinarias y tecnologías. Ello está propiciando una marcada pauperización del empleo que a su vez alimenta inconformidad e indignación.

amartinezv@derecho.unam.mx  

@AlejoMVendrell